lunes, 4 de junio de 2018

No Estás Sola: Capítulo 43

Pedro sonrió, a pesar de su estado de ánimo.

—Anda, lárgate y déjame trabajar un rato.

Cuando Matíasse hubo marchado, Pedro abrió su agenda electrónica, pero no la encendió. No podía escribir pensando en Paula y en lo que estaría haciendo con ese tal Pablo. Sabía que estaba celoso, aunque la fuerza del sentimiento lo alarmaba. A juzgar por la testosterona que sentía navegar por su cuerpo, si Pablo Marshal apareciese en aquel momento frente a él, le retorcería el pescuezo. Era curioso que no hubiera sentido lo mismo por el hombre con quien se emparejó Micaela después de marcharse. Las páginas de sociedad se habían hecho eco de su relación y a él no lo había preocupado lo más mínimo. Pero el hombre que Paula había mencionado tan despreocupadamente lo estaba molestando como una carie en una muela. Seguramente se debía a que cuando se habían tenido tantas relaciones en la vida como había tenido él, se aprendía a pelear por lo que era de uno, se dijo para justificar su reacción. Entonces, ¿Qué demonios hacía allí plantado, dejando que otro hombre intentase robarle a Paula?



Paula estaba a cuatro patas en el jardín de la casa, intentando rescatar unos cuantos bulbos de primavera que corrían peligro que quedar ahogados por las alegrías. Los propietarios de la casa pagaban a un jardinero para que cortase el césped y mantuviera controladas las malas hierbas, pero nadie se preocupaba de aquellos pequeños trabajos. Ya había despejado un poco los gladiolos, que dentro de unas semanas estarían espectaculares. Además, hacía un día maravilloso que invitaba a estar fuera. Tendría que comprarse unos guantes, pensó, mirándose las uñas llenas de tierra. Además, se había arañado la muñeca con un rosal. No se había roto aún ninguna uña, pero era solo cuestión de tiempo. Y no se trataba de vanidad, sino de que su apariencia era para ella el modo de ganarse la vida.

—¿No se me habría ocurrido imaginarte de jardinera —le dijo alguien con una voz que le sonó tremendamente familiar.

El corazón le dió un salto y se puso de pie rápidamente, tanto que a punto estuvo de aplastar las flores que con tanto cuidado había arreglado.

—Pedro, ¿qué estás haciendo aquí?

—Tú me invitaste.

Qué gracia. Era curioso, pero no lo recordaba.

—Recuerdo haber hablado del número de habitaciones de la casa —aclaró.

Él se encogió de hombros.

—Qué más da. Además, hasta ahora siempre nos ha bastado con una.

Ella tiró el escardador que había estado utilizando y quedó clavada en la tierra como si fuera un cuchillo.

—Eso cuando la compartíamos —le dijo.

Pedro se volvió hacia la casa.

—Una casa como esta debe tener al menos dos dormitorios. Y una vista espectacular, desde luego.

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