lunes, 4 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 45

—¿Pero la conociste?

Paula se llevó la mano a la frente, intentando aclarar unos recuerdos que afortunadamente estaban borrosos.

—Yo..., sí, la conocí. Era una noche terrible porque había ocurrido un tremendo accidente de tráfico que casi paralizó a la ciudad. Una buena parte del personal del hospital no pudo marcharse, así que todo el mundo andaba doblando turnos. Cuando Jesica Fine y yo ingresamos, descubrimos que tanto su médico como el mío iban a retrasarse. Hablamos de la suerte que habíamos tenido de poder llegar a tiempo al hospital y no habernos visto implicadas en el accidente, aunque las dos estábamos nerviosas porque íbamos a tener que parir solo con las comadronas —frunció el ceño—. Intentó tranquilizarme diciéndome que una de esas comadronas era precisamente un familiar suyo.

Su cuñada, pensó Pedro.

—Matías también me dijo lo mismo —le confirmó—. Fue él quien encontró el historial psiquiátrico.

—Me sorprende que permitan a alguien así trabajar en un hospital.

Él se encogió de hombros.

—Puede que no lo sepan, si falsificó su curriculum.

—¿Y crees que eso puede significar algo?

—Seguramente no, pero Matías le está siguiendo la pista. Si hay algo de lo que preocuparse, nos lo dirá.

—Tú debes pensar que sí lo hay; si no, no estarías aquí.

Estuvo a punto de decirle que lo que lo había impulsado a presentarse allí era algo tan saludable como unos celos a la vieja usanza, pero como si se lo decía podía querer sacarlo de la casa por una oreja, decidió no hacerlo.

—Lo que me contaste de la isla me gusto tanto que cuando Matías se ofreció a cuidar de Mungo, decidí venir a conocerla. Si de verdad no quieres que me quede, puedo irme a un hotel.

—Eso es lo que deberías hacer —contestó ella tras un largo e incierto intervalo—. Esta situación no es buena para ninguno de los dos.

—¿Es que dos amigos no pueden compartir una casa sin tener complicaciones?

Ella no podría compartir nada con Pedro sin tener complicaciones. Le estaría bien empleado que de verdad lo hiciera marcharse a un hotel. Pero verlo tan tenso y cansado la decidió.

—Voy a prepararte otra habitación.

Pedro la siguió por el pasillo.

—Puedo prepararla yo, si me dices dónde están las cosas.

—Es que no te creas que yo lo sé —le contestó mientras sacaba del armario sábanas, almohada y mantas.

—Esa es mi habitación —le dijo cuando él hizo ademán de querer abrir la puerta.

Con su mirada parecía preguntarle por qué tenían que preparar otra cama, pero Paula cerró la puerta con firmeza y continuó hasta la siguiente habitación. Ya era tarde cuando recordó que ese dormitorio y el de ella compartían el mismo cuarto de baño. Se detuvo, pero no abrió la puerta.

—¿Y qué le pasa a esta? —preguntó Pedro.

Puesto que él no sabía lo del cuarto de baño compartido, la habitación solo podía interesarle por ser contigua a la suya. ¿Cómo habría podido llegar a pensar que serían capaces de compartir una casa como amigos? Se imaginó a sí misma despierta en la cama, pendiente de todos los ruidos que él hiciera mientras se desnudaba para acostarse, conociendo sus movimiento tan bien como conocía los propios. ¿Seguiría colocando las monedas sueltas que llevaba en los bolsillos formando pequeñas torres al quitarse los pantalones?

—La habitación del fondo es más grande y tiene un baño propio.

Él esbozó una sonrisa. Había adivinado sus pensamientos.

—Esta me vale. No voy a pasar mucho tiempo en ella.

La mano se le quedó pegada al pomo de la puerta y lo miró a los ojos, pero no encontró nada en ellos.

—Pasarás en ella toda la noche —le dijo en voz baja.

Afortunadamente él no contestó, pero siguió donde estaba, de modo que a Paula no le quedó más remedio que entrar y preparar la cama. Él se colocó al otro lado y la ayudó a hacerla, como otros cientos de veces había hecho.

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