miércoles, 20 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 3

—Cuando tu cámara me vió prestándote auxilio, se fue en busca de algún médico —le comentó Pedro, en cuclillas junto a ella—. Deberías dejar que te hagan una exploración rigurosa. No parece que te hayas roto nada, pero estás muy sofocada y tienes la respiración entrecortada.

Le entraron ganas de echarse a reír. Los síntomas que describía no se habían manifestado hasta que él no había empezado a resucitarla. ¿Qué le estaba ocurriendo? Quizá, después de todo, sí estuviera algo aturdida por el accidente.

—Sí, es posible que tengas razón —convino Paula.

Volvió a cerrar los ojos, en un intento de organizar sus desconcertados sentimientos. Al abrirlos, una mujer salió de una ambulancia y se agachó junto a ella. Pedro había desaparecido.

—El hombre que estaba conmigo... ¿Ha visto adónde se ha ido? —preguntó temblorosa, invadida por un sentido de pérdida irrecuperable.

—¿Se refiere al que llevaba la cámara? —preguntó la doctora mientras le tomaba el pulso a Paula—. Está con el resto de su equipo.

¿Lo habría soñado?, ¿Sería Pedro un producto de su conmocionada imaginación? Le parecía imposible que un completo desconocido la hubiera impresionado tanto en tan sólo unos pocos minutos. ¿Qué le había hecho, aparte de cuidarla y besarla sin descanso, mientras fingía practicarle el boca a boca? Sintió un escalofrío.

—¿Tiene frío? —le preguntó la doctora preocupada.

—Estoy bien, en serio —le aseguró Paula.

Leandro y el resto del equipo se acercaron a ella y le comunicaron que podían alojarse en la casa de un amigo.

—¿Seguro que estás bien? —se interesó Leandro.

—Los de la ambulancia me han examinado y dicen que no me pasa absolutamente nada —insistió Paula, que sólo temía por su cordura. ¿Por qué estaba tan ansiosa por encontrar algún rastro de aquel hombre al que jamás había visto hasta ese día? Por inútil que pareciera, estaba decidida a intentar localizarlo—. No se preocupen por mí. Me reuniré con ustedes en el estudio en cuanto me ocupe de un asunto personal —le prometió a su equipo.

Los despidió y se quedó de pie, ensimismada en sus pensamientos. Si alguien podía ayudarla a saber algo más de su misterioso héroe, ésa era Karen Sale. Karen dirigía la biblioteca con más documentos fotográficos de la costa y siempre le había proporcionado a Sarah cuanta información había necesitado.

—¿Te das cuenta de que ese hombre podría estar de paso? Tal vez ni siquiera viva en Australia —señaló Karen, después de que Paula hubiera terminado de referirle su aventura.

—Lo sé —suspiró ella—. Y no se me ocurre por dónde empezar a buscarlo. Pero tengo que encontrarlo y darle las gracias por haberme sacado del coche. Probablemente me haya salvado la vida.

—¿Sólo quieres darle las gracias? —le preguntó su amiga con perspicacia.

—Bueno, puede que no sólo eso —luego dió un sorbo al té que le había preparado Karen—. Reconozco que ese hombre me intriga.

—¿Profesional o personalmente?

Paula vaciló. Había estado repitiéndose que sólo se trataba de una curiosidad meramente profesional; pero en ese momento, al ser Karen quien le formulaba la pregunta, comprendió que aquello no era cierto.

—Ambas —confesó.

—Al menos eres sincera contigo misma. Eso es bueno... Tal como me pintas a tu desconocido, podría merecer la pena intentar encontrarlo. Aunque tu descripción es muy vaga y podría corresponder a la de muchos fortachones de la Costa Dorada.

—Pero no todos se llamarán Pedro—apuntó Paula.

—Si es que ése es su verdadero nombre —replicó Karen.

Paula se apretó las sienes. La cabeza le dolía por los golpes del accidente. De pronto, recordó otro detalle.

—Su pelo es muy particular —dijo con los ojos cerrados, procurando así atrapar la imagen de su cabello—. Tiene un mechón canoso a cada lado de la cabeza.

Cuando abrió los ojos, Karen estaba sonriendo.

—Así que mechones canosos, ¿No? ¿Por qué no has empezado por ahí? —luego fue en busca de un catálogo fotográfico y rebuscó entre diversas carpetas hasta dar con un sobre marrón. Acto seguido, sacó la foto de un hombre con el pelo moreno y las sienes plateadas, todo vestido de negro—. ¿Es él?

Paula creyó que se le pararía el corazón. Tomó la foto de Karen y la estudió cautivada por aquellos ojos azules que parecían estar seduciéndola. Era Pedro. Llevaba un casco en una mano y estaba de pie, con traje de cuero, ligeramente apoyado sobre el sillín de una moto espectacular. Cuadraba con la imagen de decisión y autoridad que Sarah se había formado de él.

—Sí, es Pedro—dijo con la garganta seca.

—Lo sabía. En cuanto has dicho lo de los mechones plateados... Son... eran su marca. Se llama Pedro Alfonso y a esos mechones debe el apodo de «Relámpago», por el que se le conocía cuando corría en alta competición. Si no me equivoco, ha sido cinco veces campeón del mundo de automovilismo.

Paula resistió el impulso de estrechar aquella foto contra su pecho, sin atreverse a preguntarse cuáles serían los motivos de tal reacción. El hombre le había salvado la vida. Era normal que estuviera emocionada, ¿No?

—¿Me la puedo quedar unos días? —le preguntó de todos modos.

—¿Para qué están las amigas? Cuando me la devuelvas, asegúrate de anotarme su número de teléfono en la parte de atrás.

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