lunes, 30 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 49

A Paula se le oscureció la mirada. Pedro vió cómo tragaba saliva y luego miraba a Baltazar, que les observaba a los dos fijamente.

–Tu departamento no es el lugar adecuado para criar a un niño de esta edad.No te comas eso –le dijo al niño quitándole la arena de la mano y tomándole en brazos.

–Estoy de acuerdo contigo, y por eso no vamos a vivir en el departamento.

–Has dicho que nos íbamos a casa.

–Tengo cinco casas –Pedro se preguntó cómo podía seguir deseándola tanto después de una noche de sexo ardiente–. Estoy de acuerdo en que el departamento no es adecuado para nuestras necesidades inmediatas, así que vamos a trasladarnos a la casa de la playa.

–¿La casa en la que pasaste la infancia?

–La ubicación es perfecta y la estructura sólida. Llevo seis meses reformándola y con unos cuantos ajustes quedará perfecta para una familia. Tiene muchas cosas que sé que te van a gustar –hizo una pequeña pausa–. Por ejemplo, la cabaña de pescadores.

Esperaba que se pusiera contenta. Se había pasado media infancia escondida allí, así que estaba claro que le gustaba.Pero no vió en ella ningún atisbo de gratitud. Al contrario, sus mejillas perdieron el poco color que les quedaba y se quedó mirando hacia la bahía tratando de recuperar el control. Cuando finalmente habló lo hizo sin mirarle.

–Viviremos donde tú quieras, por supuesto.

Estaba dando a entender que viviría allí de mala gana. Pedro, que esperaba gratitud, sintió una oleada de frustración. Había crecido en una familia en la qu etodos decían siempre lo que pensaban. Las reuniones familiares eran muy bulliciosas. Todo el mundo tenía una opinión y no vacilaba en expresarla,normalmente en voz muy alta y hablando a la vez que los demás. No estabaacostumbrado a tener que leerle el pensamiento a una mujer.

–Pensé que te gustaría –afirmó con tirantez–. Al vivir allí podrás seguir ocupándote de tu negocio, visitando a tu abuelo y durmiendo en mi cama.

Aquel comentario hizo que Paula se sonrojara, pero siguió sin mirarle.Consciente de que Baltazar estaba allí, se tragó el comentario que le quemaba la lengua.

–Nos iremos en veinte minutos. Estate preparada.

Confundida e incómoda, Paula se centró en el trabajo. Trató de apartar de sí el recuerdo de aquel último y tierno beso diciéndose que había sido por el bien de su hijo. No había ternura en lo que Pedro y ella compartían. Solo había deseo. Era algo físico, nada más.Aliviada al tener algo con lo que distraerse, no sabía si sentirse complacida o desilusionada al descubrir que la Cabaña de la Playa había florecido en su ausencia.

–El chef que Alfonso nos envió era bueno. Mantuvo el mismo menú, jefa –Bruno dejó en el suelo una cesta de brillantes berenjenas púrpura–. Tienen muy buena pinta. Las pondremos en el menú del día con pasta, ¿Te parece bien?

–Sí –a Paula le resultaba frustrante descubrir que el trabajo no le proporcionaba la distracción que necesitaba.

Hiciera lo que hiciera, su cerebro regresaba una y otra vez al momento en que los dos acabaron contra la pared.Durante años había anhelado vivir una experiencia lo suficientemente poderosa como para borrar el recuerdo de la noche en que concibieron a Baltazar, y ahora lahabía multiplicado por diez.

–¿Estás bien? –Bruno le dió un codazo–. Porque no pareces concentrada, y eso es peligroso cuando estás cocinando con fuego. Podrías quemarte.

–Estoy bien –contestó desabrida–. Solo un poco cansada. Necesito concentrarme, nada más –furiosa consigo mismo, murmuró algo en italiano.

Bruno agarró los platos que ella había preparado y se retiró hacia la seguridad del restaurante. Giuliana fue menos sensible. Quería detalles.

–Leí en el periódico que han estado enamorados en secreto desde que eran pequeños –suspiró–. Eso es muy romántico.

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