lunes, 29 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 65

—Te partiré el cuello, hijo de perra…

Fowler le puso la pistola en el cuello a Paula.

—Quieto ahí.

—No vas a ir a ninguna parte. Ríndete —ordenó Pedro.

—Yo tengo la pistola. Yo mando. ¿Entendido? Dejenme salir de aquí y no le haré daño.

—Sabes que no podemos hacer eso —contestó Pedro—. Suéltala y tú no saldrás herido.

—Como si me fuera a creer eso. Sin ella no tengo rehén —dijo Fowler, y apartó la pistola de ella brevemente.

Paula oyó pisadas en las piedras junto a ella justo antes de que un cuerpo saliera de la oscuridad. Fowler cayó al suelo, y ella quedó libre. Pedro se apresuró a tomarla entre sus brazos.

—Oh, Pedro… —ya no estaba sola en eso—. Estaba tan asustada.

—Lo sé, cariño. Estoy aquí —la apartó ligeramente de él—. ¿Te ha hecho daño? ¿Estás bien?

—Lo estaré. Ahora que estás aquí —se lanzó de nuevo a sus brazos mientras varios coches de policía se detenían a su alrededor.

Paula, desde el refugio de los brazos de Pedro, vió a dos ayudantes de policía quitar a su hermano Javier de encima de Fowler y alejar a sus otros hermanos.

—Creo que la policía acaba de impedir que los Chaves de Texas se tomaran la justicia por su mano con Gerardo Fowler —dijo ella.

—No son los únicos que quieren acabar con él —murmuró Pedro con odio.

Los policías esposaron a Fowler. Al parecer era él quien estaba nervioso ahora, porque comenzó a hablar a toda velocidad, aunque la mayoría de las cosas no tenían sentido.

—Esto no es culpa mía —dijo finalmente.

Antes de que pudiera seguir hablando, uno de los policías le informó de su derecho a permanecer en silencio. Si renunciaba a ese derecho, cualquier cosa que dijera podría ser usada en su contra.

—No es mi culpa —repitió él.

 Javier se acercó a él y dijo:

—Has retenido a mi hermana contra su voluntad. Eso sí es culpa tuya, Fowler.

—No pienso cargar con esto yo solo —dijo el anciano—. Es Arturo Swinton. Él es el cerebro que está detrás de todo.

 —Eso explicaría los cheques bancarios que encontramos —dijo Paula.

—Pero hay muchas más cosas que no se explican —dijo Pedro mirando al detenido—. Como el hecho de que Arturo Swinton esté muerto.

—Pedro tiene razón —dijo Javier—. Murió de un ataque al corazón en la cárcel.

—Quizá sí. Quizá no —contestó Fowler con una sonrisa misteriosa—. Nunca lo encontrarán, y tampoco el dinero que robó.

—Llevenselo de aquí. Lo interrogaremos en la comisaría —el policía a cargo de la escena del crimen miró a su compañero y asintió.

—¿Estás bien, Pau? —preguntó Javier abrazándola después de que se llevaran a Fowler—. Casi me da un ataque cuando he sabido lo que pasaba.

—Estoy bien. Gracias a Pedro y a ustedes.

—Te debo una, Pedro. Gracias.

—No me debes nada —contestó Pedro—. Nunca dejaría que le pasara nada.

—Está bastante alterada —dijo Javier observando a su hermana—. Puedes venir a casa conmigo. Vanina y yo cuidaremos de tí. O Gonzalo…

Paula negó con la cabeza.

—No pienso apartarme de Pedro.

Levantó la mirada y él asintió. Javier dió su aprobación y dijo:

—Mantenla a salvo.

—Cuenta con ello —respondió Pedro.

Paula apoyó la mejilla en su pecho y disfrutó del sonido de su corazón.

—En ese caso, ¿Quieres llevarme a casa? Solo quiero irme a casa. Contigo. Por favor.

—Haría cualquier cosa por tí.

Pedro no había estado tan asustado en su vida. Los dos estaban en silencio mientras conducía hacia el departamento de Paula, y no podía dejar de pensar en lo que podría haber ocurrido. Podría haberla perdido, y la vida sin ella no era vida.

—¿Estás bien? —preguntó tras mirarla de reojo y comprobar que seguía pálida.

—Todo lo bien que se puede estar tras sobrevivir a un secuestro con arma de fuego —contestó ella con voz temblorosa.

—Ya casi hemos llegado.

Un minuto más tarde estacionófrente a la escalera que conducía a su departamento en el segundo piso. Antes de que pudiera salir de la furgoneta, Paula le agarró la mano.

—Pedro.

—¿Qué?

—Por favor, entra conmigo.

—Intenta impedírmelo.

—Gracias —contestó ella.

—No hay de qué. Lo hago por mí. Me moriría si te perdiera de vista.

Tras entrar en el departamento, Paula echó el pestillo y, como si hubiera bajado la guardia, comenzó a temblar de nuevo. Pedro le dió la mano y la condujo al dormitorio. Se dió cuenta de que era la primera vez que lo veía. Habían hecho el amor frente al fuego y había sido la mejor noche de su vida.

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