lunes, 25 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 15

Y no es que a ella se le ocurriera cómo resistirse. Después de estar hundida segundos antes, se sentía eufórica de repente por el mero hecho de que Pedro estuviera sujetándole la mano.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó de todos modos.

—¿Confías en mí? —respondió mirándola a los ojos.

—Totalmente —aseguró.

—Entonces ven conmigo y no contradigas nada de lo que me oigas decir. Simplemente sígueme el juego, ¿De acuerdo?

—De acuerdo —respondió desconcertada, aunque encantada por la velocidad y decisión con que quería encargarse de Marcos.

Acompañado por Paula, nadie impidió que Pedro avanzara por el vestíbulo de la entrada y los laberínticos pasillos del edificio. Sólo en una ocasión se detuvo para pedirle a Paula que lo orientara y, el resto del tiempo, pareció seguir una especie de brújula interna que conducía al despacho de la productora de De costa a costa.

—¿Has estado antes aquí? —le preguntó Paula sorprendida.

—Hace unos años me entrevistaron en un programa —explicó—. Los despachos de los productores están frente al tuyo, ¿Verdad?

—Sí —respondió asombrada. Le había bastado una visita, hacía varios años, para memorizar aquel laberinto por el que se perdían con frecuencia personas que trabajaban allí con regularidad—. Supongo que se necesita un buen sentido de la orientación para ser campeón de automovilismo —añadió.

—Más o menos —sonrió Pedro—. Normalmente paseo primero por el circuito para familiarizarme con todas sus rectas y curvas. Pero la verdad es que nunca he tenido problemas para saber dónde estaba. Basta con que me lleves una vez a algún sitio y, por lo general, podré recordar cómo volver.

De pronto, a medida que se acercaban a los despachos, Paula empezó a temblar.

—Quizá esto no sea tan buena idea —comentó.

No sabía lo que Pedro tendría en mente, pero probablemente sería mejor si dejaba las cosas estar, sin más.

—Creía que confiabas en mí, ¿No, Paula? —le preguntó después de detenerse, apoyar las manos sobre los hombros de ésta y mirarla con dulzura a la cara.

Le resultaba difícil organizar sus pensamientos con el calor con el que sus manos le abrasaban los hombros. Así de juntos, lo único que se le ocurría era lo irresistible que era su boca, cuyos labios estaban entreabiertos, como esperando alguna respuesta en forma de beso por su parte.

—Confío en tí —afirmó, después de suspirar. Dios sabe qué deseo o qué locura.

—Bien —dijo Pedro con satisfacción—. Entonces, en marcha.

La tomó por la mano, la llevó hacia el último tramo del pasillo y entró en el despacho de De costa a costa sin llamar a la puerta.

Diana, la productora, estaba sentada en el asiento que hasta hacía muy poco había pertenecido a Sarah y, al otro lado de la mesa, Marcos sostenía un guión entre las manos. Debían de estar comentando los reportajes del día siguiente, pensó Paula. Marcos, al ver quién la acompañaba, convirtió su estupor en amabilidad de inmediato.

—He aquí al héroe de la actualidad —dijo extendiendo una mano—. Soy Marcos Nero, encantado de conocerte.

—Pedro Alfonso. Y no necesitabas presentarte, Marcos. Procuro no perderme De costa a costa —dijo mientras le apretaba la mano tanto que Marcos puso una ligera mueca de dolor—. Un programa muy interesante —añadió.

—Gracias, pero no soy el único que se merece este elogio. Nuestra Paula siempre ha trabajado muy bien.

¿Cómo que «Nuestra Paula»? Hacía bien poco que había hecho todo lo posible por expulsarla del programa y de repente... Pedro rodeó los hombros de Paula con un brazo y la atrajo para sí. Fuera lo que fuera lo que Pedro planeaba, ella ya estaba disfrutando de su estrategia.

—Ya lo creo —afirmó Pedro—. Soy consciente de lo importante que es su contribución al programa. Salvarle la vida es una de las acciones más inteligentes que he hecho en toda mi vida.

Marcos estaba inquieto. Tenía demasiada experiencia como periodista, como para no notar que Pedro estaba tramando algo.

—Entonces, ¿Por qué no querías que nadie se enterara de que la habías rescatado del coche? —decidió preguntar Marcos.

—Eres una persona modesta —intervino Diana—. Por eso preferías mantenerte al margen de los elogios, ¿No es eso, Pedro?

Paula comprendió que tampoco la productora había escapado a la fatal influencia de la mirada penetrante de Pedro. Diana Blake, tan tosca en el habla como la que más, se había derretido nada más ver a Pedro e, incluso, tal vez intentaba coquetear con él. Paula no se lo podía creer: la dama de hierro del equipo de producción, intimidada por un hombre. Increíble.

—Hice lo que cualquiera habría hecho —dijo Pedro desviando la mirada en un gesto de fingida timidez que, sorprendentemente, Diana y Marcos parecieron creerse—. Y eso no me convierte en un héroe.

—¿Entonces no te importó que emitiéramos el reportaje de esta noche? — preguntó con el ceño fruncido, desconfiado.

—¿Por qué había de importarme? No me entusiasma que me conviertan en un héroe cuando no lo soy, ni que violen mi intimidad —respondió—; pero merece la pena si, a cambio, Paula abandona el programa. Ya no puede negarse a aceptar mi oferta, ¿Verdad que no, cariño?

¿Cariño?, ¿Oferta?, ¿Cariño? Paula había convenido confiar en Pedro y seguirle el juego, pero...

La presión del brazo de éste le recordó el acuerdo al que habían llegado. Suspiró: ser una mujer de palabra resultaba complicado en algunas ocasiones. Dibujó una sonrisa en la cara y se acercó cariñosamente al amparo que el cuerpo de Pedro le ofrecía, refugio que le pareció de lo más natural una vez se hubo acostumbrado a él. Y se estaba acostumbrando más rápido de lo que debía.

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