viernes, 29 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 22

—¿Y tu equipaje? —preguntó Paula, sin poder evitar sonreír, consciente de que ya se había rendido.

—Tengo una muda en el coche. Por lo demás, en este hotel podré encontrar todo cuanto necesite —respondió—. Entonces, ¿Te quedas?

Un suspiró la delató. Y antes de que pudiera decir nada, un discreto golpe a la puerta anunció la llegada de un botones que cargaba con las pertenencias que ambos tenían en el Branxton de Pedro, las cuales parecían una islita en medio de la inmensidad de la entrada. Luego entró un camarero con una bandeja de canapés de caviar, dos copas delicadísimas y una botella de champán metida en un cubo de hielo.

—Nosotros nos servimos, gracias —se despidió Pedro del sonriente camarero, al que  él le había dado una generosa propina.

—¿No irás a decirme que esto ha sido idea del hotel?

—No: se me ocurrió que podíamos celebrar nuestra nueva sociedad —comentó en referencia al proyecto de su biografía.

Luego descorchó la botella de champán y lo vertió en las burbujeantes copas.

—Porque tu libro sea un éxito —brindó Paula alzando su copa.

—Nuestro libro —la corrigió—. Y por mi intrépida colaboradora, que se ha atrevido a adentrarse en un terreno de mi vida al que nadie antes había osado asomarse.

—Tengo que llamar a mis padres y contarles lo que ha pasado antes de que se enteren por los periódicos —dijo después de dar un sorbo y colocar la copa en el carrito.

—Es decir, teniendo en cuenta que la prensa ya ha acampado en mi casa, antes de mañana mismo —comentó Pedro, apuntando con el índice hacia un teléfono que había en el recibidor—. Puedes llamar desde aquí o, si prefieres intimidad, también hay teléfonos en los dormitorios... A no ser que quieras que hable yo con ellos — añadió provocativamente.

—Gracias, pero las cosas ya están bastante liadas —repuso sintiendo un incómodo calambre en el pecho.

—Y no hace falta que sepan que estás conmigo, ¿No es eso? —añadió Pedro.

—No estoy... contigo —dijo Paula a la defensiva, estremecida por el tono tan íntimo que había empleado él.

—Claro que estás conmigo. Mira a tú alrededor: estás conmigo, no hay nadie más. Y estamos compartiendo la mejor suite de un hotel —señaló él.

—Tal como tú mismo has dicho, hay espacio y no tendremos que compartir prácticamente nada —le recordó—. Por cierto, ¿Cuánto tiempo se supone que vamos a tener que estar aquí escondidos? No tengo ropa más que para un par de noches.

—Digo yo que dos noches bastarán para que los periodistas se cansen de hacer guardia delante de nuestras casas —respondió. Luego se acercó a ella, que era justo lo último que Paula deseaba... o lo primero. Había bebido el champán demasiado rápido y no lograba pensar con claridad—. ¿Tan terrible te resulta pasar dos noches en este sitio tan maravilloso?, ¿o sigo siendo yo el problema? Como mascota mayor, te prometo que nunca me sobrepaso. Claro que si en realidad lo que sucede es que no confías en tí...

—Tranquilo. No te quepa duda de que sabré comportarme —afirmó, sin imaginar que Pedro tergiversaría sus palabras.

—¡Vaya! Espero que de veras te portes muy bien conmigo. ¿Cuándo empezamos?

—Ya sabes lo que quiero decir —espetó alterada por su proximidad.

Si Luke seguía en ese plan, pasar la noche allí iba a ser toda una odisea. Era consciente de lo vulnerable que era estando al lado de... aquella irresistible mascota. Paula pensó que tal vez le habría resultado más sencillo hacer frente a los periodistas que la esperaban en su casa. Era curioso: éstos, deseosos de inventar historias sobre Pedro y ella, los habían forzado a pasar la noche juntos, haciendo que la ficción se tornara realidad.

—Los llamaré desde el dormitorio —pretextó para alejarse de la perturbadora presencia de Pedro.

—Elige el que quieras. A mí me da igual uno que otro —le ofreció.

Paula agarró su bolsa y subió a todo correr las escaleras, sabedora de que Pedro observaba cada uno de sus movimientos. Escogió el mejor dormitorio; pero no por su amplitud, sino porque era el que estaba más alejado de los demás. Tenía que hacer todo cuanto estuviera en su mano por poner distancia entre Pedro y ella si no quería sucumbir y...

No podía llamar a sus padres hallándose en tamaño estado de excitación; de modo que decidió sacar las cosas de su bolsa y explorar el dormitorio para calmarse. Mientras lo recorría, fue pasando la mano por sillas tapizadas en terciopelo, suaves cortinas de diseño y un exquisito juego de porcelana. Sin duda, lo que más le gustó a Paula fue su mullida cama, con sus cojines y su edredón, todos en tonalidades azules. Había un ventanal con una puerta de doble hoja que daba acceso a una terraza muy coqueta, en la que se podía disfrutar de la suave brisa del anochecer y, supuso, de unas puestas de sol espléndidas. Estaba tan a gusto fuera que se resistía a volver al interior. Sin embargo, y aunque no le hiciera excesiva ilusión, tenía que telefonear a sus padres. Se habían alegrado tanto al enterarse de su trabajo como presentadora de De costa a costa, que le daba miedo comunicarles ahora su dimisión. Se vió reflejada en uno de los cristales del ventanal y sonrió. Cualquiera pensaría que aún era una niña de dieciséis años, en vez de una mujer adulta e independiente de veintiséis. Con todo, le disgustaba tener que renunciar a la aprobación de sus padres, aunque ésta se fundara en cuestiones laborales.

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