viernes, 22 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 7

Una semana más tarde, Paula quedó con Karen para tomarse un café en Broadbeach. Intentó no hacer caso a los curiosos que las observaban, precio que debía pagar por aparecer en televisión.

—¿Han decidido las altas instancias quién presentará De costa a costa definitivamente? —preguntó Karen.

—Parece ser que Marcos parte con ventaja, simplemente por el hecho de ser hombre. Si pudiera ofrecer algún reportaje que funcionara bien y captara la atención de los telespectadores...

—Se me ocurre uno —sonrió Karen.

—¿Pedro Alfonso? —Paula denegó con la cabeza—. Le prometí no mencionar que él fue quien me salvó la vida.

—¿Y si al final tienes que decidirte entre no respetar la intimidad de Pedro o despedirte de tu programa?

—Preferiría que no me hicieses ese tipo de preguntas, Karen. Puede que no sea una gran periodista si le doy más valor a mi palabra que a un reportaje; pero el caso es que así es.

—¿Y qué me dices de Pedro?, ¿Qué significa para tí?

—Nada —respondió con contundencia—. Sólo nos hemos visto dos veces y en una de ellas yo no estaba en condiciones de valorar el encuentro.

—Estabas tan conmocionada que viniste disparada a verme para averiguar quién era él —le recordó Karen.

—Está bien, reconozco que me impresionó. Pero Pedro no me ha llamado desde que fui a su casa a darle las gracias.

—¿Quieres que te llame? —la miró a los ojos.

—Claro que no... Bueno, quizá... —vaciló, aunque, en el fondo, su corazón le gritaba que sí, que deseaba volver a sentir la cercanía de Pedro.

No había malinterpretado el destello de sus ojos cuando habían estado juntos. Ella nunca había sentido algo tan intenso, y aquello no tenía que ver con el hecho de que la hubiera rescatado en el accidente. Pedro no tenía su número de teléfono, pero podía localizarla sin problemas en el estudio de televisión. Su silencio le dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—¡Por todos los santos, mujer! ¿Quieres entrar en el mundo moderno, Paula? — preguntó Karen, depositando con fuerza la taza de café sobre la mesa—. Hoy día ya no tienes que esperar a que sea el hombre el que llame. ¿Qué te impide ser tú la que tome la iniciativa?

Karen tenía razón. De hecho, Paula ya había pedido citas a otros hombres en ocasiones anteriores. Sin embargo, por lo que fuera, con Pedro era distinto. No temía que fuera a recibir su llamada de mala manera, sino que no tuviera el menor interés en verla de nuevo. Mientras ella no hiciera nada, siempre le cabría la esperanza de que él se pusiera en contacto. Una pareja de mediana edad las interrumpió para pedirle un autógrafo; turistas, a juzgar por las cámaras fotográficas y las bolsas de mano que llevaban.

—¡Qué contenta se pondrá nuestra hija cuando se lo digamos! —exclamó la mujer después de que Paula les firmara en un papel que ellos le habían entregado.

Luego se marcharon y Paula retomó la conversación con Karen:

—Todavía no entiendo por qué se esconde tanto Pedro. Sé que la popularidad no es siempre agradable; pero estoy segura de que tiene que haber algún motivo más que justifique esa actitud tan reservada.

—Yo sólo sé que en el pasado le sucedió algo que le hizo huir de los focos; de ser el centro de atención. Quizá se cansó de que lo adularan —Karen sonrió—. Debes de ser la única mujer en kilómetros a la redonda incapaz de reconocerlo nada más verlo.

—El automovilismo nunca me llamó la atención —se excusó Paula—. Su cara me sonaba, pero estaba demasiado aturdida como para localizarlo. Hay tantas personas a las que conozco de vista en mi trabajo, que no me pareció extraño.

—Pero no te entran ganas de conocer personalmente a todas esas personas — apuntó Karen—. Reconócelo: Pedro te dejó muy impresionada, lo cual no me extraña, la verdad. Cualquier mujer perdería la cabeza después de que un hombre así le hiciera el boca a boca.

—Yo no perdí la cabeza —se resistía Paula a aceptar—. Además, ¿Por qué estamos hablando de esto? Lo más probable es que no vuelva a saber nada de él en toda mi vida —añadió, sin contar con los caprichos del azar.

—Buenos días, Paula—intervino alguien, hablando en voz baja.

—Pedro—dijo sorprendida.

—Precisamente estábamos hablando de tí —comentó Karen, que se ganó una patada por debajo de la mesa.

—Pedro Alfonso, ésta es Karen Sale. Karen lleva una biblioteca de documentos fotográficos —los presentó Paula.

—¿No nos hemos visto antes? —le preguntó Pedro a Karen con interés.

—Sí, me extraña que te acuerdes. Yo salía con Gabriel Corcoran, que era uno de los que...

—Formaban parte del equipo técnico cuando corría para Branxton —se adelantó Pedro—. ¿Sigues viendo a Gabriel?

—Rompimos hace un par de años. Se puede decir que ahora mismo estoy disponible.

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