miércoles, 11 de octubre de 2017

Enemigos: Capítulo 17

Volvió a comprobar su teléfono y encontró un mensaje de su hermano, otra persona que también solía estar despierta al amanecer. Eran solo tres palabras: "Dime qué necesitas".

Apoyo incondicional. Lealtad incuestionable. Todas las cosas que la familia debería ofrecer y que la suya ofrecía. Había crecido con aquel apoyo, rodeado deamor. A diferencia de su hijo, que había pasado sus primeros años en el equivalente a un nido de víboras.La frente se le perló de sudor. Apenas podía pensar en cómo debió dehaber sido la vida de su hijo. ¿Cuál sería el impacto emocional a largo plazo decriarse en un desierto emocional? ¿Y si el maltrato no hubiera sido solo emocional? Aunque él era muy pequeño, recordaba los rumores sobre la familia Chaves. Y recordaba haber visto a Paula  muchas veces con moratones.Escuchó un levísimo toque a la puerta. Entornó los ojos y sintió una descarga de adrenalina, pero se trataba de una camarera que le llevaba más café.

–Grazie.

El repiqueteo de la taza y la lechera y la mirada nerviosa de la camarera le hicieron saber que se le notaba el mal humor en la cara aunque seguramentenadie sabría interpretar la causa. Todo el mundo en el hotel estaba nervioso porsu visita. No podían saber que su humor actual no tenía nada que ver con eltrabajo. La reorganización del hotel era lo último que tenía en mente en aquelmomento.La camarera se marchó, pero unos instantes después se escuchó de nuevocómo llamaban con los nudillos y supo que esta vez se trataba de ella. La puerta se abrió y allí estaba Paula  con aquellos ojos verdes brillando como joyas en un rostro tan pálido como la neblina matinal. Nada más mirarla supo que no habíadescansado tampoco.Parecía agotada y estresada. Y dispuesta a luchar. Sus miradas secruzaron. Habían sido amantes. Habían compartido la intimidad total, pero eso no iba a ayudarles a navegar por las traicioneras aguas en las que ahora se encontrabanporque no habían compartido nada más. No tenían ninguna relación.Esencialmente eran unos desconocidos.

–¿Dónde está mi hijo? –le espetó Pedro.

Ella se apoyó contra la puerta y le miró.

–Dormido en la cama. En su casa. Si se despierta Giuliana, estará allí, y también mi abuelo.

La ira se apoderó de él como una bestia salvaje dispuesta a hacerle jirones su frágil autocontrol.

–¿Se supone que eso debe tranquilizarme?

–Él quiere a Baltazar.

–Creo que tenemos conceptos diferentes de lo que significa esa palabra.

–No –los ojos de Paula echaban chispas–. No es así.

Pedro apretó los labios.

–¿Y seguirá queriéndole cuando descubra la identidad de su padre? Creo que los dos conocemos la respuesta a eso –se levantó de la silla y vió que ella extendía la mano hacia el picaporte de la puerta.

–Si sales de esta habitación, tendremos esta conversación en público  –leadvirtió entornando los ojos–. ¿Es eso lo que quieres?

–Lo que quiero es que te calmes y seas racional.

–Oh, soy muy racional, querida. He estado pensando con mucha claridad desde el momento que ví a mi hijo.

La atmósfera se hizo más densa. El aire se volvió demasiado caluroso.

–¿Qué quieres que te diga? ¿Que lo siento? ¿Que no hice lo correcto?

Su voz sonaba suavemente ronca y Pedro dirigió los ojos hacia su boca.Había sido solo una noche, pero el recuerdo le había dejado cicatrices profundasen los sentidos. Sabía cómo sabía porque lo recordaba vivamente. Conocía su sabor porque también lo recordaba. No solo la suavidad de su piel, sino también la de su gloriosa melena. Liberada ahora de las horquillas que se la sujetaban mientras cocinaba, le caía ahora sobre la espalda como una llama oscura que reflejaba el amanecer. Recordó el día que su padre se lo había cortado en un arrebato de ira con las tijeras de la cocina. Horrorizado, presenció la escena y trató de intervenir, pero al verle Chaves se había enfurecido todavía más.

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