miércoles, 3 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 11

Aunque en aquella etapa de su vida, cada vez le resultaba más difícil. Oh, podía salir hasta tarde, bailar o charlar con los amigos. Pero al final todos querían irse a casa. Y cuando volvía al apartamento que había alquilado, Paula sentía frío. La calefacción de su edificio funcionaba a la perfección. Pero su frío era el de la soledad, que se incrustaba en los huesos. Y aquella noche iba a ser todavía peor, a causa de la conversación que debería mantener con su hermana al día siguiente. Pero no tenía que pensar en ello todavía. Deslizó ambas manos por su pelo y lo alzó, dejando que sus hombros marcaran el ritmo mientras bailaba provocativamente alrededor de su pareja. Solo para descubrir que alguien más estaba respondiendo a aquella provocación. De lo primero que fue consciente fue de la mano de un hombre sobre su hombro desnudo. Ella se asustó tanto que estuvo a punto de perder el paso. Miró indignada a aquel intruso.


–Hola –la saludó él.


O al menos era eso lo que se suponía que había dicho. La música estaba demasiado alta para oírlo, así que prácticamente tuvo que leerle los labios. Unos labios que percibió con una nitidez peculiar bajo aquellas luces parpadeantes. Eran unos labios perfectamente esculpidos, llenos y sensuales, con una tensión que evidenciaba un deliberado control. En medio de aquella luz estroboscópica, vió que era un hombre alto y delgado. Fue consciente de la profunda intensidad de su mirada. Y del ritmo endiablado de sus movimientos. Tras él, Paula vió a su anterior pareja alzando la mano a modo de pesarosa despedida y dirigiéndose hacia otra chica sin perder el ritmo. Y sin más, se sintió arrastrada hacia un cuerpo que parecía hecho de acero. Por primera vez desde hacía años, perdió varias veces el paso mientras intentaba seguir su secuencia de baile. El desconocido se inclinó hacia delante, haciéndole echar la cabeza hacia atrás y le susurró al oído:


–Déjame llevarte.


Aquello iba en contra del carácter de Paula, que era una excelente bailarina, pero aun así, obedeció. No tardó en intuir los pasos de Pedro antes de que este los diera. Su cuerpo de acero se moldeaba contra el de Paula, indicándole lo que tenía que hacer y ella respondía. Eran una pareja perfecta. Cuando terminó aquel tema, se volvió hacia él, casi sin respiración.


–¿Quién eres? –se preguntaron al unísono.


Pedro sacudió la cabeza.


–Tú primero.


Le tendió la botella de agua. Paula bebió con sed y después dejó caer el agua por su frente. El agua se deslizó por sus mejillas, su garganta… Y vió a su pareja de baile observando cómo se deslizaba una gota solitaria entre sus senos.


–Esta noche soy Lola, la bailarina de tango. ¿Y tú?


–¿Esta noche?


–Estamos en Nueva York. No puedes pretender que le diga mi nombre al primero que se acerca a bailar conmigo.


Pedro la miró divertido.


–Pero si pareces una chica a la que le gusta vivir al límite.


Paula hizo una mueca. Eso era lo que todo el mundo pensaba. Incluso su familia pensaba que podía enfrentarse a cualquier cosa. La veían como una mujer de corazón liviano. Una aventurera. Nunca, nunca, vulnerable. Y no lo era, se dijo con dureza. No lo era. Ese era el motivo por el que estaba sola en aquella maravillosa ciudad, intentando recomponer su vida y diciéndose que la soledad era soportable siempre y cuando no dejara que nadie la viera.


–Hay límites y límites –le devolvió la botella–. Todavía no me has dicho tu nombre.

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