lunes, 25 de junio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 12

—Es una historia en la que estoy trabajando —respondió enigmático.

—¿Sobre?

Una de los encargadas del maquillaje cubrió el cuello de Marcos con una tela y éste se encogió de hombros, cerró los ojos y dejó que la maquilladora hiciera su trabajo, dando la conversación por terminada.

Paula cerró los ojos también e intentó relajarse mientras le aplicaban una máscara de maquillaje que soportara los focos de la televisión. Lo que quiera que Marcos tuviera en mente, sin duda, tenía como objetivo mejorar su imagen ante las altas instancias. Paula sólo esperaba que, al mismo tiempo, no pretendiera arruinar la imagen de ella. ¿Y qué si sucedía eso?, ¿tanto le importaba? Se sorprendió tanto al hacerse esas preguntas que no pudo evitar hacer un movimiento brusco.

—Perdón —le dijo a la maquilladora, que había puesto un gesto de fastidio.

Trató de relajarse de nuevo. Pedro la había hecho replantearse la importancia de aquel programa y de la popularidad. ¿Por qué no se habría ahorrado sus comentarios? Pero, en vez de enfadarse con él, se sintió ansiosa por verlo en cuanto terminara el programa. ¿Qué sucedería esa noche? Tal vez ella lo invitara a su casa después de tomarse un café y cenar. Paula vivía en la playa Mermaid, a pocos minutos del estudio, y su terraza tenía una vista al mar espléndida. ¿Hacía cuánto que no invitaba a un hombre a su casa? En realidad, desde que había empezado a intervenir en De costa a costa, se había ocupado más de asegurarse de que nadie la siguiera a casa. Pero Pedro era diferente. «Quiero formar parte de tu vida; no de tu espectáculo», le había dicho en un tono que había sonado sincero. De pronto se quedó helada: era, desde hacía años, el primer hombre que la apreciaba por ser ella misma, y no por su trabajo.

—¡Paula, por favor!

La protesta de la maquilladora devolvió a Paula a la realidad. Había abierto los ojos justo mientras le estaba dando la sombra. Paula se obligó a comportarse y, poco después, el trabajo de maquillaje finalizó. Se levantó de la silla y se disculpó una vez más.

—Tengo muchas cosas en la cabeza —se justificó.

Marcos ya estaba en el plató, sonriente, en el asiento que ella solía ocupar, acaso en un intento de ponerla nerviosa e incitarla a protestar.

Paula pensó en Pedro, en su forma de ver aquel mundo del espectáculo, y sonrió. Se sentó en el otro asiento sin la menor muestra de contrariedad y disfrutó con la expresión sorprendida de Marcos. No lograría ponerla nerviosa. Al menos no ese día.

Ese día Paula tenía un ángel de la guarda protegiéndola y aconsejándola. Un ángel que, sospechaba Sarah, tenía nombre y apellido: Pedro Alfonso. Dado que no aparecían nunca juntos en De costa a costa, y dado que tenía que compartir la pantalla con ella excepcionalmente, Marcos intentó aprovechar cualquier oportunidad para robarle protagonismo a Paula. Leyó los chistes que le tocaban a ella, cambió el orden de los diálogos, obligándola a improvisar, y dejó en el aire comentarios graciosos que centraron la atención de la cámara. Después de tres cuartos de hora de pelea constante, Paula tenía ganas de asesinar a Marcos y necesitó de toda su profesionalidad para seguir sonriente, tratándolo con amabilidad. Sólo el hecho de pensar en su cita con Pedro la mantenía calmada. Marcos parecía decepcionado al fracasar en su intento de desestabilizarla.

—Espero que disfrutes con el último reportaje. Paula—le comentó durante un corte publicitario—. La verdad es que deberías haberlo escrito tú.

Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, Marcos le desveló el contenido del reportaje y ella se quedó de piedra. No, no podía hacerle una cosa así. Pero se la había hecho. No le quedaba más remedio que aguantar sentada junto a Marcos mientras éste anunciaba públicamente que Pedro había sido quien la había rescatado; palabras éstas que fueron acompañadas por las imágenes que Leandro había tomado del accidente, y por un montaje con carreras del circuito profesional en las que había intervenido Pedro cuatro años atrás.

Mantuvo la compostura a pesar del disgusto. Primero pusieron unas imágenes de una competición celebrada en Japón y luego dieron un primer plano de los ojos de Pedro, la única parte de la cara que tenía al descubierto, protegida la cabeza por un pasamontañas y un casco. Paula contuvo la respiración angustiada mientras veía el reportaje y descubría lo cerca de la muerte que Pedro había estado en multitud de ocasiones, tomando aquellas curvas cerradísimas a velocidad de vértigo. Se le borró la visión al verlo descender de su coche y subir al centro del podio con todos los honores del campeón. Mientras tanto, Marcos hablaba para las cámaras:

—Todos nos preguntamos por qué este misterioso guerrero de la carretera, recluido en su casa de la Costa Dorada, se retiró cuando tenía el mundo a sus pies. Y entre nosotros tenemos a una persona con sobrados motivos para agradecer la presencia de Pedro Alfonso en la Costa Dorada. De no ser por la decidida intervención del campeón de automovilismo, tal vez Paula Chaves no estaría con nosotros para darnos más detalles sobre su misterioso héroe. ¿Paula?

—Estoy muy sorprendida, Marcos—reaccionó al verse enfocada por la cámara, sin prestar atención a las líneas que, en teoría, debía decir. Aquello era precisamente lo que Pedro había querido evitar—. Pedro no quería que los medios de comunicación lo ensalzaran por haberme salvado la vida. Por supuesto, le estoy muy agradecida y, por suerte, he tenido ocasión de manifestarle mi agradecimiento personalmente. Estoy segura de que comprenderás que no dé más detalles.

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