lunes, 18 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 66

La negociadora, una mujer que rondaba los treinta años, no parecía haber ganado terreno. Seguramente debía ir con calma, se dijo Paula, pero la mujer presintió su hostilidad.

—Es normal que se quiera entrar cuanto antes con las armas en la mano, pero siempre es mejor hablar antes y convencer al secuestrador que entrar a tiros.

La serenidad de la mujer surtió el efecto deseado.

—Es muy duro...

—Lo sé. Si ese niño fuese hijo mío, me sentiría igual que usted.

Temblando, Paula la acompañó a un coche de policía usado como escudo entre los oficiales y la casa. Pedro se colocó a su lado, agachados todos. La negociadora le entregó un megáfono.

—Hable por aquí. Él la oirá dentro de la casa.

—¿Qué le digo?

—Dígale quién es. Él ha preguntado por usted.

—¿Y qué quiere de mí?

—Piensa que quiere arrebatarle al niño, y está convencido de que si usted nos dice que el bebé no es suyo, la creeremos.

El megáfono le resbaló de la mano.

—No puedo aceptar eso.

La negociadora volvió a ponérselo en la mano.

—Y no va a ser así. Solo tiene que seguirle el juego por el momento y que sea él quien hable. ¿Está dispuesta a intentarlo?

Sintió la mano de Pedro en su hombro, lo miró y él asintió para animarla. Respiró hondo.

—Estoy lista.

—Adelante, pero intente no decir nada que pueda molestarlo. Si lo necesita, presione este botón. Lo que diga no se oirá.

Paula respiró hondo. Todo aquello parecía irreal.

—Fabián, soy Paula Chaves. ¿Qué quiere de mí?

La negociadora sonrió. Al otro lado de la calle, la puerta principal de la casa se abrió despacio y asomó el rostro delgado de un hombre.

—Acérquese hasta que yo pueda verla.

Paula fue a levantarse, pero la negociadora se lo impidió.

—No puede salir ahí.

—Por supuesto que no —dijo Pedro—. Si alguien va a acercarse a él, seré yo.

—Nadie va a ir a ninguna parte —dijo la negociadora, poniendo una mano en su hombro.

—Entonces, déjeme hablar con él.

La negociadora asintió y Paula le pasó el megáfono.

—Fabián, soy Pedro Alfonso. Soy quien ha escrito sobre lo del hospital.

—Ya lo sé. Yo no he robado a esos niños.

—Lo sabemos. Por eso quiero hablar contigo, para que me cuentes tu versión de la historia.

—¿Se puede saber qué haces, poniéndote de su lado? —lo reprendió Paula.

—Está haciendo exactamente lo que hay que hacer —contestó la negociadora—. El objetivo es que todo el mundo salga vivo de esta historia, cueste lo que cueste.

—Fabián, ¿Me oyes? —volvió a hablar Pedro.

—Te oigo, pero no te creo. He leído los periódicos, y dicen que tú eres el padre de mi hijo.

—Yo nunca he dicho que fuese el padre de Joaquín—contestó, eligiendo con cuidado las palabras.

—Eso díselo a mi mujer y a la policía.

—Ya se lo he dicho. ¿Qué más puedo hacer?

—Dile a tu amiga que se lo diga ella también. Luego se van  todos y nos dejan en paz a  mi familia y a mí.

—Primero tienes que dejar al bebé. Luego hablaremos.

—¡No vas a llevarte a mi hijo! —gritó.

Un llanto agudo les llegó desde dentro de la casa y Paula se tragó las lágrimas. Su hijo estaba llorando y ella tenía que acudir a su lado. Diez meses de pensar que lo había perdido habían adormecido su instinto maternal, pero en aquel momento se levantó.

—¿Es que no lo oyes? —se lamentó cuando Pedro tiró de ella y la obligó a agacharse de nuevo.

—Claro que lo oigo —contestó, y volvió a conectar el megáfono—. El niño parece enfadado, Fabián. Al menos déjanos llevarte un poco de comida para él.

—Aquí hay mucha, pero está fría y no la quiere.

La negociadora se pasó un dedo por la garganta para que cortase la comunicación.

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