miércoles, 27 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 19

¿Era eso lo único que quería de ella?, se preguntó Paula mientras se dirigían hacia el estacionamiento. No se engañaba: sabía de sobra que no aceptaba aquel trabajo por motivos profesionales exclusivamente. Una parte de ella deseaba desesperadamente mantener una relación estrecha con Pedro. De hecho, si era sincera consigo misma, deseaba mucho más de su relación con él, motivo por el cual tenía que pensar con detenimiento su decisión.

Ocultarse en la casa en la que Pedro se escondía, lo cual sería necesario para la buena marcha y redacción del libro, no contribuiría sino a que los medios de comunicación se olvidaran de ella. Al final, cuando la biografía saliera a la venta, toda la publicidad se centraría en él y nadie se fijaría en Paula. Y no es que la molestara qué él acaparara toda la atención, pues, al fin y al cabo, se trataba de su vida; pero, ¿Quién se acordaría de ella, quién le ofrecería algún trabajo cuando terminara con la biografía de Pedro? Nadie. Para Pedro sería diferente. Él podía promocionar el libro y luego volver a esconderse en cualquier parte. A él no le pasaría nada porque lo olvidaran. Pero, para Paula supondría un suicidio laboral.

—¿No te estarás arrepintiendo de haber dimitido? —le preguntó Pedro cuando hubieron llegado al coche.

—Puede que lo haga cuando tenga tiempo para pensar al respecto —respondió sorprendida. ¿Le había leído la mente?—. Aunque ya empezaba a cansarme de De costa a costa.

—Entonces, ¿Por qué te esforzabas tanto por conseguir ser la presentadora? —le preguntó después de abrirle la puerta del coche.

—Era una oportunidad y tenía que pelear por ella.

—Sobre todo porque tu rival se llamaba Marcos Nero.

—El resto del equipo estará encantado conmigo por haberlos dejado a las órdenes de ese indeseable —dijo Paula con ironía.

—Siempre pueden decirle lo que piensan de él y marcharse como has hecho tú.

—¿Por eso abandonaste tú el automovilismo? ¿Había alguien por encima de tí a quien no aguantabas? —preguntó expectante.

Pedro siguió mirando la carretera. Iban hacia el norte, hacia algún restaurante poco conocido: típico de él.

—Fueron muchos los motivos que me hicieron dejar la competición — respondió con vaguedad.

—Quizá deberías contarme lo que sucedió antes de que decida si escribo tu biografía o no —lo presionó.

—¿Para que puedas decidir si seré útil o no a tu carrera?

—Reconoce que no es justo que tome una decisión tan importante a ciegas — contestó tras denegar con la cabeza—. Además, tendrás que decírmelo más tarde o más temprano.

—Quizá prefiera más tarde —replicó Pedro.

—Entonces quizá deberías buscarte a otra persona para que escriba tu libro — espetó, decepcionada por lo poco que Pedro confiaba en ella.

—Cuando digo «más tarde», no quiere decir indefinidamente más tarde. Compréndelo: para mí tampoco es fácil desvelar los secretos de mi vida.

Paula lamentó haberlo acosado. Puede que no fuera falta de confianza en ella, sino rechazo, en general, a tener que publicar su biografía.

—Quizá no sea tan buena la idea de cenar —comentó, aunque en el fondo no deseaba separarse de él.

—Tenemos que comer. Además, ya hemos llegado.

Pedro se detuvo frente a un modesto restaurante italiano, situado entre un quiosco de prensa y un videoclub. A juzgar por la fachada del local, parecía un lugar muy acogedor. Encima de la puerta había un rótulo en el que se podía leer Mamá. Entraron. La mayoría de las mesas estaba ocupada por italianos. Una de las mesas tenía un cartel de «reservado». Pedro avanzó hasta llegar frente a unas cortinas, las corrió y allí apareció una mujer muy pequeña que irradiaba vitalidad.

—Creía que me habías olvidado —dijo la mujer en tono de fingido reproche, después de darle un abrazo a Pedro.

—Mamá, ésta es Paula. Paula, mamá es la dueña de esta casa de locos —las presentó Pedro.

Paula tuvo la impresión de que la estaba examinando y, por suerte, Mamá pareció darse por satisfecha con ella y le dió otro abrazo.

—Bienvenida. Hacía mucho tiempo que Pedro no me presentaba a ninguna mujer —comentó Mamá—. Venga, siéntate. Y no mires la carta. Deja que te elija un menú especial —añadió quitándole la carta de las manos.

—¿Es tu madre? —le preguntó Paula a Pedro cuando la mujer se hubo retirado.

—Es la madre de un amigo de cuando corría —le explicó—. Todos la llamamos Mamá. Y tú le has causado muy buena impresión.

—¿Cómo lo sabes?, ¿por el abrazo?

—No: porque sólo a unos pocos clientes les ofrece su menú especial.

Paula, mientras saboreaba una antología de los platos más deliciosos de la cocina italiana, consiguió relajarse. Además, el resto de los clientes no les estaban prestando ninguna atención, motivo por el cual, sin duda, se sentía Pedro tan cómodo en aquel restaurante. Mientras degustaban una suculenta fuente de mariscos, él le contó que el hijo de Mamá había fallecido en un accidente de coche.

—Estuvo en coma varias semanas y yo estuve casi todo el tiempo a su lado. Después de aquello, Mamá me adoptó como su segundo hijo. No veo mucho a mis padres, así que viene bien tener una segunda familia cerca.

—¿Nunca pensaste en volver a casa después de retirarte?

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