miércoles, 4 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 7

–Entonces dame de comer y lo seré. Prepárame la cena.

«Prepárame la cena». A Paula le temblaron las manos un instante. Pedro sehabía ido sin mirar atrás. Eso podía soportarlo, porque aparte de aquella únicanoche de sexo inconsciente no habían compartido nada. El hecho de quea pareciera constantemente en su sus sueños no era culpa de él. Pero que apareciera allí y le ordenara que le hiciera la cena como si su regreso fuera algo que había que celebrar...Su audacia le cortó la respiración.

–Lo siento. El becerro de bienvenida no está en el menú esta noche. Yahora lárgate de mi cocina, Pedro. Giuliana se encarga de las reservas y esta noche estamos llenos. Y mañana por la noche también. Y cualquier otra noche en la que quieras cenar en mi restaurante.

–¿Giuliana es la rubia guapa? Me he fijado en ella al entrar.

Por supuesto que se había fijado, eso no era ninguna sorpresa. Lo que la sorprendió fue la punzada que sintió en el pecho. No quería que le importara a quién se llevara aquel hombre a la cama. Nunca había querido que fuera así, y el hecho de que sí le importara la aterrorizaba más que nada. Había crecido sabiendo que sentir algo por alguien significaba dolor.«Nunca te enamores de un siciliano», fueron las últimas palabras que su madre le dijo antes de salir por la puerta para siempre. Paula tenía entonces ocho años.Asustada por sus sentimientos, se dió la vuelta y terminó de cortar el ajo,pero lo hizo con movimientos inseguros.

–Es peligroso sostener un cuchillo cuando te tiemblan las manos.

Pedro estaba de pronto detrás de ella, demasiado cerca para sucomodidad. Y sintió cómo se le aceleraba el pulso porque aunque no la estuvieratocando sentía su poder y cómo su cuerpo respondía a él. Era algo inmediato y visceral y estuvo a punto de gritar de frustración porque no tenía sentido. Eracomo salivar ante una comida que sabía que le sentaría mal.

–No estoy temblando.

–¿No?

Una mano fuerte y bronceada cubrió la suya y Paula se vió  trasladada al instante a la oscuridad de aquella noche, a su boca quemando sobre la suya, sus dedos expertos recorriéndola sin piedad mientras la volvía loca.

–¿Piensas en ello?

No necesitó preguntarle a qué se refería. ¿Que si pensaba en ello? Dios mío, no sabía cuánto. Lo había intentado absolutamente todo para borrar de su mente el recuerdo de aquella noche, pero siempre estaba con ella. Era una cicatriz sensual que nunca se curaría.

–Levanta tu mano de la mía ahora mismo.

Pedro apretó con más fuerza los dedos.

–Dejas de servir cenas a las diez. Hablaremos entonces.

Era una orden, no una invitación. Y la seguridad con que la dió alimentó las llamas de su ira.

–Mi trabajo no termina hasta que el restaurante cierra.Trabajo muchas horas, y cuando acabo me voy a la cama.

–¿Con ese chico de ojos de cachorro que trabaja para tí ? ¿Ahora juegas a no arriesgarte, Paula?

La pregunta le pilló tan de sorpresa que se dió la vuelta para mirarle y el movimiento la acercó a él. El suave roce de su piel contra la dureza de su muslo desencadenó una respuesta aterradora.

–A quien invite a mi cama no es asunto tuyo.

Sus ojos se encontraron un instante, como si reconocieran en privado lo que nunca habían hecho público. Paula observó cómo su mirada se volvía más oscura. Un sentimiento dormido empezó a despertar dentro de ella, una respuesta que no quería sentir por aquel hombre. Nunca supo lo que podría haber sucedido en ese instante porque Giuliana entró y cuando Paula vió a quién traía estuvo a punto de gritar en señal de advertencia. Pero ya era demasiado tarde. La suerte estaba echada. Porque Pedro ya se había dado la vuelta con el ceño fruncido para localizar la fuente de la interrupción.

–Ha tenido una pesadilla –dijo Giuliana acariciando al niño pequeño que sollozaba en sus brazos–. Le dije que le traería con su mamá porque ya has terminado de cocinar por esta noche.

Paula se puso recta, incapaz de hacer nada excepto esperar a que los acontecimientos se desencadenaran.En otras circunstancias se habría alegrado de ver a un Alfonso en estado de shock. Pero se jugaba demasiado, así que retuvo el aire en los pulmones mientras observaba el rápido cambio de registro en el rostro de Pedro.Su inicial irritación dió paso al asombro mientras miraba al niño que lloraba con hipidos extendiendo los bracitos hacia Paula.Y ella lo tomó en brazos, por supuesto, porque su bienestar le importaba más que cualquier otra cosa.Y entonces ocurrieron dos cosas.Su hijo se quedó mirando con curiosidad al desconocido alto y moreno que estaba en la cocina y dejó de llorar al instante.Y el desconocido alto y moreno se quedó mirando aquellos ojos oscuros casi idénticos a los suyos y palideció como un fantasma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario