lunes, 25 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 14

«Y que te cunda», pensó mientras se disponía a salir del estudio. No bien se hubo desmaquillado y puesto ropa de calle, empezó a comprender la trascendencia de su decisión. Tuvo que recostarse sobre una pared para tomar aliento. Había tirado por la ventana la mejor oportunidad que se le había presentado en toda su carrera como reportera, y se había quedado en el paro. Tenía ahorros para salir adelante durante un tiempo; pero no le sería fácil fichar por otra cadena después de salir de la suya por la puerta trasera. Nadie creería que había dimitido por una cuestión de ética, por negarse a trabajar para un hombre más rastrero que una rata de cloaca. Marcos dejaría que todos pensaran que ella se había rendido al no poder competir con él en la lucha por el programa.

Su madre suspiraría martirizada y la compararía desfavorablemente con sus hermanas, Isabel y Delfina. No emplearía muchas palabras, pero le dejaría bien claro que no había logrado estar a la altura de ellas. Frustrada, le dió un puñetazo a la pared. ¿Por qué no habría nacido en una familia normal, en la que el hecho de ganarse la vida decentemente se consideraría ya un logro? Tendría que decírselo a sus padres antes de que éstos se enteraran de todo por la dudosa versión que ofrecerían los periódicos. Estaba segura de que no iban a compartir ni comprender su forma de pensar. Pero estaba esquivando lo principal. Podía afrontar a su familia, tal como había hecho tantas otras veces en el pasado. Pero le resultaba más doloroso imaginar el daño que la intromisión de Marcos podía haberle hecho a Pedro. ¿De qué le serviría asegurarle que ella no había tenido nada que ver? Independientemente de lo que Pedro pensara de ella, ya no se podía reparar el daño.

Paula suspiró apenada. Justo cuando acababa de conocer a un hombre que la apreciaba por su forma de ser, tenía que suceder algo así. Por un momento pensó en marcharse antes de que él llegara a recogerla. De alguna manera, sabía que Pedro no dejaría de ir por ella, por muy enfadado que estuviese. Pero no quería ser cobarde. Lo recibiría con la cabeza alta, soportaría los reproches que Pedro le hiciera y fingiría no sentirse desolada por estropear aquella relación que los había unido. Fingir era la única forma que se le ocurría de mantener intacta su autoestima. Si le hacía saber lo mucho que había deseado que su relación hubiese tomado un rumbo más íntimo, acabaría con el corazón destrozado. Cuanto antes aceptara que no podría tener a Pedro, menos sufriría inútilmente. Pero una cosa era decirse lo que debía hacer y otra muy distinta era aceptarlo de verdad.

Fue hacia el vestíbulo en que Pedro la estaba esperando y, a juzgar por su expresión, era evidente que éste había visto el último reportaje. Tenía un gesto duro, implacable, y su boca parecía un látigo furioso en medio de su cara. Pero, sobre todo, eran sus ojos los que revelaban la tormenta interior que lo azotaba. Sarah cerró los ojos, dispuesta a soportar cualquier crítica. Pedro, en cambio, se limitó a decir:

—¿Estás lista? Pues venga, vámonos. El coche está fuera.

Situada en el asiento del copiloto de su Branxton, se giró para mirarlo a los ojos. El silencio le resultaba mucho peor que todas las acusaciones juntas.

—Adelante, dilo.

—Que diga, ¿Qué? —preguntó evitando su mirada.

—Lo que estás pensando. Probablemente me lo merezca. Ahora todo el mundo sabe dónde vives... y yo tengo la culpa.

—Tú no elegiste sufrir aquel accidente de coche —dijo sin arrancar aún el coche.

—Quizá deberías haberme dejado dentro —comentó ella, sorprendida por aquella pequeña concesión de Pedro.

—Me tienes que conocer muy poco, porque si no, sabrías que eso que has dicho es una estupidez —contestó.

Paula estaba dispuesta a aceptar cualquier acusación.

—Es que quizá soy estúpida —se criticó—. Quizá debería haber hecho yo el reportaje... entonces sería yo quien, quizá, se quedara con el puesto de presentador de De costa a costa, en vez del estúpido de Marcos Nero —añadió con la voz quebrada.

—¿Qué quieres decir con que deberías haber hecho tú el reportaje? —le preguntó mirándola directo a los ojos—. ¿El reportaje no era tuyo?

—Marcos se enteró de todo por sus propios medios —explicó tras denegar con la cabeza— y me sorprendió mientras el programa se emitía en directo.

—¡Vaya! —le lanzó una mirada llena de dulzura—. Supongo que ocultar mi identidad no te beneficiará mucho cuando decidan a quién le dan ese puesto de presentador que tanto ansías.

—Mucho no, desde luego —respondió, con ganas de echarse a reír, a pesar de su desasosiego—. No sólo no seré la presentadora del programa, sino que me acabo de quedar en el paro. He dimitido después de esta jugarreta.

La mirada de Pedro le inundó el cuerpo de adrenalina y, durante un segundo, pensó en lanzarse a sus brazos y dejarse besar otra vez. De pronto había comprendido que, después de hacerle el boca a boca, no había estado conmocionada por el accidente, sino por la sensación que había experimentado de encontrar un hogar en los labios de Pedro, como si en vez de un encuentro con un desconocido, el suyo hubiera sido el reencuentro de dos viejos amantes.

—Me niego a que Nero se salga con la suya —afirmó Pedro, desaparecidos los vestigios de su enfado.

—No irás a hacer alguna locura, ¿No? —preguntó, mientras lo imaginaba ajustándole las cuentas a Marcos.

—Depende de lo que entiendas por locura. Sígueme —respondió, al tiempo que salía del coche, cerraba su puerta y sacaba a Paula con una firmeza incontestable.

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