miércoles, 31 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 66

—Estás helada —le dijo al notar los temblores de su mano.

—Y me siento sucia. La tienda de Gerardo estaba llena de polvo. Era oscura y horrible. Y me tocó con sus manos.

—No pienses en ello —la llevó al cuarto de baño sin soltarle la mano y llenó la bañera de agua caliente—. Esto te calentará.

—Por favor, no me dejes —dijo ella al ver que se disponía a salir.

Pedro le acarició la mejilla y los labios con el pulgar.

—Estaré fuera. Voy a preparar té y a buscar una toalla y un camisón.

Ella sonrió a pesar de todo.

—¿Qué te hace pensar que no duermo con pijama?

—Porque no puedo imaginarme a una chica como tú llevando otra cosa. ¿Me equivoco?

—No.

Pedro se aseguró de que tuviera todo lo necesario y salió del baño para preparar el té en la cocina. Deseó que hubiera brandy, pero tuvo que apañarse con eso. Tardó cinco minutos en prepararlo todo. Estaba a punto de ir a ver cómo seguía cuando Paula apareció descalza en la cocina. El camisón de satén blanco con rosas que llevaba era a la vez inocente y erótico.

—Tenías orden de relajarte en la bañera.

—No quería estar sola. No paraba de revivirlo todo en mi cabeza. La pistola. La mirada asesina en sus ojos… —se detuvo ahí porque empezaron a castañetearle los dientes.

Pedro fue inmediatamente junto a ella y la tomó en brazos para llevarla al dormitorio. La dejó sobre la cama y la tapó con el edredón.

—Quédate aquí. Voy a por el té. Volveré antes de que puedas echarme de menos.

—No es posible. Te echo de menos en cuanto te vas.

Como prometió, Pedro regresó en cuestión de segundos y le entregó la taza de té. Ella se echó a un lado para dejarle espacio en la cama y él se quitó los zapatos antes de meterse. Paula apoyó la cabeza en su hombro y tomó aliento.

—Menuda noche.

—Eso es quedarse corta —dijo él riéndose—. He envejecido diez años. Así que ya soy mayor que tú.

—Oh, Pedro… —se quedó sin palabras y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¿Qué sucede, pelirroja?

—He sido una estúpida con lo de la diferencia de edad. Esas ideas absurdas que tenía en la cabeza me parecen triviales en comparación con… todo. Lo siento mucho.

—No lo sientas.

—No puedo evitarlo —dijo ella secándose una lágrima de la mejilla—. Cuando he salido de trabajar, estaba entusiasmada con la idea de cenar contigo. Solo tenía que hacer ese recado. Pero entonces todo se ha complicado y Gerardo me ha secuestrado…

—No pienses en eso, cariño.

—No puedo evitarlo.

Cuando ella se estremeció, Pedro le quitó la taza y la dejó sobre la mesilla antes de rodearla con un brazo.

 —Tal vez necesites hablar de ello.

—Sí —Paula le puso una mano en el pecho—. Al principio, cuando me ha obligado a entrar en la furgoneta, no sabía qué pensar.

—Has hecho bien en llamarme y darme pistas sobre tu paradero. Si no lo hubieras hecho…

—Gracias a Dios que no has hablado y simplemente has escuchado. Él podría haber oído tu voz, y quién sabe lo que habría hecho.

—Enseguida supe que pasaba algo.

—Era evidente que no tenía intención de dejarme ir.

—Dios, Paula…

—El caso es que pensaba que iba a morir y eso ya era suficientemente terrorífico. Pero no era lo peor.

—Para mí sí lo era.

—Solo me arrepentía de una cosa.

—¿De qué?

 —De no haberte dicho nunca que te quiero. Decidí que tenía que hacer algo o si no él ganaría. Estaba preparándome para saltar de la furgoneta.

—Vaya, Paula. Podrías haberte matado.

—Gracias a tí no he tenido que hacerlo.

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