lunes, 8 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 21

Abrió la boca e inmediatamente él aceptó la invitación y metió la lengua dentro. Sus lenguas bailaron y lucharon en círculos hasta hacer que la cabeza le diera vueltas. Pedro  le mordisqueó el labio inferior, después succionó y le provocó una sensación absolutamente placentera. Después se apartó y susurró:

—Sabes a tarjeta de Navidad.

El tono rasgado de su voz le aceleró a Paula la respiración en un segundo, y no pudo evitar acariciarle la mejilla con la mano. Tenía la piel áspera por la incipiente barba. Había intentado por todos los medios convencerse a sí misma de que no era más que un chico, pero aquel beso era el de un hombre. Y lo deseaba. Resultaba tentador ignorar la voz en su interior diciéndole que aquello estaba mal, pero en esa ocasión sí que le hizo caso y se apartó con la respiración entrecortada. «Dí algo», pensó. Algo que le dijera que no había sido su intención, aunque sí lo hubiera sido. Tragó saliva.

—Se acabó el descanso. Tengo que terminar estas tarjetas. Tengo que irme a casa. No quiero que alguien nos vea y lo confunda con una cita.

Aquello sonaba estúpido. La había besado, por el amor de Dios, y ella le había devuelto el beso. Técnicamente no había violado los términos de la apuesta, pero al menos lo que había hecho incumplía el trato en su espíritu.

—Cierto, y yo tengo que volver a Roots —Pedro tomó aliento y se pasó una mano por el pelo—. ¿Vas a ir mañana donde DJ para ayudar con los regalos de Navidad para el proyecto de los patriotas? Las cajas de regalos que enviaremos a los militares destinados en el extranjero —explicó.

Paula chupó un sobre, pero no podía mirarlo.

—Me apunté en la lista de voluntarios.

—Entonces te veré allí —dijo él—. Pero no es una cita.

Tal vez no, pero parecía muy interesado en su respuesta. Paula no podía creer lo preocupada que había estado por rozarlo mientras caminaban hacia el ayuntamiento. Pero el beso no había aparecido en su radar. No lo había visto venir y ahora no podría borrar el recuerdo. Después de besar a Pedro Alfonso, era imposible olvidarlo. Y peor aún, era imposible no desear más.

Paula salió del trabajo a las cinco y media de la tarde del día siguiente y condujo hasta el complejo turístico de Thunder Canyon, donde se encontraba el Rib Shack de DJ. No importaba lo mucho que intentase no hacerlo, pues esperaba aquel evento voluntario más de lo que había esperado el de Acción de Gracias, y eso tenía que ver con Austin. Ahora lo conocía mucho mejor. Los besos tenían ese efecto. Los labios le cosquilleaban solo con pensar en él, porque había sido un beso espectacular. Digno de un premio. Entró en el estacionamiento y supo que era hora de centrarse en lo realmente importante. Esa resolución se tambaleó ligeramente cuando aparcó junto a la furgoneta de Pedro y se permitió a sí misma un último momento de excitación. Era el momento de asegurarse de que los medios de comunicación a los que había convocado estaban en su lugar. Aquel era un esfuerzo navideño para los soldados que servían a su país, una empresa noble. Pero a veces eso también era beneficioso para los que estaban detrás, y DJ era uno de ellos. Tras salir del coche, divisó la furgoneta con el logo de la televisión local y una pancarta de la emisora de radio. El productor con el que había hablado le había dicho que retransmitirían en directo desde el interior. Aquello le daría al restaurante de su primo una buena publicidad para variar. Con toda la rivalidad entre el Rib Shack y el Lipsmackin’ Ribs, a DJ le iría bien la buena prensa. Entró por la puerta trasera. Su primo había cerrado el restaurante aquella noche y ella se había asegurado de que los dos medios de comunicación supieran el gran gesto que era. Las sillas de madera que normalmente ocupaban los clientes estaban contra las paredes, debajo de las fotos en color sepia de vaqueros y ranchos y un mural pintado a mano que mostraba la historia del pueblo. Las mesas de madera donde solían comer las familias estaban todas juntas. Los voluntarios, hombres, mujeres, jóvenes y mayores, estaban envolviendo y empaquetando comida, artículos de aseo, regalos y libros. Todos los objetos y utensilios de empaquetado habían sido donados por diversos negocios de Thunder Canyon. La celebridad radiofónica Darío Casey estaba sentada con un micrófono a una mesa situada en un rincón y parecía que estaba entrevistando a DJ. El equipo de televisión se movía de un lado a otro, tomando muestras de vídeo y de sonido para las noticias de las seis y de las once. Todo iba según lo planeado. Los regalos navideños para los patriotas eran un ejemplo evidente del espíritu navideño. Paula vió a Pedro al otro lado de la sala justo cuando la periodista Karen Roman le hizo un gesto al cámara para que dejara de grabar. Cuando se apagó la luz de la cámara, se apresuró a abrazarlo. Fue un abrazo cálido. Muy, muy cariñoso. Por mucho que quisiera evitarlo, no podía ignorar los celos que sintió en la boca del estómago. Era absurdo e inapropiado, pero allí estaban.

—Hola, Paula —dijo Carolina Alfonso , que había aparecido a su lado—. ¿Acabas de llegar?

—Sí. ¿Y tú?

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