miércoles, 13 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 56

Pedro la miró. ¿Podría ser cierto?

—No viniste conmigo a Estados Unidos —le recordó, preguntándose otra vez por qué diablos tenía que colgarse de aquellas ideas viejas.

Seguramente buscaba seguridad contra el dolor.

—No habría funcionado —contestó ella con tristeza—. Tan pronto como te hubieras enterado de lo del bebé, me habrías pedido que me casara contigo, y al final hubieses terminado odiándome por ello.

—Nunca podría odiarte.

—Pero no habrías podido aguantar la presión. Puede que ni siquiera hubieras aguantado al niño.

Él movió la cabeza.

—Por desgracia tengo experiencia más que de sobra en lo que supone ser un hijo no deseado para hacerle pasar por eso mismo.

—Pero no habrías podido soportar haberte visto obligado a hacer algo que no querías.

Y seguirías sin soportarlo, se dijo.

—Así que decidiste ejercer de buena y esperarme en casa.

—No fue deliberado. No tenía modo de saber que ibas a volver.

—¿Esperabas que lo hiciera?

Nunca había dejado de esperarlo, reconoció, aunque se las había arreglado para no pensar en ello. Asintió.

Pedro apoyó la espalda sobre su pecho con la sensación de no poder respirar.

—Eres un regalo para mí, Paula. Yo...

Pero no continuó la frase, consciente de que estaba a punto de cruzar una frontera que nunca antes había traspasado. Dos palabras era todo lo que necesitaba pronunciar, pero era consciente de que con ellas cambiaría todo, y no estabapreparado para eso.

—Pues los regalos son para abrirlos —dijo ella.

Él se echó a reí, casi de alivio.

—No queda mucho envoltorio.

—Pero sí sorpresas.

Aquella vez fue ella quien lo hizo tumbarse, y quien disfrutó enormemente del lugar al que podía llevarlo con sus besos y sus caricias. Ver cómo se estremecía de necesidad fue maravilloso para ella; fue algo que la llenó de amor. Si aquello era todo lo que Pedro y ella iban a tener, estaba decidida a hacer que fuese sensacional.



Paula estaba acostumbrada a despertarse y encontrar vacío el lado de Pedro, así que cuando abrió los ojos y vio la ropa echada hacia atrás, sonrió. Seguramente estaría escribiendo algo que se le había ocurrido durante la noche. Entonces lo recordó todo. Estaban en la casa de Phillip Island y habían conseguido por fin llegar a la cama cuando el amanecer pintaba ya el cielo de otro color. En aquel momento eran ya más de las ocho. No estaría mal tomarse una taza de café, pensó, mirando hacia la puerta del dormitorio como si a Pedro fuese a ocurrírsele traerla, pero como no fue así, se levantó, se puso una bata y fue a la cocina. ¿Pedro?

Nadie contestó. Al mirar por la ventana vió que su coche de alquiler no estaba. ¿Qué estaba pasando?, se preguntó, angustiada. No le había pedido que permaneciera a su lado para siempre, pero eso no quería decir que fuese a tolerar que la abandonara a la mañana siguiente sin tan siquiera un beso de despedida. Entonces vió la nota apoyada en la puerta del microondas. Una llamada lo había puesto al corriente de nuevos hechos relacionados con el caso del tráfico de niños.

Paula frunció el ceño. No debía preocuparse, añadía la nota, pero él iba a tomar el vuelo de las doce y media para Sidney y había pensado que ella estaría mucho más segura allí. La llamaría más tarde. ¿Más segura? Un estremecimiento acompañó al recuerdo del hombre del que Pedro le había hablado, el marido de Jesica que era partero en el hospital. Según la investigación de Pedro, había resultado que tenía un problema mental. ¿Sabría que Pedro andaba tras él? ¿Qué podía temer que hiciera si lo descubría?

No hay comentarios:

Publicar un comentario