miércoles, 3 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 14

 –De ningún modo –contestó furiosa.


–No he dicho que tenga que ser una conversación íntima. Podemos ir a algún restaurante que esté abierto toda la noche, si quieres.


Paula miró a su alrededor con exagerada ironía.


–Oh, claro. ¿Ves algún restaurante abierto por alguna parte?


–Bueno, entonces podemos ir a la cafetería del hotel.


–Sí, magnífico, para que aparezca mi jefa y me vea charlando contigo. No, lo siento –agarró el tirador de la puerta del coche.


–No te vayas –le pidió Pedro, casi suplicante.


Aquello la dejó paralizada. Pero solo un instante. Sin mirarlo, replicó:


–Si fueras una persona normal, me habrías pedido el número de teléfono.


–No tengo tiempo para esas cosas.


Paula buscó en su bolso. El afilado tacón de la sandalia le arañó la muñeca, pero ignoró el escozor y sacó su tarjeta. Se la tendió: 


–Inténtalo.


Él no la tomó. Estaba mirándola fijamente, con expresión impaciente y suplicante al mismo tiempo.


–Estoy hablando en serio. Mañana tengo un día lleno de reuniones y después volveré a Londres para solucionar una crisis en el trabajo. Solo cuento con esta noche.


Sonaba increíblemente dramático en medio de la noche. No sabía por qué, pero Paula estaba convencida de que aquel no era un hombre dado al melodrama. Tuvo la impresión de que estaba terriblemente solo. Y aquel era un sentimiento que ella conocía perfectamente. Se metió la tarjeta en el bolsillo y dijo bruscamente:


–De acuerdo. Seguro que Adrián conoce algún café que esté abierto a estas horas. Entra.


Pero cuando se metieron en el coche, fue ella la que le indicó a Adrián la dirección de un café que estaba cerca de su casa. A los pocos minutos, los dejaba en un pequeño café italiano situado a solo dos bloque del edificio en el que Paula vivía. Pedro demostró tener los modales de un caballero. Le sostuvo la puerta para permitirle entrar al café. Había pocos clientes, la mayoría eran taxistas o transportistas que se estaban tomando un descanso antes de volver a las calles solitarias. Pasó por delante de ellos para acercarse a una de las mesas y permaneció de pie hasta que Paula se sentó. Tomó una silla y sonrió a la camarera de ojos cansados que se acercó a ellos.


–¿Quieren desayunar?


Paula sacudió la cabeza y comentó:


–Eres inglesa.


La camarera sonrió.


–Pero no lo utilices contra mí. ¿Café? ¿Agua?


–Litros y litros de agua. Y una infusión.


–Claro –la camarera la conocía. Paula pasaba a menudo por allí, de modo que no tuvo que preguntar qué tipo de infusión quería–. ¿Y tú?


Pedro pidió un café sin apartar la mirada de Paula. Cuando la camarera se marchó, se inclinó hacia delante.


–De acuerdo. Lola, pongamos las cartas sobre la mesa.


Por alguna razón, a Paula le dió un vuelco el corazón al oírlo.


–Por fin –contestó, intentando disimular su reacción.


–Cuando te ví en el club, pensé que te conocía.


–No nos conocemos. Me acordaría de tí.


Pedro parecía impaciente. 

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