lunes, 1 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 13

—Considéralo una intervención —respondió él a modo de doctor.

Y, dado que era doctor, le pegaba bastante.
—¿Para qué? No fumo, no me drogo, no bebo demasiado.

—Eres adicta a las citas —dijo Rodrigo.

—No estarán hablando en serio —contestó ella.

—Sí —Javier acercó una silla de la mesa de al lado—. Tienes demasiadas citas.

—Define demasiadas.

—Muchos hombres en muy poco tiempo —dijo Leandro  antes de dar un trago a su cerveza—. Así, de primeras, se me ocurren Gastón, Gustavo y Sergio Pritchett.

—De acuerdo, pero…

—Ramiro Kelly —añadió Rodrigo—. El banquero de la hipoteca.

—Sí —Paula intentó ponerle una cara a ese nombre—. Era demasiado… banquero.

—No te acuerdas de él, ¿Verdad? —preguntó Gonzalo—. Ignacio Evans. Es un ranchero.

—Sebastián Lewis, presidente de la cámara de comercio —dijo Rodrigo girando su botella de cerveza.

Continuaron añadiendo nombres a una lista que se volvió impresionante. Le sorprendía que sus hermanos hubieran prestado tanta atención a su vida amorosa. O, más bien, a su ausencia de vida amorosa.

—Ni siquiera saben lo de David French —dijo Javier.

—Entonces se lo contaré —dijo ella—. Es abogado y me pidió salir porque quiere llevar los asuntos legales de la Chaves Oil de Montana. Y probablemente también de Texas.

—Imbécil —murmuró Gonzalo.

—Eso mismo pienso yo. Por eso llamé a Javier—se defendió ella—. Así que, si ya hemos terminado…

—No tan deprisa —dijeron todos.

Gonzalo la clavó a la mesa con una mirada.

—Tienes que parar, Pau. Tómate un descanso.

—No puedo hacer eso —se cruzó de brazos y los miró a cada uno con actitud desafiante.

—Sí que puedes. Aclárate —sugirió Rodrigo—. Decide qué es lo que estás buscando. Separa el grano de la paja.

—¿Qué significa eso?

Si aquello fuera un trabajo, estarían diciéndole que trabajara, que echara horas, que se volviese indispensable. Pero aquello era aún más importante. Era su vida, su felicidad. ¿Por qué encontrar el amor iba a requerir menos dedicación que su trabajo? Javier se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre las rodillas.

—Un poco de introspección no te haría daño, Pau. Tienes que averiguar por qué ningún hombre genera chispas.

Aquello no era del todo cierto. Con Pedro había suficientes chispas para provocar un incendio forestal. Miró hacia él y vió que la estaba mirando. La expresión de sus ojos desencadenó un hormigueo en su ombligo. Agarró la cerveza de Gonzalo y dió un trago para calmarse. Aquello con Pedro no era nada. No podía ser nada.

—Javier tiene razón —convino Rodrigo—. Tiempo muerto.

—¿Desde cuándo son la policía de las citas?

—Desde siempre —dijo Leandro—. Es lo que hacen los hermanos mayores. Además eran hombres y no lo entendían.

—Soy una mujer adulta. No pueden castigarme —protestó ella—. No crean que no se los agradezco todo lo que hacen, pero…

—Nada de excusas. Síndrome de abstinencia —Javier dió un trago a su cerveza—. Apuesto a que no puedes pasar un mes sin tener una cita.

—Una mujer de mi edad no puede permitirse mantenerse al margen durante tanto tiempo.

—No me hables a mí de años —dijo Leandro, el mayor, negando con la cabeza—. Tú eres un bebé.

—Nada de eso. Y ustedes no lo entienden. Todos han encontrado el amor sin ni siquiera intentarlo.

Los cuatro se quedaron mirándola y después empezaron a reírse.

—¿Qué les hace tanta gracia? —preguntó ella.

—Nunca es tan fácil como parece —argumentó Rodrigo —. Ezequiel es el último hermano Chaves que sigue soltero, y está en Texas. Tal vez tenga que ver con Thunder Canyon.

—Eso es lo que intento decirles —dijo ella—. Y tengo que seguir en el mercado…

—No —dijo Javier —. Eso es lo que intentamos decirte nosotros. Tiempo muerto, por el amor de Dios. Te reto a que eches el freno con las citas durante treinta días.

¿Retar? Paula apretó los dientes. Javier la conocía demasiado bien. Nunca dejaba pasar un reto.

—Vas a ir al infierno, Javier Chaves—le dijo a su hermano con odio.

Él no pareció muy impresionado.

—Un hermano tiene que hacer lo que tiene que hacer.

Paula se sintió aún más frustrada cuando los demás asintieron con la cabeza.

—Y si alguno de nosotros te pilla en una cita antes de ese tiempo, volverás a empezar, con dos semanas más —le advirtió Javier.

—¿Un mes y medio? —preguntó ella.

—Es un reto —le recordó él—. Y recuerda que esto no es Midland. Thunder Canyon es un pueblo pequeño y las noticias corren rápido, así que no intentes nada. Tenemos ojos y oídos en todas partes.

—Se la devolveré. A todos y cada uno de ustedes—les dijo—. No sabrán cuándo ni dónde, pero el castigo se acerca.

—Sí, estamos asustados —Leandro se puso en pie y los demás le imitaron.

Le dió una palmadita en la cabeza. Gonzalo le dió un toquecito en la nariz. Rodrigo le revolvió el pelo. Después se marcharon y la dejaron con Javier. Mientras Paula observaba sus espaldas alejándose, su mirada se desvió hacia Pedro. Estaba mirando a su hermana con el ceño fruncido, y eso le recordó que su hermano debía conseguirle información sobre él. Vió que Javier se ponía la cazadora.

—¿Y qué te ha dicho Vanina sobre Pedro? —preguntó—. ¿Sabes ya por qué su vida amorosa solo puede ir hacia arriba?

—No saldrás con nadie durante un mes —respondió Javier, mirándola como si tuviera dos cabezas—. ¿Qué te importa?

—No me importa.

 Aquello era una gran mentira. Pero peor que mentirle a su hermano era el hecho de no poder dejar de pensar en Pedro Alfonso.

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