lunes, 8 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 22

—Yo estaba haciendo mi turno aquí, en el complejo, así que no he tenido que ir muy lejos —la morena siguió su mirada hasta el otro extremo de la habitación—. Oh, vaya, Karen está aquí.
—¿Karen? —Paula esperaba que su voz sonase más curiosa que celosa.

—Fue al instituto con Pedro.

—¿De verdad?

—Claro que sí. Eso la situaba en el rango de edad adecuado.

—Sí. Solían salir juntos a veces.

—Es más guapa en persona que en la tele —y más joven. Y más delgada. Maldición.

—Es agradable —dijo Carolina—. Pero no salió bien.

Al verlos hablar y reírse, Paula  estuvo de acuerdo.

—Parece más amistoso que otra cosa.

—Sí. No sé cómo lo hace mi hermano, pero siempre consigue ser amigo de todas sus ex.

Paula apartó la mirada de la pareja.

—¿De todas? ¿Es como si fueran pañuelos de papel? ¿Usa una y la tira?

 —No en el mal sentido.

—¿Acaso hay un buen sentido? —Paula supo que no había logrado aparentar indiferencia cuando Carolina dejó de sonreír.

—Pedro solo desea divertirse. Nada serio.

 Y eso no tenía nada de malo, pensó Paula. Simplemente reflejaba otra de las diferencias entre ellos. Se obligó a sonreír.

—Bien por él. Un hombre que sabe lo que desea.

Carolina asintió.

 —Sí, es un buen hombre.

—Muy bueno —y fuera de su alcance—. Me alegra haberte visto. Creo que iré a ver dónde necesitan que eche una mano.

Deseaba desaparecer, pero esa era la salida fácil. Lo mejor que podría hacer era mezclarse con la multitud. En una de las mesas vio a un hombre de pelo gris que debía de tener cincuenta y tantos años. Sobre la mesa había un montón de aparatos electrónicos y un rollo de papel de regalo. Tenía el pecho fuerte y las manos grandes; no parecía alguien que supiese envolver regalos. Se acercó a él y dijo:

—Soy Paula Chaves. Creo que te vendría bien la ayuda de una mujer con esos regalos.

—Bruno Walters —respondió el hombre—. Mi esposa solía encargarse de envolver los regalos.

«Solía» podía significar cualquier cosa desde divorcio hasta muerte, pasando por incapacidad. «Solía» sumado a la tristeza de aquellos ojos no podía ser nada bueno, y Paula no sabía qué decir.

—Murió hace un tiempo —añadió él al advertir su incertidumbre.

—Siento mucho tu pérdida.

—Yo también —Bruno le entregó la cinta de embalar—. Aquí tienes, Paula. Me vendría bien la ayuda. No puedo sujetar el papel y despegar la cinta a la vez.

Ella sonrió y agarró el aparato de la cinta adhesiva.

—De acuerdo entonces.

Durante los siguientes quince minutos, charlaron mientras cortaban el papel y envolvían los regalos. Paula estaba tan concentrada en el último objeto que, cuando le dieron en el hombro, se sobresaltó.

—Hola —dijo Pedro con una sonrisa—. Veo que ya has conocido a mi buen amigo Bruno Walters.

—Sí —apenas pudo contener el gruñido, aunque tenía sentido.

Claro que había elegido a su buen amigo. Aunque probablemente todos en el pueblo fueran sus buenos amigos. Pedro le estrechó la mano a Bruno.

—Me alegro de verte, Bruno.

—¿Qué tal, hijo?

—Genial. Ocupado.

 —Me lo imaginaba al no verte por el pueblo.

—Estoy trabajando para la Traub Oil. De hecho, el hermano de Paula es mi jefe. En mi tiempo libre escribo mi tesis doctoral sobre cómo extraer petróleo del esquisto bituminoso sin dañar el medio ambiente.

Bruno sonrió y negó con la cabeza.

—Siempre supe que eras especial, demasiado listo para tu propio bien. De lo contrario no te habrías metido en tantos problemas.

Pedro miró a Paula.

—Gracias a Bruno y a otra gente del pueblo que se interesó por mí, tengo un futuro. Me ayudaron a madurar y a darme cuenta de mis errores. De adolescente era bastante problemático.

—¿El señor Walter sabe lo del tatuaje?

—Sí —respondió Pedro algo confuso, señal de que había advertido la frialdad en su tono.

—Es una preciosidad —dijo Bruno.

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