miércoles, 20 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 2

Fuera cual fuera la respuesta de Paula, ésta se ahogó por el estruendo de una explosión. Se quedó sin respiración cuando Pedro se tumbó sobre ella para protegerla de las llamaradas de su coche. Una gran lengua de fuego trepó hacia el cielo y el viento les dió una bofetada de aire caliente. Paula bajó la cabeza y se ocultó instintivamente, recostándose sobre sus potentes hombros. Una algarada de gritos y chillidos acompañó a la explosión y todos se dispersaron a todo correr, presos del pánico. Paula cerró los ojos con fuerza y sintió el cálido y fuerte abrazo de Pedro.

—No pasa nada. Estás conmigo.

A pesar de su desconcierto, Paula supo que lo había dicho en serio. Pedro no permitiría que nada le hiciera daño, lo cual la ayudó a relajarse. El ruido de las sirenas era ya ensordecedor. Los vehículos de rescate iban llegando y los bomberos intentaban sofocar las llamas del coche. No acertaba a saber si tardaron segundos o minutos en tener el fuego bajo control. Lo irreal de la situación la había hecho perder la noción del tiempo. En cualquier caso, extinguieron poco a poco el fuego, que había consumido el coche de Paula hasta convertirlo en un montón de chatarra. Pedro la ayudó a sentarse. Estaba pálida, pero ya había pasado lo peor.

—Lo que importa es que estás bien —afirmó Pedro.

—Muchas gracias por todo —replicó ella.

—Encantado de haberte sido útil —le lanzó una sonrisa tan especial que Paula sintió un extraño cosquilleo en el estómago—. ¿Ibas al estudio con un reportaje calentito?

Se dió cuenta de que Pedro estaba intentando darle conversación, para que no pensara en la escena tan terrible que acababa de vivir.

—No pretendía que fuera tan calentito —respondió, mirando de reojo los restos de su humeante coche—. Venía de realizar un reportaje en Sunville, sobre la energía solar.

—¡Qué casualidad! Yo vivo en Sunville —comentó Pedro. Luego hizo una pausa—. ¿Cómo vas a volver a casa?

—Primero tendré que pasar por el estudio. Por suerte, el cámara y los de iluminación no se han visto envueltos en el accidente, así que podré marcharme con ellos.

¿Eran imaginaciones suyas o parecía Pedro aliviado por no tener que acercarla a casa? Le resultó perturbador pensar que así era. Curiosamente, no le apetecía dejarlo marchar. No estaba segura de si se debió al hecho de pensar que Pedro desaparecería de su vida tan bruscamente como había entrado, o a que Leandro se acercaba a ella cámara en mano, pero, de pronto, se sintió algo mareada.

—No mires ahora —le dijo a Pedro, intentando sobreponerse a su desfallecimiento—; aquí viene uno de mis hombres con la cámara grabando. Debe de haber decidido que somos parte de un reportaje.

Pedro giró sus azules ojos hacia el cámara que se aproximaba y luego miró a la multitud que se había reunido alrededor de ellos. Efectivamente, Leandro parecía dispuesto a incluir el accidente en la edición de De costa a costa de esa misma noche.

—¿Quieres que esto se grabe? —le preguntó Pedro.

—No estando con este aspecto —respondió Paula.

Su rubia melena rizada estaba enredada y toda su ropa estaba sucia y rasgada.

—Yo tampoco. Así que sólo hay una solución.

—¿Se puede saber qué...?

Pero antes de terminar la pregunta, Pedro le cubrió la boca con sus labios. Daba igual que no le hubiera consultado, pues de nada le habría servido intentar resistirse. Habría sido tan inútil como darse cabezazos contra un muro.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó cuando Pedro se separó.

—Te estoy reanimando con el boca a boca —respondió, para volver a posarse sobre sus labios.

Le resultaba difícil hablar si cada dos por tres sus bocas tenían que rozarse. Y la ponía nerviosa que la estuviera besando aquel hombre. En otras circunstancias, habría podido disfrutar de un contacto tan sensual; pero allí, tirados en medio de la carretera...

—Sé que no quieres que Leandro te filme; pero, ¿De veras te parece necesario hacer esto?

—Salvo que se te ocurra una idea mejor —respondió.

El suave soplo de su respiración sobre sus femeninos labios y la calidez y la proximidad de su cuerpo imposibilitaban por completo razonar con tranquilidad. Cerró los ojos, pero pronto se dio cuenta de que aquello era un error, pues sólo servía para concentrarse en las maniobras de su improvisado médico, apartando cualquier otro estímulo exterior. Creía que perdería el sentido y, a pesar del accidente, sabía que éste no sería la causa de su desmayo.

—¿Crees que has conseguido disuadir a Leandro de que nos filme? —le preguntó cuando sintió que Pedro se relajaba.

—Estaba demasiado ocupado como para observar lo que él hacía; pero creo que sí. No es muy normal que en vuestro programa salgan imágenes de personas recibiendo primeros auxilios. Serían demasiado explícitas para lo que soléis ofrecer.

—Esperemos que tengas razón.

—En cualquier caso, teníamos las caras bien escondidas; así que tranquila: tu imagen está intacta.

Y tu anonimato está asegurado, pensó Paula. Bueno, aquel hombre le había salvado la vida probablemente, se dijo. Si no quería darse a conocer, no sería ella quien lo presionara para que apareciera en televisión. Le debía eso y mucho más.

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