lunes, 22 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 49

Pedro se sacó la cartera y las llaves de los bolsillos y las dejó sobre la mesa del café.

—De acuerdo. Sé que no debo contradecir a una pelirroja.

—No lo olvides. Ahora, sígueme —Paula lo guió por el pasillo y sacó una toalla limpia del armario. Por alguna razón no podía dejar de hablar—. Te daría un albornoz, pero no te gustaría el color.

Él sonrió.

—Por no hablar de que no me entraría.

—Eso también —Paula salió del baño y cerró la puerta—. Deja la ropa en el pasillo y la meteré en la secadora.

Dejó una manta en la silla junto al fuego y esperó en la cocina, preguntándose si querría un té o un chocolate caliente para calentarse. O tal vez vino. Había oído que dilataba los capilares e incrementaba el torrente sanguíneo generando calor. El brandy o el coñac serían más sofisticados, pero no tenía ese tipo de licores. Así que tendría que ser vino. Estaba muy nerviosa. ¿Pero por qué habría de estarlo? Entonces Pedro apareció allí, con una toalla alrededor de las caderas. Y ella no podía apartar la mirada de su torso desnudo.

—Hay una manta allí —dijo señalando con la mano.

—Estoy bien —contestó él. «Desde luego que lo estás», pensó ella.

—¿Te apetece un té, un chocolate, un vino? —cualquier cosa con tal de hacer algo con las manos y aliviar la tensión.

—Vino.

—¿Te parece bien un Pinot noir?

—Perfecto.

Mientras ella abría la botella, sacaba las copas y servía el vino, él utilizó el atizador para mover la leña del fuego. Paula llevó dos copas de vino y las dejó sobre la mesita, junto a su cartera. Al incorporarse admiró sus hombros anchos, y fue entonces cuando vio el tatuaje con el que tanto había fantaseado en el omóplato. Era un árbol con raíces. En una de las ramas había un pájaro con las alas extendidas, preparándose para salir volando. No estaba segura de lo que imaginaba que habría elegido el rebelde y adolescente Pedro, pero nunca se le habría ocurrido un tributo a la filosofía de su madre para educar a los niños. Aquel tributo permanente a la memoria de la mujer que le había criado dejaba claro lo profundo de su personalidad y evidenciaba una madurez más allá de sus años. Paula levantó una mano y recorrió las raíces.

—Me gusta tu tatuaje.

—Me alegro.

Su voz sonaba rasgada y sus ojos brillaban con intensidad cuando se dió la vuelta y le rodeó la muñeca con la mano. Se llevó sus dedos a los labios y le dio un beso en cada uno. Paula sintió que el deseo y la necesidad explotaban en su interior. Ya no tenía frío.

—Pedro… cuando he insistido en que te quedaras, es porque realmente…

—Sí, pelirroja. Yo también te deseo —agarró un mechón de su pelo y lo frotó entre los dedos—. Desde el momento en que nos conocimos supe que íbamos en esta dirección.

—¿De verdad? —Paula se quedó mirándolo con el corazón desbocado—. ¿Incluso aunque me negara a salir contigo?

Él sonrió ligeramente.

—Sabía que así sería más dulce. Lo que viene con demasiada facilidad no se aprecia como aquello por lo que tenemos que esforzarnos.

—¿Y por qué insististe?

—Porque no podía dejarte ir —le acarició la mejilla con la mano—. No podía alejarme de tí. No podía dejar de desearte.

Y entonces la abrazó contra su cuerpo. Lo único que los separaba era la toalla y el chándal. Pedro le pasó un brazo alrededor de la cintura para sujetarla. Después hundió los dedos de la otra mano en su melena y agachó la cabeza para besarla. Paula se entregó a él. Sabía a canela y a especias, y el beso se volvió más apasionado cuando sus lenguas se encontraron. Tenía los pechos presionados contra su torso, y deseaba sentir su piel desnuda pegada a él. Se apartó e intentó tomar aire. Después le dió la mano y dijo:

—Vamos al dormitorio —él negó con la cabeza—. Creí que me deseabas…

—Más de lo que puedes imaginar. Pero aquí —Pedro agarró la manta de la silla y la extendió frente al fuego. No dejó de mirarla mientras acariciaba un mechón de pelo que caía sobre su pecho—. Quiero ver las llamas reflejadas en tu pelo. Necesito ver el fuego en tus ojos cuando te haga el amor.

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