lunes, 11 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 55

¿Le estaría haciendo daño? Por el modo en que le clavaba las uñas en la espalda, difícilmente podía ser eso, y cuando la miró a los ojos los vio brillar como estrellas. Tenía la cabeza echada hacia atrás y la respiración entrecortada. Entonces descodificó su protesta, y comprendió que tampoco deseaba ir despacio. Cuando le dió lo que deseaba, y aún más, su nombre se volvió un gemido en sus labios, luego una petición, y luego un sollozo que se perdió en un momento de quietud en el que el tiempo se detuvo, para después volver a la tierra de golpe, estremecido y empapado de sudor.

A Paula le pasaba lo mismo. Toda ella temblaba y tenía una pequeña rojez en el labio superior, donde él la había mordido en un beso demasiado apasionado. No se había dado cuenta de haberlo hecho. Apartó un mechón de pelo de sus ojos y la abrazó preguntándose cómo podía disculparse por haber sido tan bruto. Era la única mujer que podía conducirlo a tal exceso.

—Lo siento —le dijo—. No pretendía ser tan animal.

Ella lo miró. Tenía los ojos húmedos, pero sonreía.

—Ha sido maravilloso. Eres maravilloso.

—¿Quieres decir que no me merezco que me estrangules por haberme comportado como un bruto?

Ella negó con la cabeza.

—Claro que no.

—Pero si me he comportado como un cavernícola.

—Lo mismo que yo —contestó, besándolo—. ¿No eres tú precisamente quien siempre dice que hay que vivir el momento?

—Esta vez lo he hecho.

—Los dos lo hemos hecho —le recordó.

—¿Seguro que no te he hecho daño?

—Claro que no —contestó, sabiendo que solo podía hacerle daño si ella le pedía más de lo que él estaba dispuesto a dar. Y eso solo dependía de ella.

Pedro se incorporó y quedó sentado rodeándose las rodillas con los brazos.

—Cuando era pequeño, estaba tan acostumbrado a tomar lo que necesitaba que a veces me olvido de que las cosas son distintas ahora.

En su voz había un poso de dolor.

—Nosotros nos lo damos el uno al otro.

—Puede que tú lo pienses así, pero yo sé bien cómo me siento.

Ella se incorporó y pasó un dedo por su espalda. Lo vio estremecerse.

—No tienes que preocuparte porque puedan volver a abandonarte —le dijo con suavidad—. No voy a irme a ninguna parte.

—¿Aunque no te he ofrecido una relación para siempre?

—No tienes que hacerlo. Lo que tenemos es suficiente.

Por seductora que fuese la idea, podría aprender a vivir sin la imagen doméstica que había contemplado en casa de Pablo y Jimena.

—Pero yo te dejé —le recordó—. He estado con otra mujer.

¿Por qué sentía aquella necesidad de restregárselo? Para recordarle que nada duraba, ni siquiera el milagro que acababan de compartir. Paula intentó bloquear el dolor que amenazaba con ahogarla.

—Nada de lo que hagas conseguirá que vuelva a rechazarte. Siempre estaré a tu
lado.

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