viernes, 1 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 36

—Hay teléfono en la casa. No sé cuál es el número, pero mi móvil sigue siendo el mismo.

¿Por qué le había contestado así? Era como si lo hubiese invitado a llamarla. ¿Es que no era capaz de decidir de una vez por todas lo que quería hacer?

—Tengo que irme —repitió, y volvió a ser evidente lo poco que le apetecía marcharse. Su teléfono sonó e hizo una mueca a modo de disculpa antes de descolgar. Debía ser el productor de la tele. Pedro cerró el teléfono—. La programación va con una hora de retraso, así que por ahora no me han echado de menos. ¿Puedo llamarte a la isla para contarte lo que haya descubierto Matías?

¿Es que no la había escuchado? A ella no le importaba lo más mínimo lo que aquel detective tuviese que decir. Solo quería dejar las cosas tal y como estaban, pero ya no tema energía para seguir discutiendo con él.

—Haz lo que quieras —le dijo, cansada, consciente también de que iba a hacerlo de todos modos—.Ya sabes dónde voy a estar.

Saber dónde estaba y estar con ella eran dos cosas muy distintas, pensaba Pedro mientras se encaminaba al estudio, y había descubierto que deseaba la segunda mucho más de lo que debería, y maldijo la reacción física que acompañó a ese pensamiento. «De eso se trata», dijo. «De algo físico». Había tenido montones de relaciones basadas tan solo en eso, y le habían resultado satisfactorias; eso sí, a corto plazo. Y puesto que él no creía en lo duradero, era lo mejor que podía tener. Paula era la primera mujer que le había hecho desear más, esperar más. Lo molestaba sentirse más atraído por ella que nunca. En el clímax de su intercambio sexual, a ella se le había escapado decirle que lo quería y él aún seguía sintiendo el mismo rechazo ante la idea. No quería que lo quisiera, lo mismo que él no quería querer a ningún otro ser humano. Estar con ellos, disfrutar de lo que podían ser el uno para el otro, pero nunca unirse a alguien con lazos que podían romperse con demasiada facilidad.

El amor nunca duraba. Estaba claro. Si hubiera necesitado más pruebas que las que había tenido a su pesar en los primeros años de su vida, le habría bastado con descubrir que Paula le había ocultado el embarazo, y con su negativa a acompañarlo a Estados Unidos. Las mujeres embarazadas podían viajar sin ninguna dificultad. ¿Por qué no podía haber tenido a su hijo allí? Pues porque no había querido, y había utilizado su destino en el extranjero y el bebé como excusa para poner punto final a su relación. Y para colmo, después había aparecido Micaela, que tan pronto le juraba amor eterno como aceptaba sin pestañear la idea de que podía estar mejor. Y no es que se hubiera creído a pies juntillas su devoción, o las lágrimas de cocodrilo que había derramado en su separación. No podía estar tan destrozada si apenas había tardado unas semanas en encontrar a otro.

Curiosamente la reticencia de Paula lo molestaba mucho más que la ruptura con Micaela. El semáforo se puso en rojo y Pedro tamborileó con los dedos sobre el volante. Dar tantas vueltas a las cosas no lo iba a conducir a nada que no fuera un dolor de cabeza. Entre investigar, escribir y promocionar la historia, estaba verdaderamente agotado.

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