viernes, 26 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 60

Paula salió con el archivo y fue al despacho de Bernardo Clifton. Llamó a la puerta y, cuando él le dió permiso, entró.

—¿Tienes un minuto? —preguntó.

—Un par —confirmó el alcalde—. Pero Mónica tiene que hacer unas compras navideñas de última hora y he prometido llegar pronto a casa para cuidar del bebé.

—Seré rápida —le mostró los cheques bancarios—. ¿Sabes por qué un alcalde iba a darle dinero a un comerciante local?

—En lo referente a Swinton, sería fácil sacar conclusiones precipitadas, pero eso nunca es apropiado. En mi periodo como alcalde, no he tenido nada que ver con The Tattered Saddle. Aun así, no puedo decir que Swinton no tuviera razones legítimas. Puede que tenga algo que ver con el festival Frontier Days.

—Entiendo.

Sonó el teléfono de su escritorio y miró la pantalla.

—Es Mónica. Hablaremos de esto más tarde.

—De acuerdo. Gracias —dijo ella antes de salir por la puerta—. No sabe de qué puede ser, pero ha mencionado que podría tener que ver con el festival Frontier Days —anunció al regresar al despacho de Jesica.

Celina se recostó en su silla.

—Es posible. Gerardo tiene muchas antigüedades del Oeste. Pistolas, cuchillos, sillas de montar, cuerdas. Tal vez Arturo Swinton le pagara para tomar prestadas algunas cosas para las exposiciones y los adornos, para que fuera más auténtico para los visitantes.

—Puede ser —dijo Jesica, sentada en el suelo rodeada de archivos—. Puede que incluso contratara a Fowler como asesor.

Todo ocurrió antes de que ella se mudara al pueblo, pero Paula había oído hablar de algunos asuntos turbios en la época en la que Swinton era alcalde. Después había sido arrestado por malversación, pero nunca se recuperó el dinero. Aquello podía ser parte de esa historia.

—Probablemente nunca sepamos de qué va todo esto, puesto que el anterior alcalde murió en la cárcel de un ataque al corazón.

—No podemos preguntárselo —convino Celina—, pero puede que el señor Fowler lo sepa. Es un hombre raro, en el sentido de extravagante. Podría preguntarle por qué aceptó dinero del alcalde corrupto, pero de buenas maneras.

Paula negó con la cabeza.

—No hay una manera diplomática de preguntarle eso a tu jefe. Podría despedirte. Y doy por hecho que necesitas el trabajo, si no, no tendrías por qué soportar a un hombre con un carácter tan insufrible.

—Sí —Celina asintió—. No lo hago por diversión.

—Iré yo a preguntarle —dijo Paula—. Supongo que ahora estoy en una misión. Y ustedes que pensaban que era solo triturar. Tenemos que quitarnos esto de encima. Fuera lo viejo, venga lo nuevo, y cuanto antes mejor.

—Si estás tan segura —le dijo Jesica—. Sería fantástico tener atados los cabos sueltos.

—Casi es la hora de irse a casa.

—Gracias a Dios —dijo Jesica—. Matías y yo vamos a salir a cenar esta noche. Nosotros solos.

—Una cita —añadió Celina con un suspiro—. Todas las noches con Gastón son como una cita, pero el hecho de tener un niño hace que realmente aprecies el tiempo que tienes para ti.

—Así que las dos tienen gente esperándolas y yo no. Me pasaré por The Tattered Saddle de camino a casa para ver qué puedo averiguar.

Se despidió antes de que las otras dos pudieran protestar, regresó a su despacho y agarró el abrigo y el bolso. Y hablando de cabos sueltos, sacó el móvil y miró la lista de contactos. El nombre de Pedro apareció el primero, y estaba a punto de marcar el botón para llamar cuando sonó el teléfono.

—¿Sí? —preguntó mientras se dirigía hacia las escaleras.

—Soy Pedro.

—Hola.

—Tengo que hablar contigo. Para que lo sepas, no aceptaré un «no» por respuesta.

—Entonces estás de suerte, porque no pensaba decir «no» —contestó ella.

—Me gustaría llevarte a cenar. ¿Por qué no te recojo…?

—De hecho iba de camino a hacer un recado para la oficina del alcalde. No creo que me lleve más de media hora. ¿Por qué no me reúno contigo en algún lugar?

—¿Dónde DJ?

—Allí estaré.

—Yo también.

—Estoy deseándolo —dos palabras que no lograban expresar lo que sentía. Pero en poco tiempo podría decírselo todo en persona—. Nos vemos enseguida.

Tras despedirse, Paula se guardó el móvil en el bolsillo del pantalón. Sonreía de oreja a oreja porque por fin su mundo era tan brillante como la época navideña. Al menos lo sería después de pasarse por la tienda de antigüedades.

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