lunes, 29 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 64

Paula no había estado tan asustada en su vida. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Aquel hombre estaba desequilibrado. Cuando la metió en la furgoneta, ella no intentó escapar, sorprendida como estaba y aterrorizada por poder recibir un disparo. Después empezó a conducir y se le pasó por la cabeza saltar del vehículo en marcha, pero a esa velocidad le parecía peligroso. Entonces había palpado el móvil en el bolsillo. Fowler estaba murmurando y apuntándola con la pistola. No había luces en el salpicadero, pero aun así no podría sacar el teléfono y marcar el 911. Así que imaginó el teclado del aparato y pulsó el botón de rellamada para llamar al número de la última llamada que había recibido. Pedro. No estaba segura de que el ruido de la carretera pudiera camuflar la voz de otra persona al responder, así que empezó a hablar en voz alta. Vio una señal en la carretera y mencionó que era donde Pedro la había llevado a por el árbol de Navidad. Después de eso siguió diciendo cosas sin sentido.

—No puedo oírme pensar —dijo Fowler—. Cierra la boca.

—No puedo. Estoy nerviosa. No puedo dejar de hablar cuando estoy nerviosa. Déjame marchar. Detén la furgoneta. Saldré y volveré al pueblo caminando. Te daré ventaja. Además no puedo caminar deprisa con los tacones. Olvídalo. Tardaría una eternidad.

—¡Cállate!

—Ya te lo he dicho, no puedo. ¿Por qué haces esto?

—Malditos forasteros entrometidos —murmuró él—. No pueden dejar las cosas quietas. El Rib Shack de DJ sigue en pie. Debería haberse hundido con todo lo que hice. Y los Chaves no hacen más que invertir dinero en el complejo elitista del señor Clifton.

—¿Qué sucede?

—Es muy frustrante.

—¿Qué tienes en nuestra contra? —preguntó ella.

—No pertenecen a este lugar. Ninguno de ustedes. No han nacido en Thunder Canyon.

—Tú tampoco. Dijiste que atravesaste el país con un ataúd en la furgoneta.

—Eso es diferente.

—¿Por qué?

—Porque sí.

—¿Así que nos odias porque trajimos la bonanza económica a Thunder Canyon?

—Lo nuevo no siempre es mejor. No es nada personal. Son negocios. Se trata de dinero. Eres una Chaves. Deberías saberlo. Ahora cierra la boca. ¿Por qué no podías meterte en tus propios asuntos? Ahora sabes demasiado. Tengo que pensar.

Probablemente en cómo deshacerse de ella. Permanentemente. Si Fowler detenía la furgoneta, tendría toda su atención puesta en ella, y no podría intentar escapar sin recibir un balazo en la espalda. Su única oportunidad era intentar hacer algo mientras estuviese conduciendo, pero tenía la pistola entre ella y el volante. Además, como estrategia, agarrar el volante también era peligroso. La furgoneta podría salirse de la carretera y caer por un precipicio. Aquel viejo trasto no tenía cinturones de seguridad. Saltar le parecía la única opción, y sabía bien cuáles eran las intenciones de Fowler, así que no tenía nada que perder. Se prepararía. Cuando aminorase un poco la velocidad en una curva, lo intentaría. Con los dedos en la manilla de la puerta, lo miró y esperó su oportunidad.

—Hijo de perra —gruñó Fowler justo antes de pisar el freno.

Paula perdió el equilibrio e intentó sujetarse. Miró a través del parabrisas y vio una vieja furgoneta bloqueando la carretera. Era la furgoneta de Pedro.

—Gracias a Dios —susurró, y se dispuso a abrir la puerta.

—No tan deprisa —Fowler levantó la pistola para detenerla, puso la marcha atrás, pisó el acelerador y miró por encima del hombro. Volvió a frenar—. Maldita sea.

Paula miró hacia atrás y vió otro vehículo tras ellos. Le parecía el coche de Javier, y había más detrás,  Gonzalo, Rodrigo y  Leandro. Sus hermanos.

—Estás atrapado —le dijo a Fowler—. Se acabó.

—No hasta que yo lo diga —la apuntó con la pistola y se deslizó sobre el asiento antes de agarrarla del brazo—. Sal. Te tengo a tí. Eso me dará vía libre.

Paula no tenía más remedio que obedecer. Cuando abrió la puerta de la furgoneta, oyó las sirenas de fondo. La policía estaba en camino. Pero Pedro estaba allí, de pie en medio de la carretera. Su expresión de furia era claramente visible con la luz de los focos. Tenía los puños apretados y un brillo peligroso en la mirada.

—Suéltala, Fowler —dijo dando un paso al frente.

—No te acerques más —le advirtió el anciano—. No tengo nada que perder y no dudaré en usar esta pistola.

Paula estaba tan asustada que le temblaban las piernas y estuvo a punto de caerse al suelo, pero Fowler tiró de ella con tanta fuerza que dió un grito. Pedro dió otro paso al frente.

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