viernes, 15 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 64

Se despertó a la mañana siguiente, sorprendida de haber sido capaz de dormir diez horas de un tirón. Pedro ya estaba levantado, así que se vistió con una camisa blanca y unos pantalones azul marino que había metido rápidamente en una bolsa antes de salir de Phillip Island y fue a buscarlo a la cocina. Cuando él le ofreció un trozo de la pizza que había quedado del día anterior, hizo una mueca.

—Para desayunar, no. Tengo algo de fruta en mi bolsa.

—Piensa en las proteínas y carbohidratos que te estás perdiendo.

Sacó una manzana de la bolsa, la limpió en la manga y le dio un mordisco.

—Todos para tí, gracias.

Pedro respiró hondo.

—Paula, siento lo que pasó anoche.

¿El qué?

—Es que estaba tan agotado que me quedé dormido en cuanto puse la cabeza en la almohada. No pretendía olvidarme de tí.

Eso era precisamente lo que ella había pensado y se sintió culpable por haberlo hecho.

—No pasa natía. Yo también me quedé dormida en cuestión de minutos. El día de ayer fue una dura prueba.

Pedro había conectado el teléfono móvil a la red para que se recargara y ella se sobresaltó cuando lo oyó sonar justo a su lado. Él contestó y, segundos después, el trozo de pizza se le caía de la mano.

—¿Pero qué demonios...?

—¿Qué pasa? —se alarmó ella.

Él le pidió silencio con un gesto de la mano.

—¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Estás seguro? No pienso exponerla así si existe la más mínima posibilidad de que se trate de un error.

Pedro la miró y ella no fue capaz de descifrar la expresión de sus ojos. Se había puesto de pie y parecía dispuesto para la acción. ¿Por qué? ¿Qué sería por lo que no quería a pasar? Se apoyó contra la mesa como si las piernas no lo sujetaran.

—Entonces debe ser cierto. Salimos ahora mismo para allá.

—¿Qué? —repitió ella cuando colgó.

 Respiraba tan agitadamente como un corredor de atletismo al cruzar la meta.

—Tenemos que irnos —dijo, tirando de su mano—. Te lo explicaré por el camino.

—¿Por qué no puedes decírmelo ahora? —insistió, pero él tiró de su brazo insistentemente, salieron fuera y se metieron en el coche de Matías.

El límite de velocidad de la carretera quedó olvidado y Paula se temió oír las sirenas de la policía en cualquier momento.

—¿No puedes ir más despacio? ¿Adónde vamos?

—Fabián Fine ha aparecido en casa de su mujer. Parece ser que estaba allí cuando Matías fue a la casa, pero había obligado a su mujer a que no se lo dijera a nadie.

Afortunadamente ella consiguió ir a casa de un vecino para llamar a Matías.

—¿La ha agredido?

—Peor. Mucho peor. Ha tomado un bebé como rehén.

—¡Oh, no! —la idea de que alguien pudiese utilizar a un bebé indefenso como escudo la ponía enferma, pero no comprendía qué podía tener que ver con Zeke o con ella—. Pero no pensarás que tú eres responsable de eso, ¿No?

—Más de lo que te imaginas.

Tenía que haber algo más.

—Ya basta, Pedro. ¿Qué más hay?

Pedro reaccionó casi demasiado rápido, y la repentina desaceleración la lanzó contra él.

—No hay un modo fácil de decirte esto, pero el bebé que tiene retenido puede ser Bautista.

Ella se tapó la boca para ahogar un grito.

—No puede ser. Bautista está muerto. Yo lo tuve en mis brazos.

—Tuviste en los brazos a un recién nacido, pero lo más seguro es que se tratara del hijo de los Fine, no del nuestro.

La voz de Pedro era glacial y al tocarlo descubrió que estaba helado.

—¿Y la prueba de ADN?

—Fine la alteró. Guando su mujer insistió en que se la hiciera, tomó muestras de sangre de otro hijo fruto de una relación anterior y cambió la fecha de nacimiento para que encajara con la del bebé. Su mujer se quedó satisfecha, pero solo al principio, porque al parecer últimamente Fabián se ha venido comportando de un modo tan extraño que empezó a sospechar que el niño no era hijo suyo, así que a espaldas de Fabián, le volvió a hacer la prueba de ADN, que confirmó que no era su hijo. Y como el nuestro fue el único que nació al mismo tiempo, tiene que ser Bautista.

—Dios mío... —el mundo entero empezó a darle vueltas y se aferró al brazo de Pedro. Su hijo estaba vivo—. Tenemos que hacer algo.

—Para eso estamos aquí. Fabián ha preguntado por nosotros y no vamos a defraudarlo.

Aquella vez sí que fueron interceptado por un coche patrulla, pero cuando Pedro se identificó y le explicó la situación, el oficial les fue abriendo camino entre los demás coches. La casa de los Fine estaba al otro lado de la ciudad y tardaron casi cuarenta minutos en llegar a una velocidad de vértigo. Al llegar, se encontraron con la calle bloqueada por unos cuantos coches de policía y vigilada por cámaras de televisión y periodistas.

—¿Cómo han llegado tan deprisa? —preguntó mientras los escoltaban entre la gente.

—Los escáner que sintonizan la frecuencia de la policía —contestó en tono áspero, lo cual demostraba que le estaba costando tanto como a ella enfrentarse a aquella situación.

Paula le dió la mano y él se la apretó. Pasara lo que pasase, estaban juntos en aquello. Un policía se acercó a ellos con una mujer. Paula la reconoció inmediatamente.

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