lunes, 2 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 5

–Vaya, qué sorpresa. Los hermanos Alfonso no suelen bajar de su torre de marfil para mezclarse con los mortales. ¿Estás conociendo a la competencia? –adoptó su tono más profesional aunque la ansiedad crecía en su interior y las preguntas se le agolpaban en la cabeza.

¿Lo sabía?¿Lo había descubierto?Una media sonrisa tocó sus labios y el movimiento la distrajo. Todo enaquel hombre era oscuro y sensual, como si estuviera diseñado especialmentepara atraer a las mujeres a su guarida. Si los rumores eran ciertos, lo hacía con abrumadora frecuencia. Paula no se dejó engañar por su pose aparentemente relajada ni por su tono suave. Pedro Alfonso era el hombre más peligroso que había conocido en su vida.Había caído en sus garras sin intercambiar ni una sola palabra con él. Incluso ahora, años después, no entendía qué había sucedido aquella noche. Primero estaba sola con su angustia y un instante después él le puso la mano en el hombro y todo sucedió en medio de una nebulosa. ¿Se habría tratado simplemente de consuelo? Seguramente, aunque el consuelo implicaba una dulzura que aquella noche no hubo. Pedro la observó ahora con expresión neutra.

–He oído hablar muy bien de tu restaurante. He venido a ver si lo que dicen es verdad.«No lo sabe», pensó ella. «Si lo supiera, no estaría bromeando conmigo».

–Todo lo que dicen es verdad, pero me temo que no puedo satisfacer tu curiosidad. Estamos llenos –dijo mientras su mente trataba de averiguar la verdadera razón de su visita.

No podía tratarse de una comprobación sobre la competencia. Pedro delegaría esa tarea en alguien.

–Los dos sabemos que puedes encontrarme una mesa si quieres.

–Pero no quiero –Paula apretó con más fuerza el cuchillo–. ¿Desde cuándo cena un Alfonso en la misma mesa que un Chaves?

Él clavó la mirada en la suya. A Paula le latió el corazón con un poco más de fuerza. Su mirada ardiente le recordó que una vez no solo habían cenado, se habían devorado hasta que no quedó nada del otro. Y todavía recordaba su sabor; podía sentir el poder de su cuerpo contra el suyo mientras se entregaban a aquelplacer oscuro y prohibido cuyo recuerdo nunca la había abandonado. Pedro sonrió. No fue la sonrisa de un amigo, sino la de un conquistador observando la inminente rendición de un prisionero.

–Cena en mi mesa, Paula.

La forma en que pronunció su nombre sugería una familiaridad que no existía y que la dejó descolocada, lo que sin duda era su intención. Santo era unhombre que siempre tenía el control. Lo tuvo aquella noche, y hubo algo aterradoren la fuerza de la pasión que desató. Ella le había tomado porque necesitaba desesperadamente consuelo humano.Él la había tomado a ella porque podía hacerlo.

–Estamos hablando de mi mesa –afirmó Paula con voz clara–. Y tú no estás invitado.

Tenía que librarse de él. Cuanto más tiempo se quedara allí, más riesgos corría ella.

–Tienes tu propio restaurante en la puerta de al lado. Si tienes hambre,seguro que podrán servirte algo, aunque admito que ni la comida ni las vistas sontan buenas como aquí, así que entiendo que encuentras carencias en ambas cosas.

Pedro se quedó muy quieto, haciéndola sentir incómoda.

–Necesito hablar con tu abuelo. Dime dónde está.

Así que por eso estaba allí. Otra ronda inútil de negociaciones que no llevarían a nada una vez más.

–Debes de tener ganas de morir. Ya sabes lo que piensa de tí.

Pedro la observó con los ojos entornados.

–¿Y sabe lo tú piensas de mí?

La retorcida referencia a lo sucedido aquella noche la impactó porque era algo que nunca antes habían mencionado. ¿Estaba amenazándola? ¿Iba a dejarla en evidencia? El alivio fue reemplazado por una sensación de terror mientras varios caminos horribles se abrían ante ella. ¿Era aquella la razón por la que lo había hecho? ¿Para tener algo contra ella en el futuro?


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