miércoles, 18 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 26

–Al parecer no se ha tomado bien la noticia –dijo él.–No se lo había contado. Iba a hacerlo y al entrar le ví ahí en el suelo.¿Cómo es que tienes una de esas máquinas?

–¿El desfibrilador? Lo tenemos en todos nuestros hoteles. Uno en recepción y otro en el gimnasio. A veces también en el campo de golf. Nuestro personal está entrenado para utilizarlo. Nunca se sabe cuándo podrían salvar una vida.

Hubo algo en su tono de voz que la llevó a mirarle más detenidamente,pero su perfil no revelaba lo que estaba pensando.

–Pedro...

–Pensándolo mejor, ¿Por qué no vamos a ver si alguien puede contarnos algo? –Pedro abrió la puerta y frunció el ceño al darse cuenta de que Baltazar estaba dormido–. No hay necesidad de despertarle. Luis puede quedarse con él y avisarnos cuando se despierte.

Se acercó al Lamborghini que había llevado Luis y tras hablar con él, el hombretón se sentó al lado de Baltazar.

–No se preocupe. En cuando el pequeño mueva un músculo la llamaré.

Dividida en sus responsabilidades, Paula permitió que Pedro la guiara haciaurgencias.Cuando atravesaron las puertas de cristal de la entrada le escuchó respirar con dificultad. Le miró de reojo y vió la tensión en sus anchos hombros. Ahora estaba segura de que estaba pensando en su padre. No conocía los detalles, solo que fue de repente y que resultó devastador para la familia Alfonso. Pedro estaba en el colegio, y su hermano mayor, Federico, en la universidad en Estados Unidos.Y ahora estaba otra vez en un hospital por culpa de las circunstancias. La entrada de un Alfonso en el hospital fue suficiente para que el personal entrara en ebullición. El cardiólogo había reunido a su equipo y quedaba claro por el nivel de actividad que no se iban a escatimar esfuerzos para salvar a su abuelo.

Paula recordó con tristeza que su hermano había sentido celos de la habilidadde los ricos y poderosos hermanos Alfonso para abrir puertas con solo una mirada.Lo que no entendía era que se habían ganado el estatus y la riqueza trabajando duro. No exigían el respeto de los demás, se lo habían ganado.Y en aquel instante estaba agradecida de su poder y su influencia.Significaba que su abuelo estaba siendo atendido por los mejores.La conversación con el cardiólogo fue breve, pero bastó para confirmar sus sospechas. Su abuelo estaba vivo gracias a la intervención de Pedro. Aquella certeza añadió confusión a su cerebro. No quería estar en deuda con él, pero al mismo tiempo una parte de ella se sentía orgullosa de que el padre de su hijo hubiera salvado una vida.Les llevaron a una salita reservada para los familiares, y aquel ambiente impersonal y clínico acrecentó su sensación de desolación. Tal vez Pedro lo sintiera también porque no se sentó, se quedó de pie dándole la espalda y mirando por la ventana hacia la ciudad. Esperó a que se marchara, pero al ver que no lo hacía, la buena opiniónque tenía sobre él empezó a resquebrajarse. El resentimiento fue creciendo a cada segundo que pasaba.

–No tienes por qué quedarte. No estará en posición de escucharte durante un tiempo.

Pedro se dió la vuelta.

–¿Crees que me he quedado para poder darle la noticia? ¿Tan inhumano crees que soy?

La ferocidad de su tono de voz la sobresaltó.

–Dí por hecho que... entonces, ¿Por qué estás aquí?

Él la miró con ojos incrédulos.

–¿Tienes más familia para que te apoye?

Sabía que no. Aparte de su hijo, lo que quedaba de su familia estaba ahora luchando por sobrevivir en la unidad de cuidados intensivos.

–No necesito apoyo.

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