miércoles, 18 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 28

–Nonno –trató de mirarle a los ojos para tranquilizarle, pero su abuelo no la estaba mirando a ella. Estaba mirando a Pedro.Y Pedro no apartó la vista ni parecía en absoluto incómodo.

–Nos has dado un buen susto –murmuró acercándose a la cama conseguridad.

–Alfonso–la voz de su abuelo sonaba débil y temblorosa–. Quiero saber cuáles son tus intenciones.

Se hizo un largo silencio y Paula le dirigió a Pedro una mirada suplicante, pero él no la estaba mirando. Dominaba la sala. El poder de su cuerpo atlético suponía un cruel contraste con la fragilidad del hombre que estaba en la cama.

–Tengo la intención de ser un padre para mi hijo.

El tiempo se detuvo. Paula no podía creer que hubiera dicho aquello.

–¡Ya era hora! –los ojos de su abuelo brillaron con furia en su pálido rostro–. Llevo años esperando que hagas lo correcto. Ni siquiera me estaba permitido pronunciar tu nombre –miró a Paula y luego tosió débilmente–. ¿Qué clasede hombre deja embarazada a una mujer y la deja sola?

–Un hombre que no lo sabía –respondió Pedro con frialdad–. Pero que ahora pretende rectificar ese error.

Paula apenas oyó la respuesta. Estaba mirando fijamente a su abuelo.

–¿Qué? –le espetó él–. ¿Creías que no lo sabía? ¿Por qué crees que estaba tan enfadado con él?

Ella se dejó caer en la silla más cercana.

–Bueno, por...

–Creías que era por ese estúpido trozo de tierra. Y por tu hermano –su abuelo cerró los ojos– . No le culpo por eso. Me he equivocado en muchas cosas.En muchas. Ya está, ya lo he dicho. ¿Contenta?

Paula sintió que se le encogía el corazón.

–No deberías estar hablando de esto ahora. No es el momento.

–Siempre tratando de suavizar las cosas. Siempre buscando que todo el mundo se quiera y se lleve bien. No la pierdas de vista, Alfonso, o convertirá a tu hijo en una nenaza.

Su abuelo empezó a toser mucho y Paula llamó al timbre. La habitación se llenó de personal en un instante, pero él los echó a todos con impaciencia. Seguía teniendo la mirada clavada en Pedro.

–Solo hay una cosa que quiero saber antes de que me inyecten más medicina y me quede grogui –murmuró con voz ronca–. Quiero saber qué vas a hacer ahora que lo sabes.

Pedro no vaciló.

–Voy a casarme con tu nieta.



Odiaba los hospitales. Pedro apretó la taza de plástico con la mano y la dejó caer en la papelera.El olor a antiséptico le recordaba la noche en que su padre murió, y durante un instante se vió tentado a darse la vuelta sobre los talones y salir de allí.Pero entonces pensó en Paula, que hacía guardia vigilando a su abuelo hora tras hora. Todavía estaba furioso con ella. Pero no podía acusarla de no ser leal a su familia. Y no podía dejarla sola en aquel lugar.Maldiciendo entre dientes, se dirigió a la unidad coronaria de cuidados intensivos que tan malos recuerdos le traía. Ella estaba sentada al lado de la cama con aquellos ojos verdes clavados en el anciano como si quisiera transmitirle energía por la mirada.Nunca había visto una figura tan solitaria en su vida.O tal vez sí, pensó con tristeza al recordar la primera vez que la vió en la cabaña de pescadores. Algunas personas buscaban automáticamente compañía humana cuando estaban tristes. Paula había aprendido a sobrevivir sola.

–¿Qué tal está?

–Le han dado un sedante y algo más, no sé qué. Dicen que las veinticuatro primeras horas son cruciales –tenía los delicados dedos entrelazados con los de su abuelo–. Si se despierta, se enfadará porque le esté tomando la mano. Nunca ha sido cariñoso.

Pedro se dió cuenta entonces de que la vida de aquella mujer giraba entorno al hombre que estaba en la cama y al niño dormido en el coche.

–¿Cuándo comiste por última vez?

–No tengo hambre –Paula no apartó la mirada de su abuelo–. Voy a ir a ver cómo está Balta.

–Acabo de ir a verle. No se ha movido. Luis y él están dormidos.

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