miércoles, 6 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 46

—¿Cuándo vas a encontrarte con ese amigo tuyo? —preguntó él como por casualidad.

—Se llama Pablo, y esta noche cenaré en su casa. Sus padres viven en la isla y nos conocemos desde que éramos niños. Cuando mis abuelos murieron, él estaba en la facultad, así que no nos habíamos visto desde hacía años.

La vió echar la manta sobre la cama, que quedó perfectamente colocada, igual por todos los lados. ¿Cómo hacían eso las mujeres? Se inclinó para remeterla bajo el colchón y sintió que le resbalaba una gota de sudor por la sien al ver el valle entre sus senos. Llevaba una camiseta blanca que se le ajustaba como una segunda piel, metida por dentro de unos pantalones cortos color caqui. Estaba más preciosa que nunca. Sus movimientos llenos de gracia hacían que aquella tarea tan doméstica pareciese casi una coreografía. La piel le brillaba y tenía las rodillas sucias de haber estado arrodillada sobre la tierra. No podía recordar otra ocasión en que la hubiera visto más hermosa.

—No ha tardado mucho en invitarte a cenar —dijo entre dientes.

—A cenar a su casa con su mujer y su hijo —puntualizó ella—. Pablo ha sido siempre como un hermano para mí.

Saber que había una esposa y un hijo de por medio cambiaba la situación. La tensión empezó a desaparecer de su cuerpo e intuyó que incluso era posible que aquel tal Pablo le gustase.

—Yo no había pensado otra cosa —contestó, aunque la verdad fuese precisamente la contraria—. Lo que tú hagas es solo cosa tuya, Paula.

Ella se incorporó y se apartó un mechón de pelo de la cara, qué dejó al descubierto una mancha de tierra que él deseó limpiar con un beso.

—Me alegro de que estemos de acuerdo en algo —estaba poniéndole la funda a una almohada y se detuvo—. ¿Por qué has venido si se puede saber?

Pensó primero en seguir con la interpretación de caballero de brillante armadura, pero al final cambió de opinión.

—Estoy preocupado por lo que Matías pueda descubrir. No es que se trate de un peligro cierto, pero ha habido otras razones para que me decidiera a tomar el avión. Estoy convencido de que aquí estás perfectamente a salvo —añadió rápidamente y luego suspiró—. He venido porque no he podido dejar de hacerlo.

Aquella declaración era lo que ella esperaba y temía a un tiempo.

—Aún no me has dicho por qué.

Su mirada se volvió cruel, pero seguramente era una crueldad dirigida a sí mismo.

—¿Es que necesitas que te lo deletree? —ella asintió y él levantó las manos con las palmas hacia arriba—. Muy bien: pues te deseo, Paula. Sabiendo que estabas aquí, no podía pensar, ni escribir, ni nada.

—¿Por Pablo Marshal?

—No podía pensar que ibas a estar con otro hombre—admitió.

—Ya te dije que era un antiguo amigo.

—Pero tuviste buen cuidado de no mencionar a su mujer y a su hijo —observó—. ¿Por qué lo hiciste?

No lo había hecho a propósito, aunque inconscientemente quizá sí.

—No fue deliberado —contestó a la defensiva.

—Pero querías que viniera.

Pasó la mano por la funda de la almohada, que ya estaba perfectamente estirada.

—Esperaba que lo hicieras, sí.

—Pues aquí estoy. ¿Y ahora qué?

¿Él también quería que se lo dijera? Pues muy bien.

—He intentado convencerme de que estamos mejor separados, pero no lo he conseguido.

Él asintió despacio.

—¿Quieres que volvamos a intentarlo?

—Quiero que... —dejó la almohada sobre la cama y se pasó las manos por la cara—. No sé lo que quiero.

—A lo mejor yo puedo aclararte un poco las cosas.

Incapaz de contenerse ya, se acercó a ella y la abrazó.

Paula seguía sin estar convencida de que eso fuese lo que debía hacer, a pesar de lo bien que se pudiera sentir.

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