viernes, 22 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 9

—Pero hay que grabar las promos... los avances que salen por televisión; y hay que montar los reportajes y escribir los guiones —explicó Paula. Suspiró—. Tranquilo, no eres el primero que piensa que, como el programa dura una hora, sólo trabajo una hora al día.

—Me he relacionado con los medios de comunicación lo suficiente como para no caer en ese error —le aseguró Pedro—. Pero creía que hoy le tocaba presentar a Marcos Nero; que se turnaban...

La halagó comprobar que Luke estaba al corriente de su actividad profesional. En realidad, no tenía ninguna importancia, lo sabía todo el mundo; pero el hecho de que él lo hubiera advertido la agradaba.

—El programa de esta noche forma parte de un telemaratón con fines benéficos y lo vamos a presentar juntos excepcionalmente —explicó Paula.

—No te atrae mucho la idea, ¿No?

—No aguanto a ese tío. Quiere lograr el puesto fijo de presentador y hará cualquier cosa por conseguirlo —dijo en tono despectivo.

—¿Y tú no?

Sintió que se estaba ruborizando. Ojalá Pedro no pensará que ella era tan ambiciosa e implacable como Marcos Nero.

—También quiero el puesto —admitió—. Pero prefiero ganármelo haciendo méritos, en vez de haciendo la pelota y trepando a costa de los demás.

—¿No crees que Nero se merezca el puesto?

—Por supuesto que es válido y se lo merece —concedió Paula—. Pero sus reportajes no respetan la ética profesional en muchas ocasiones.

—Entonces me alegro de haberte sacado a tí del coche, en vez de a Marcos.

—¿Habrías estado igual de dispuesto a hacerle a él el boca a boca? —preguntó Paula sonriente.

—Digamos que no habría sido tan... placentero —respondió con una sinceridad que la hizo estremecerse de... ¿Agradecimiento?

Pedro sabía de sobra los efectos de sus palabras y acciones desde el momento en que la había besado por primera vez. Notó que la sangre le sonrojaba las mejillas y deseó hallarse en el estudio de televisión, protegida con una buena capa de maquillaje. Pero allí, como siempre que no trabajaba, iba casi a cara lavada.

—¿Paula? —le preguntó con suavidad.

—Eh... está bien, ¿Qué hay de comer? —acertó a decir confundida, refugiándose tras la enorme carta de los menús que tenía el restaurante. Así, oculta tras los menús, escuchó una risilla de Pedro—. ¿Se puede saber qué es tan gracioso? —le preguntó furiosa.

—Tú —dijo señalándola con el dedo—. La experimentada reportera de televisión todavía es capaz de sonrojarse. Es toda una sorpresa.

—No me he sonrojado —negó con fiereza—. Es el sol, que...

—El sol —repitió él—. Seguro que es el sol, y no pensar en abrazarnos y besarnos, en dejarme saborear el néctar de tu deliciosa boca.

—Para —susurró, mirando alrededor para asegurarse de que nadie los oía. De lo contrario, aquel romántico encuentro acabaría apareciendo en todos los periódicos locales al día siguiente—. Por si no lo recuerdas, te hice un favor, permitiendo que me hicieras el boca a boca para ocultar tu identidad ante las cámaras. Podría haberme puesto a gritar para que todos se fijaran en nosotros. Lo sabes.

—¿Y por qué no gritaste? —preguntó, apoyando las manos sobre la mesa.

—No sé.

—Claro que lo sabes: no gritaste porque te gustó. Las dos veces. Y ahora te estás preguntando cuándo será la próxima vez que podamos volver a besarnos... a ser posible, sin tener que sacarte de nuevo de un coche a punto de explotar.

—Eres increíble —dijo asombrada—. ¿No serás, por casualidad, de los que afirman que quien salva la vida de una persona se convierte en el dueño de ésta?

—En absoluto —respondió con calma—. Pero todavía no me has contestado. ¿Por qué no gritaste, Paula? O mejor, directamente: ¿Quieres que volvamos a vernos?

Estaba desconcertada. Ahora que le estaba proponiendo una nueva cita, no estaba segura de qué debía responder. No había dejado de pensar en Pedro desde que él la había salvado; pero eran personas de ideas y valores completamente dispares.

—Creía que odiabas ser el foco de atracción —contestó, evitando una respuesta directa.

—Esto no tiene nada que ver con ser el foco de atracción. Quiero formar parte de tu vida, no de tu programa de televisión.

—Mi vida y mi trabajo vienen a ser una misma cosa.

—Pero no tiene por qué ser así —Pedro le quitó la carta de los menús para mirarla a los ojos—. Las personas somos más que nuestro trabajo, Paula. Hubo un tiempo en que creía que yo no era nadie si me quitaban mi coche, la fama y la competición; pero cuatro años apartado de los circuitos, llevando una vida normal, me han enseñado que no es así. Lo único que importa es la estima en que cada uno se tenga; no los títulos de automovilismo ni los programas de televisión.

—Eso cuéntaselo a mis padres —repuso con acritud—. Por primera vez en mi vida se sienten orgullosos de mí, debido exclusivamente al trabajo que estoy haciendo.

—Pues más tontos son ellos —aseguró Pedro—. Deberían haberse sentido orgullosos de ti nada más tenerte, por el mero hecho de ser tú misma.

—Ésa es una buena teoría —afirmó Paula tras una carcajada—. Pero cuando tienes unas hermanas como las mías, hace falta mucho más para ganarse el respeto de la familia. Mi hermana Delfina es top model y la mayor, Isabel, es la estrella actual de la escena política de Canberra.

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