miércoles, 24 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 52

Paula alcanzó su sudadera, lo cual le dio la pista para saber que iban a tener la conversación vestidos.

—Probablemente ya se haya secado mi ropa —dijo.

Sacó la ropa de la secadora y se metió en el baño a vestirse. No le llevó mucho tiempo, pero tampoco se apresuró. Paula necesitaba un par de minutos. Pero cuanto más tiempo pasaba en aquella habitación, rodeado de su olor, de su jabón, de sus cremas, más se daba cuenta de la verdad. No sabía qué decirle. Cuando por fin se reunió con ella en el salón, Paula estaba sentada frente al fuego, contemplando las ascuas. Tenía las piernas pegadas al pecho y la barbilla apoyada en las rodillas. Pedro se apoyó en el brazo del sillón en vez de sentarse junto a ella en el suelo.

—Ya estoy preparado para hablar.

—¿De verdad?

—Claro que no. Preferiría caminar descalzo sobre carbones encendidos. Pero tienes razón. Tenemos que hablar. Empieza tú.

—Para empezar, tengo que decirte que probablemente esta haya sido la experiencia más maravillosa de mi vida.

Aquello no era lo que había esperado oír, pero se dio cuenta de que él sentía lo mismo.

—Me alegro —fue lo único que pudo decir.

—No puede volver a ocurrir.

—¿Por qué no?

—Por las razones de las que ya hemos hablado.

—Vuelve a decírmelas.

—Tú solo quieres divertirte.

—¿Y puedes culparme?

—No. Aun así sintió la necesidad de defenderse.

—Antes deseaba tener una familia más que nada. Mi padre nos abandonó y mi madre murió. Yo iba a recuperarlo todo y hacerlo bien. Pero entonces me arrancaron el corazón y todo el pueblo sabía que ella me había tomado por tonto. Comprometerme significa arriesgarme de nuevo.

—Lo comprendo. Y no te culpo.

—De acuerdo —pero sentía la culpa. Sentía el peso de lo que no podía decirle.

—Pero ese no es el único problema. Para él sí lo era, pero sabía lo que quería decir.

—El problema es que tú no quieres comprometerte. Tienes tus propios complejos —le dijo.

Ella suspiró.

—Probablemente tengas razón. El caso es que no dejo de preguntarme qué diría la gente de nosotros. Y en Thunder Canyon tendrían muchas opiniones.

—¿Entonces es eso? —se incorporó y la miró.

—Eso creo —contestó ella sin girar la cabeza.

—De acuerdo. Me contendré. Pero piensa en esto. No son los años los que convierten a un chico en un hombre, sino los kilómetros. Y tengo tantos kilómetros que jamás podrás alcanzarme.



En su despacho, Paula miró el mensaje de correo electrónico una vez más antes de enviarlo. Iba dirigido a otra emisora de radio para que retransmitiera el concierto de Navidad de Matías Gunther. Lo envió, aunque no era lo mejor que había escrito. Había pasado casi una semana desde que viera a Pedro por última vez y, sin él, parecía que no lograba hacer nada bien. Así que, dado que era hora de irse, apagó el ordenador y agarró el bolso y el abrigo. Tras bajar las escaleras se detuvo junto a la puerta para contemplar el árbol de Navidad de la recepción. Los nombres de los niños habían desaparecido, lo cual era una buena noticia. Pensó en su árbol. Un vecino la había ayudado a meterlo en su apartamento y el maravilloso olor había invadido la casa. Pero era una bendición perversa. Cada vez que respiraba recordaba el bosque. Recordaba haber estado allí con Pedro. Recordaba haberlo besado y haber hecho el amor con él frente al fuego. Era el hombre más tierno, amable, sensible y romántico que había conocido jamás. Pero como había dicho, ella tenía asuntos que resolver también. Ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder, y eso era todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario