viernes, 13 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 25

–Puede sentarse en esa mesa. Y estaría bien que se quitara la chaqueta.Aquí somos muy informales, sobre todo a la hora de la comida.

–¡Mamma! –Baltazar entró corriendo en el restaurante y se abrazó a su madre,mirando a Luis con curiosidad.

–Este es Luis –dijo ella con voz ronca–. Y va a comer hoy con nosotros en el restaurante.

Luis le guiñó un ojo a Baltazar y se dispuso a reacomodar las mesas mientras Paula volvía al trabajo.La hora de la comida se transformó en una noche de locura en la que apenas salió de la cocina. Tuvo tiempo de ir a ver cómo estaba su abuelo un instante, pero no para embarcarse en una conversación que iba a ser dura. No pensaba en otra cosa mientras preparaba la cena, era muy consciente de que sele estaba acabando el tiempo. Cuando Giuliana y Bruno se marcharon y todo quedó en silencio,  estaba hecha un manojo de nervios. Preparándose para la guerra, entró en la cocina para terminar con los preparativos para el día siguiente y vió la frágil figura de su abuelo tirada en el suelo.

–¡Nonno! Oh, Dios, por favor, no... –cayó a su lado de rodillas y le agitó el hombro con manos temblorosas–. Háblame...oh, Dios, no me hagas esto...

–¿Respira? –dijo Pedro a su espalda mientras cruzaba con fuerza la cocina.Tenía el teléfono en la mano y estaba dando instrucciones rápidas–. He llamado a emergencias. Van a enviar un helicóptero –se acercó al hombre y le puso los dedos en el cuello–. No hay pulso.

Incapaz de pensar con propiedad, Paula tomó la mano de su abuelo y se la acarició.

–Nonno...

–No puede oírte. Tienes que echarte a un lado para que pueda proceder a reanimarle.

Paula escuchó unos pasos corriendo y Luis apareció en la cocina con una caja pequeña.

–Tenga, jefe.

–Desabróchale la camisa, Paula –le pidió Pedro abriendo la caja y encendiendo un botón.

–¿Qué estás haciendo? –preguntó ella desabrochándole la camisa con dedos temblorosos.

Pedro murmuró algo entre dientes, le apartó las manos y abrió la camisa de su abuelo de un fuerte tirón.

–Apártate –quitó la protección de dos cables acolchados y presionó con ellos sobre el pecho de su abuelo.

Había tomado el control como siempre hacían los Alfonso, pensó Paula aturdida. Sin vacilar.

–¿Sabes utilizar ese cacharro?

–Es un desfibrilador. Y sí, sé como utilizarlo –ni siquiera la miró.

Tenía toda la atención en su abuelo mientras una voz daba instrucciones desde la máquina.Poco después llegaron los servicios de emergencia. Hubo mucha actividad mientras estabilizaban a su abuelo y se lo llevaban rápidamente en helicóptero. Y durante todo el proceso Pedro mantuvo la calma y se encargó de todo: de llamar a un cardiólogo importante y quedar con él en el hospital y de acomodarlos a ella y a Baltazar, que no se despertó a pesar del jaleo, en el todo terreno de Luis.Fue Pedro el que condujo, y por una vez Paula agradeció la tendencia de los sicilianos a correr. Hicieron el trayecto en silencio y cuando se detuvo en la puertade urgencias se quedó un instante allí sentado agarrando con fuerza el volante.Paula se desabrochó el cinturón.

–No te dejarán estar con él por ahora, así que no tiene sentido salir corriendo. Puedes quedarte aquí un rato esperando –Pedro apagó el motor. Tenía una expresión adusta–. La espera es la peor parte.

Paula recordó que su padre había muerto repentinamente de un ataque al corazón.

–Tengo que darte las gracias –murmuró–. Por traerme y por los primeros auxilios. Me alegro de que llegaras en aquel momento, aunque no sé qué estabas haciendo allí...

Y de pronto se dió cuenta. Había ido a cumplir con la amenaza de contárselo a su abuelo.

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