miércoles, 13 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 57

La rabia eclipsó el miedo. Así que iba a llamar más tarde, ¿Eh? ¿Y qué se suponía que debía hacer ella mientras tanto? ¿Sentarse junto al teléfono hasta que él recordara que existía? Debería haberle contado lo que pasaba y darle la oportunidad de quedarse o volver con él. Típico de Pedro. No estaba preparado para comprometerse con ella, pero sí para organizarle la vida. De pronto, se detuvo. ¿Sería aquel comportamiento cierta clase de compromiso por su parte que hablase más claro aún que las palabras? Entonces recordó lo que le había dicho la noche anterior.

—Eres un regalo para mí, Paula. Yo...

¿Yo qué? ¿Yo te quiero? El corazón se le aceleró. No se lo había dicho, ni iba a hacerlo. ¿Por qué atormentarse entonces? Pero ¿y si se lo había demostrado de otra manera que ella no había sido capaz de ver?

Estaba de vuelta en el dormitorio vistiéndose antes casi de haber tomado la decisión en su cabeza. Aún era pronto, y él tenía que recorrer la misma distancia que ella hasta Melbourne, pero ella conocía mejor la carretera. Si no perdía ni un minuto y se saltaba unos cuantos límites de velocidad, podía alcanzarlo aún antes de que volviera a Sidney.
Su vuelo estaba ya embarcando cuando llegó a todo correr al aeropuerto de Tullamarine. Afortunadamente la salida se había visto retrasada por un pasajero. Tener una cara conocida ofrecía algunas ventajas, y así fue como consiguió plaza en el vuelo, precisamente junto a Pedro, al otro lado del pasillo. Él estaba leyendo el Melbourne Age y no la vió sentarse, y cuando por fin bajó el periódico y miró a su alrededor, su expresión se volvió tormentosa.

—¿Qué demonios haces aquí?

—Volver a Sidney contigo. Después de lo de anoche, no podía soportar quedarme en la isla sin tí.

Había alzado deliberadamente la voz y varias cabezas se volvieron hacia ellos. Pedro parecía azorado y furioso al mismo tiempo, y algunos de los otros pasajeros parecían envidiarlo.

—No tienes ni idea de lo que has hecho —protestó.

—Te equivocas. Tengo dolores en músculos que ni siquiera sabía que existían.

—Sabes perfectamente que no me refiero a eso.

Las miradas de envidia se volvieron sonrisas, pero el ceño de Pedro las hizo desaparecer rápidamente detrás de las páginas de los periódicos.

—Mi contacto en el hospital se ha encontrado con unos documentos mal archivados que pueden ayudarme a echarle el guante a cierta persona.

—¿No deberías dejar que se ocupara la policía?

—Mi contacto no está dispuesto a hablar con nadie más, y quiero echarle el guante cuanto antes porque, teniendo en cuenta su estado mental, esa mujer puede ser capaz de cualquier cosa.

Paula sintió que el corazón le daba un vuelco y tocó su brazo.

—Espera un momento. ¿Estás buscando a una mujer?

Él asintió.

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