miércoles, 10 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 29

Pedro se había imaginado cómo estaría Paula con el disfraz de elfo, pero la pelirroja de carne y hueso con el vestido corto y los leotardos verdes era mucho mejor. Merecía la pena llevar el traje de Papá Noel. La falsa tripa era pesada, el pegamento que sujetaba la barba le picaba, ya estaba sudando y la fiesta ni siquiera había empezado. Tras ponerse el disfraz, simplemente había entrado en la sala. Pero al ver el trasero de Paula, que estaba inclinada sobre los regalos, se le olvidó la incomodidad. Entonces ella se incorporó y se dió la vuelta. El gorro navideño que llevaba tenía una campanita en la punta y tenía los mofletes pintados de rojo. Paula caminó hasta él y lo miró de arriba abajo.

—Ese traje es fantástico. Estás genial —dijo.

—Tú también.

—Me siento bastante estúpida con esto —dijo tocándose el gorro.

—Comparto tu dolor.

—Al menos a tí nadie te reconocerá. Yo preferiría ser la señora Noel.

 —¿Así qué Papá Noel puede convertirte en una mujer decente? —bromeó él.

—No, por el vestido largo y la edad del personaje.

—Ah —la pilló en aquel tecnicismo—. Entonces entiendo que, si tengo la edad apropiada para interpretar a Papá Noel, eso anularía tu excusa para no salir conmigo. Ella pareció sorprendida.

 —¿Aún quieres salir conmigo?

—Sí —aunque sabía que no debía—. Cuando haya terminado tu periodo de abstinencia.

—¿Paula? —Diana Culpepper estaba llamándola.

La mujer trabajaba en la recepción del ayuntamiento durante la semana. Definitivamente llamaba la atención con su pelo negro y ese mechón blanco en la sien derecha. Era sábado, y ella era una de las muchas voluntarias que convertían en un éxito aquella fiesta anual. Al otro lado del rellano en el segundo piso, habían instalado una tarima con un enorme sillón de cuero esperándolo. Pedro sospechaba que lo habrían tomado prestado de los juzgados del piso de abajo. Un árbol con adornos y luces blancas ocupaba el espacio central. Los adornos que había visto metidos en cajas la noche que había besado a Rose en su oficina habían transformado el lugar en una estampa navideña propia de Cuento de Navidad de Dickens. En el piso de abajo se encontraba el árbol de los regalos con los nombres de los niños necesitados y su lista de deseos. Paula le había dicho que una de las razones para celebrar la fiesta era lograr quepasease más gente de lo normal por el edificio y, de esa forma, se dieran cuenta de que había niños que no tendrían Navidad sin ayuda. Niños. La Navidad era para los niños. En pocos minutos estarían contándole a Papá Noel lo que querían ese año, y él haría lo posible por no decepcionarlos. Se quedó mirando a Paula, que estaba ayudando a colocar a los niños en fila. Ojalá bastara con decirle a alguien que la deseaba para que su sueño se hiciera realidad. Paula dejó a Diana y se acercó a él.

—Vamos a empezar.

Cuando se subieron al escenario para ocupar sus asientos, él dijo:

—¿No se supone que tienes que decir «rómpete una pierna» o algo así?

 —Eso me suena mal —contestó ella con una sonrisa, aunque se notaban sus nervios—. Va a ser divertido.

—Mucho —convino él con un suspiro.

Pedro ocupó su lugar en el sillón. Cuando estuvo acomodado, Diana envió a los niños. Los primeros eran el alcalde Bernanrdo  Clifton y su esposa, Mónica Pritchett Clifton, que sostenía en brazos a su hija de un año. Con sus ojos azules y su pelo rubio parecían Barbie y Ken, una pareja comprometida con la familia y la comunidad. No había nada de falso en los Clifton. Bernardo  era de los que vestían con vaqueros y botas antes de ser elegido y seguía siendo así. Dijo unas palabras a la multitud, dio la bienvenida a todos a la fiesta y les deseó feliz Navidad. Había un fotógrafo contratado para tomar fotografías de cada niño con Papá Noel. Entonces subieron a la niña al regazo de Pedro. Previamente había llamado a Adrián Johnson para pedirle consejo. El hombre, que apenas podía hablar, le advirtió que algunos niños se asustaban, pero que no se lo tomara como algo personal. Algunos le tirarían de la barba para ver si era real. Y también habría escépticos con preguntas, pero solo él podría responderlas. Pedro esperó a que Sabrina Clifton se echara a llorar, pero la niña simplemente lo miró con curiosidad. Era absurdo preguntarle qué quería por Navidad, así que le hizo la pregunta a Mónica.

—Una muñeca y un triciclo —respondió la madre.

—¿Ha sido una niña buena? —claro que sí, pensó. ¿Cómo podía ser mala una niña de un año? Pero Adrián le había dicho que había que hacer las preguntas. Sin excepciones.

El alcalde le pasó un brazo a su esposa por la cintura y sonrió a su hija.

—Es perfecta.

Paula se puso en cuclillas frente a Sabrina y le entregó un regalo envuelto con papel rosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario