miércoles, 17 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 37

—No. Obviamente las dos tienen un gusto excelente y te han salvado de tí mismo. Pero ahora es tu oportunidad. Sonia está casada y Carolina ocupada, así que puedes profanar un árbol precioso con espumillones horteras. Si te atreves.

—Eso es cruel —el humor en su tono de voz indicaba que le habían pillado y lo sabía.

—En realidad no. Estaba conteniéndome. Estoy dispuesta a pelear por esto. Así que será mejor que no te atrevas. Esa abominación no encaja en este árbol. Debe de haber otra cosa.

—¿Tienes alguna sugerencia?

Paula rebuscó en las cajas mientras hablaba.

—Guirnaldas de palomitas. Cuentas. Lazos…

—¿Cómo esto?

Paula se incorporó y vió que tenía una bobina de cinta de terciopelo rojo espolvoreado con purpurina dorada.

—Perfecto.

Pedro enganchó el extremo a lo alto del árbol en la parte de atrás, donde no pudiera verse, y lo desenrolló hacia abajo hasta un lugar donde ella pudiera alcanzarlo y terminar el trabajo. Era un sustituto elegante del vulgar espumillón. Tras varios reajustes, Rose se echó hacia atrás para contemplar el resultado final.

—¿Qué te parece? —preguntó él situándose a su lado.

—Es el árbol más bonito que he visto nunca.

—Qué va.

—De verdad —era mágico y lleno de significado. Lo miró y empezó a reírse—. Tienes purpurina por la cara. Parece como si Campanilla te hubiese echado polvo de hadas por encima.

—Lo mismo digo, pelirroja.

Paula estiró el brazo para quitarle la purpurina de la cara. Eso era lo único que pretendía hacer. Pero empezó a tocarlo y enseguida colocó las manos a ambos lados de su cabeza y lo besó. Pedro la acercó a él y Paula se dió cuenta de que encajaban como piezas de un rompecabezas. A pesar de todo, tal vez hubiera oído los gritos de advertencia en su cabeza si Pedro no le hubiera acariciado la lengua con la suya y no hubiera hecho aquel sonido de deseo tan masculino. Desencadenó un deseo y una necesidad que nunca antes había experimentado. Respiraban entrecortadamente mientras se besaban y se tocaban. Pedro la besó en la mejilla, en la barbilla y fue bajando hasta llegar al cuello, donde saboreó la piel de detrás de su oreja. Fue como una descarga eléctrica que recorrió su cuerpo.

—Oh, Pedro, por favor…

—Paula…—su nombre sonó como un susurro en sus labios. Pedro apartó la boca y le acarició la cara con ambas manos—. Te juro que esto me va a matar, pero te prometí que…

¿Prometer qué? Tenía el cerebro fundido y no lograba respirar el aire suficiente para pensar con claridad. Segundos después recordó lo que había dicho. Si se ponía juguetona… Si realmente hubiera creído que aquello podía ocurrir, no se habría quedado. Pero al quedarse cruzó su propia línea. Dio un paso hacia atrás para no acabar acostándose con él. Si Pedro no hubiera puesto fin al beso, se habría ido a la cama con él. Lo habría seguido a cualquier parte y se habría arrepentido después.

—Gracias, Pedro…

—No me lo agradezcas —dijo él pasándose una mano por el pelo.

 —Pero es lo correcto.

 —No, no estoy diciendo que crea que es lo correcto. Pero es lo que prometí. Nada más —tomó aire y se fue a la cocina.

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