lunes, 29 de noviembre de 2021

Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 66

Tragó saliva y dijo en voz alta:


–Supongo que podré hacer algo útil.


–Normalmente llevamos las provisiones hasta la casa en una carretilla. Debería estar en la puerta de la cocina –señaló con un gesto de cabeza hacia la casa.


Por primera vez, Paula se fijó en la propiedad. Se trataba de una casa de un solo piso, de paredes blancas y tejas rojas. Las contraventanas azules estaban cerradas, dándole el aspecto de un ser dormido. Bajo las ventanas de la fachada que daba al mar, descubrió las macetas más grandes que había visto en su vida. Estaban llenas de enormes pelargonios, oscuros como la propia sangre.


–Más flores rojas –dijo Paula, involuntariamente–. Es un color que realmente te gusta, ¿Verdad?


–Es el color de la pasión –respondió Pedro, sin dejar de tirar de la cuerda–. No hay suficiente pasión en mi vida.


–¿Por eso la buscas en las pistas de baile cuando te aburres?


–¿Eso es lo que tú crees? –le preguntó Pedro lentamente.


–Es evidente, ¿No? –preguntó Paula, desviando la mirada.


–¿Que era eso lo que quería cuando te ví? Sí, supongo que es bastante obvio. Pero estarás acostumbrada, ¿No? 


Paula se llevó las manos a las mejillas, que le ardían de indignación.


–¿Cómo puedes decir eso? La gente no dice ese tipo de cosas –protestó, extrañamente alarmada.


–¿Por qué no si son ciertas?


–Porque no, y eso es todo.


Pedro asintió, como si estuviera recibiendo una útil y nueva información.


–¿Te refieres al mismo tipo de gente que piensa que el sexo es algo divertido? –preguntó educadamente.


–Sí –contestó Paula con voz sofocada, sin mirarlo siquiera.


–¿Y qué me dices de tí? ¿Dónde está la pasión en tu vida? –añadió, como si estuvieran hablando de sus pasatiempos favoritos. 


Paula se quedó helada. Podía sentir que Pedro la estaba mirando. Pero evitaba sus ojos. Allí estaba, pensó. Aquel era el primer movimiento de un juego en el que podía suceder cualquier cosa. Y ella no estaba todavía preparada.


–Iré a buscar la carretilla –dijo, precipitadamente.


Y consiguió escapar. Al menos de momento.


La casa tenía la fachada más espartana de cara al mar. El otro lado parecía propio del palacio de un sultán que estuviera esperando la llegada de su dueño. Era una sensación desconcertante. Porque también ella se sentía como si estuviera esperando. Lo cual era por fuerza una locura. Las mujeres modernas no se pasaban la vida esperando la llegada de un héroe mítico. Las mujeres modernas tomaban la iniciativa. Y, desde luego, no convertían a los hombres en dioses. Aquel era el efecto del viaje en avión, se dijo a sí misma. Y de una imaginación exagerada. Fue a buscar la carretilla, que descubrió en el porche, al lado de una puerta menos impresionante que el pórtico de la entrada. La llevó hasta donde estaba Pedro. A su lado, descansaba una sorprendente cantidad de equipaje.


–Suministros –dijo Pedro, brevemente–. Este año todavía no había venido. Tendré que hacer algunas reparaciones. Y también necesitamos provisiones.


Llenó la carretilla y la llevó de vuelta a la cocina. Paula estaba sorprendida.


–¿Tú mismo haces las reparaciones?


–¿Es que los millonarios no pueden jugar con herramientas? –preguntó Pedro, divertido. 

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