viernes, 13 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 24

–Tú sigue con lo tuyo, Bruno –se apresuró a decir–. Yo me encargaré de esto–sacó el móvil del bolsillo y marcó mientras andaba–. Póngame con Alfonso. Me da igual que esté reunido. Dígale que soy Paula Chaves. Ahora mismo.

La adrenalina le corría por las venas. Unos instantes después escuchó su voz masculina al otro lado del teléfono.

–Más te vale que sea importante.

–Tengo a un hombre que parece sacado de una película de la mafia merodeando por mi restaurante.

–Bien. Eso significa que está haciendo su trabajo.

–¿Y cuál es exactamente su trabajo?

–Está a cargo de la seguridad del Grupo Alfonso. Tiene una misión importante.

–¿Una misión importante?

–Utiliza la cabeza, Paula.

Por el tono cortante, se dió cuenta de que había gente delante y no quería propagar sus asuntos personales. Pronto todo el mundo sabría que Pedro Alfonso tenía un hijo, pensó angustiada. Y cuando eso ocurriera...

–Quiero que se vaya de aquí. Asustará a mis clientes.

–El bienestar de tus clientes no es asunto mío.

Paula utilizó la única carta que podía influirle.

–Va a asustar a Balta.

–Luis es un padre de familia al que se le dan muy bien los niños. Y forma parte de nuestro acuerdo. Tú ve a cumplir tu parte. Díselo a tu abuelo o lo haré yo.Y no vuelvas a llamarme a menos que sea urgente.

Colgó, y Paula se acercó al hombre. Estaba furiosa y se sentía tan impotente como un pez atrapado en una red.

–En dos horas tendré el restaurante lleno de clientes. No quiero que piensen que hay algún problema.

–Mientras yo esté aquí no habrá ningún problema.

–No quiero que esté aquí –Paula tragó saliva–. Mi hijo ha llevado una vida muy tranquila hasta ahora. No quiero que se asuste.

Esperaba que el hombre discutiera, que mostrara la misma rigidez que su arrogante jefe. Pero para su sorpresa, la miró con simpatía.

–Estoy aquí solo para protegerle. Si encontramos la manera de ser discretos, a mí me parece bien.

Paula alzó la barbilla en gesto desafiante.

–Puedo proteger a mi propio hijo.

–Sé que lo cree –afirmó Luis en voz baja–. Pero no es solo hijo suyo.

Desgraciadamente, el padre de Baltazar era uno de los hombres más poderosos de Sicilia, y aquello le convertía en blanco potencial para todo tipo de hombres sin escrúpulos.

–¿Corre un peligro real?

–Con la seguridad que tiene Pedro Alfonso, no. Deme un minuto para pensar en esto –miró hacia el restaurante–. Podemos pensar en algo para que todo el mundo esté contento.

La respuesta fue tan inesperada que Paula sintió un nudo de emoción en la garganta.

–¿Por qué está siendo tan amable?

–Usted le dió trabajo a mi sobrina el verano pasado cuando tuvo problemas en casa –su voz sonaba neutra–. No tenía ninguna experiencia, pero usted la contrató.

–¿Sabrina es su sobrina?

–La hija de mi hermana –Luis se aclaró la garganta–. ¿Por qué no me da la silla de la esquina del restaurante? Moveré la mesa de un modo que me funcione y tardaré mucho en comer. Así me mezclaré con los clientes y nadie se darácuenta de nada.

A Paula le pareció razonable.

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