viernes, 5 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 19

La respuesta era sencilla. Se trataba de un hombre atractivo. Le gustaba la forma en la que se movía. Y cómo la había besado. Pero tenía que olvidarse de aquel beso, se dijo. Aquel hombre se iba marchar ese mismo día de Nueva York. Y no podía manejar tantas complicaciones en su vida al mismo tiempo. Abrió la puerta de la escalera de incendios. Los pájaros permanecían alineados sobre la barandilla, esperando su llegada. Paula tomó un palo que había guardado con ese propósito y rompió el hielo. ¿Qué tenía aquel hombre?, se preguntaba mientras lo hacía. De acuerdo, era un buen bailarín. Como, por otra parte, lo eran la mitad de los hombres de Nueva York. Y ni siquiera en sus días más locos de diversión se había acostado con un hombre con el que solo había bailado una vez. Los pájaros la observaban. Parecían niños jugando en el patio antes de entrar en el colegio. De vez en cuando se peleaban entre ellos, pero en general se mostraban amistosos.  Paula sonrió al recordar cómo había aprendido a patinar en la calle cuando había ido al primer colegio al que Miguel, su padrastro, la había enviado. No le había costado mucho adaptarse. Y tampoco le estaba costando demasiado acostumbrarse a aquella ciudad. Era solo que… El frío del destierro la sacudió de pronto, como siempre ocurría. Era tan impactante como una puñalada. Se mordió el labio hasta hacerse sangre. La culpa era suya. No tenía por qué haber estado sola aquella mañana… Pero, aunque hubiera permitido subir a Pepe a su departamento, habría continuado estando sola, pensó. Estaba sola desde que Ivana y Manuel se habían enamorado. Y desde que había empezado a fingir. Volvió al interior de la casa, temblando de frío, pero no le apetecía meterse en la cama. Así que se preparó un café y se sentó a desayunar, intentado dejar de preguntarse qué demonios le había podido ocurrir el día anterior.




Pedro tuvo un desayuno de trabajo con un grupo de abogados. Nunca había tenido tantos problemas como aquel día para concentrarse. Debería haberlo intentado con más insistencia, se decía. Aunque, por otra parte, quizá no debería haber insistido tanto. O al menos debería haber aceptado la tarjeta que le había ofrecido. ¿Cómo había permitido que se alejara de él de aquella forma? Cuando uno de los abogados le intentó explicar la evolución de la egislación sobre la propiedad intelectual, prácticamente no entendió nada. Una figura danzaba en su campo de visión. Sabía que solo era su imaginación, pero su cuerpo respondía como si estuviera allí delante. Tenía que intentar dominarse. Había mucha gente que dependía de lo que él hiciera allí. Y Lola, la bailarina de tango, era una cuestión al margen del trabajo.


–Lo siento –le dijo al abogado–. Creo que no he terminado de comprenderlo. ¿Podría explicármelo otra vez?


Lola no invadió aquella reunión porque Pedro tomó la precaución de estar haciendo preguntas continuamente. Siempre había encontrado muy útil la disciplina. Pero nunca le había hecho tanta falta como en aquel momento. Le pidió a Ivana que lo acompañara a la reunión que tenía con los banqueros. Cuando estaban en el taxi, ésta le preguntó:


–¿Te encuentras bien?


–Claro, ¿por qué? –le preguntó Pedro, sorprendido.


–Pareces distinto.


No le extrañó en absoluto. Se sentía diferente. Nunca se había sentido tan vivo.


–Todo esto es nuevo para mí.


–Para mí también –respondió Ivana.


Le dirigió una animosa sonrisa, pero ella también estaba muy pálida aquella mañana. Pedro se lo comentó. 

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