viernes, 19 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 44

Paula sintió las lágrimas en sus ojos. La suya había sido una madre muy intuitiva.

—Y entonces la perdiste…

—Y también me perdí yo, durante un tiempo después de que muriera en ese accidente. Sonia acababa de empezar la universidad y volvió a casa para cuidar de Carolina y de mí. En esa época yo no agradecí su sacrificio.

—Debe de haber sido muy bonito verla casada con Lautaro. La familia es muy importante.

—No podría estar más de acuerdo —le soltó la mano y agarró el tenedor—. Eso hace que me plantee una pregunta. ¿Por qué no vas a Texas por Navidad?

—Para empezar, todo el mundo está aquí salvo mi hermano Ezequiel, mi madre y mi padrastro.

—Tu madre te echará de menos en Navidad.

—No estoy tan segura. Cuando mi padre murió, fue como si hubiera perdido a los dos. Mi madre tuvo que hacerse cargo del negocio, pero lo único que yo sabía era que no estaba en casa. Dios, eso suena tremendamente egoísta.

—No si es verdad. Y eras pequeña. Pero si algo aprendí de mi madre es a expresar tus sentimientos —entonces fue él quien le estrechó la mano, y no la soltó cuando ella intentó apartarla—. ¿Qué le ocurrió a tu padre?

—Murió en el accidente de una torre petrolera cuando yo tenía dos años. No lo recuerdo en absoluto, pero mis hermanos sí. Hablan de él como si fuera un héroe de las películas de acción, y a mí me enfada no acordarme de él.

—¿Y tu padrastro?

—Rafael Wexler —dijo ella—. Se casó con mi madre cuando yo tenía cuatro años y es el único padre que he conocido. Un buen hombre. Siempre me ha apoyado.

—¿Pero?

—Siempre he sentido que faltaba algo en mi vida —explicó—. Suena absurdo. Nunca he deseado nada en términos materiales. Me parece codicioso desear más. Pero hay cosas que el dinero no puede comprar. En los bailes de padres e hijas, mis amigas tenían a sus padres, pero yo tenía a mi padrastro —suspiró—. Venga, ríete.

—No me río.

—¿Ni siquiera por dentro?

—Y menos por dentro. No puedo evitar pensar… —negó con la cabeza—. Olvídalo. No es asunto mío.

—¿Qué? —Paula se inclinó hacia delante—. Realmente quiero saber lo que estás pensando.

—De acuerdo. Esa obsesión que tienes con la edad, la razón para querer salir con hombres mayores que tú, podría tener mucho que ver con el hecho de no haber conocido a tu verdadero padre.

—Es una teoría interesante. Nunca antes lo había pensado en esos términos.

—No me sorprende. Es muy humano —dijo él mientras le acariciaba los nudillos con el pulgar—. Es mucho más difícil ver cosas en nosotros mismos.

—¿Y el mundo gira a nuestro alrededor? —bromeó ella.

—Algo así.

—Se me ocurre que eres muy parecido a tu madre.

—¿Por qué dices eso?

—Me parece que era muy intuitiva y creo que tú también lo eres.

Paula se dió cuenta de que Pedro tenía una sabiduría propia de un hombre mayor que él. Se quedó mirándolo a los ojos y vió un alma adulta.

—Ese es el mejor de los cumplidos que me podías hacer.

—Me alegro —contestó ella con una sonrisa.

 —Y para darte las gracias por el comentario, voy a llevarte a por un árbol de Navidad.

—¿Ahora?

 Él se carcajeó.

—Hace frío y está oscuro.

—En lo del frío tienes razón, pero las parcelas donde venden los árboles están iluminadas como… bueno, como árboles de Navidad.

—No vamos a comprar uno. Es demasiado civilizado.

Y lo contrario era incivilizado. Escarpado. Fue entonces cuando un escalofrío recorrió su cuerpo; un escalofrío que no tenía que ver con el frío, sino con aquel hombre. Un hombre de verdad. Estaba lleno de sorpresas y Paula no podía esperar a descubrir la siguiente.

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