miércoles, 18 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 29

–Le traeré aquí y le acomodaré en esa butaca. Tú puedes irte a casa.Vendrá Giuliana y tengo que llamar a Bruno para pedirle que me cubra mañana.

Pedro sintió una irracional oleada de rabia.

–No hace falta. Ya he arreglado eso. Mi equipo se ocupará de llevar la Cabaña de la Playa por el momento.

Paula se puso tensa.

–¿Te estás aprovechando de la situación para hacerte con el control de mi negocio?

Pedro se contuvo.

–Tienes que dejar de pensar como una Chaves. Esto no es una cuestión de venganza. No quiero quedarme con tu negocio, solo quiero asegurarme de que siga en pie cuando vuelvas a casa. Pensé que no querrías dejar la cabecera de tu abuelo para cocinar calamares para unos desconocidos.

Paula palideció.

–Lo siento –volvió a dirigir la mirada hacia su abuelo–. Te lo agradezco. Es que dí por hecho que...

–Deja de dar cosas por hecho –su fragilidad le descolocaba. Y no era lo único que le resultaba incómodo. La respuesta de su cuerpo resultaba igualmente perturbadora. Lo que sentía era completamente inadecuado dada la situación–. Ya no puedes hacer nada más aquí por esta noche. Tu abuelo se va a dormir y, si te vienes abajo, no servirá de ayuda para nadie. Nos vamos. Le diré al personal que me llamen si hay algún cambio.

–No puedo marcharme. Si algo ocurriera, estaría demasiado lejos de aquí para volver.

–Mi departamento está solo a diez minutos. Si ocurre algo, yo te traeré. Si nos vamos ahora, todavía podrás dormir un poco y mi hijo se despertará en una cama.

Había estado tratando de no pensar en aquel lado de las cosas, dejando a un lado sus sentimientos para mantener el equilibrio en una situación que solo podía describirse como difícil. Tal vez fuera la lógica del argumento o la utilización de la expresión «mi hijo». En cualquier caso, Paula dejó de discutir y salió con él hacia el coche.Diez minutos más tarde Baltazar estaba acostado en el centro de una inmensa cama doble en una de las habitaciones libres. Pedro observó cómo Paula colocaba unos cojines en el suelo al lado de la cama.

–¿Qué estás haciendo?

–A veces se gira. No quiero que caiga sobre el suelo de cerámica –murmuró ella–. ¿Tienes un intercomunicador para bebés?

–No. Deja la puerta entreabierta, así podremos oírle si se despierta –Pedro salió de la habitación.

Paula le siguió recorriendo todos los detalles del departamento con la mirada.

–¿Vives solo?

–¿Crees que tengo mujeres escondidas debajo del sofá?

–Solo digo que es muy grande para una sola persona.

–Me gusta el espacio y las vistas. Los balcones dan a la parte antigua de laciudad. ¿Qué te preparo de comer?

–Nada, gracias –cansada y tensa, Paula se acercó a las puertas que daban al balcón y las abrió–. ¿No las tienes cerradas?

–¿Te preocupa mi seguridad?

–Me preocupa la seguridad de Balta–mordiéndose el labio, se asomó y deslizó el dedo por la barandilla de hierro–. Esto es un auténtico peligro. Balta tiene dos años. Su pasatiempo favorito es trepar. Se sube a todo lo que encuentra.Vamos a tener que cerrar con llave las puertas de los balcones.

Paula estaba siendo brusca, pero cuando pasó por delante de él, Pedro aspiró el aroma de su cabello. Siempre olía a flores.Molesto consigo mismo por dejarse distraer tan fácilmente,  la siguió al interior del departamento. Esta vez ella clavó la mirada en el enorme salón que formaba el eje central del lujoso departamento.

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