viernes, 19 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 45

El sábado por la mañana, Paula limpió su departamento. Después se preparó un sándwich y una taza de té y se sentó a la mesa de la cocina. Mientras comía, se quedó mirando las flores que Pedro le había regalado. Seguían tan frescas como la nueva perspectiva que él le había dado. Era probable que echar de menos a su verdadero padre le hiciese fijarse solo en hombres de cierta edad. Le había dado muchas cosas en qué pensar. Como siempre, Pedro era la primera de esas cosas. Las flores le hicieron sonreír, pero también sentir la ausencia de espíritu navideño en su casa. Miró a su alrededor y comprobó que estaba igual de poco decorada que la noche que él lo había comentado. Él había logrado que le abriese su corazón y se sentía mejor por ello. También le había prometido llevarla a por un árbol de Navidad, pero no a comprar uno. Lo había visto todos los días de aquella semana. Se había pasado por Roots para hablar con Matías  Gunther sobre el concierto del día veinticinco y había terminado hablando con Pedro. Había surgido el tema de ir de compras al centro comercial y la había acompañado al día siguiente. Estaba en el ayuntamiento obteniendo información sobre permisos de construcción para la empresa y se pasó por su despacho. Habían comido juntos. Pero no había mencionado ninguna fecha específica para llevarla a por el árbol.

Paula tenía los regalos apilados en la otra habitación y también el papel para envolverlos. Tenerlo todo amontonado en un rincón le parecía mal y era hora de cambiar eso. Cuando tuvo el estómago lleno, fue a ocuparse de ello. Tras ponerse un jersey, unos vaqueros y unas botas, se peinó y se puso un poco de maquillaje. Una chica nunca sabía a quién vería y, con un poco de suerte, ese sería Pedro. Se puso el gorro, y estaba a punto de ponerse el abrigo cuando sonó su móvil. Miró la pantalla y experimentó un escalofrío de alegría.

—Hola, Pedro.

—Hola, pelirroja. ¿Qué tal?

 —Bien. ¿Y tú?

—Bueno, sucede una cosa de lo más extraña —su voz sonaba burlona—. Una vieja furgoneta se dirige a tu barrio. Es bastante raro.

—¿Cómo?

—Sí, porque entonces me he acordado de que necesitabas un árbol de Navidad y te prometí ir a por uno.

—Es verdad —dijo ella—. Creí que se te había olvidado. —¿Por qué?

—Porque no habías vuelto a decir nada. Y no es que no te haya visto durante la semana.

—Hay una razón para eso. Tenía que mantener las apariencias.

—Porque…

—He estado haciendo todo lo posible por evitar que parezcan citas. No quiero que pierdas la apuesta por mi culpa.

—Eres un buen hombre, Pedro Alfonso.

—Me alegra que pienses eso. Y mantengo mi palabra. Así que…

—¿Sí?

—Ponte un gorro, unos guantes y un abrigo. También necesitarás botas. Vamos a por un árbol. Estaré allí en diez minutos.

—De acuerdo.

Pero Paula iba muy por delante. Decidió esperarlo fuera, abrió la puerta y dió un grito. Pedro estaba allí, guardándose el móvil. Había vuelto a sorprenderla.

—¿Por qué no has llamado a la puerta? —preguntó ella.

—Bueno, ya sabes, por si acaso…

—¿Por si acaso estaba hecha un desastre?

—No. ¿Tienes un espejo? Es imposible que tengas mal aspecto. Nunca.
—¿Entonces por qué?

—Tengo dos hermanas. Sé cómo funciona esto. Si no has quedado de antemano, se necesita un poco de tiempo.

—¿Y creías que con diez minutos sería suficiente? —preguntó ella.

—Ni siquiera los necesitas —contestó él con una sonrisa, pero había una intensidad en su mirada que envolvía aquellas palabras de una absoluta sinceridad.

—Tienes una lengua de plata.

—Soy un gran tipo.

Paula no podía estar más de acuerdo, pero no estaba preparada para decirlo.

—De acuerdo, pongámonos manos a la obra con la operación Árbol de Navidad.

—Vuestro carro os espera, milady —le ofreció el brazo y ella puso la mano en la curva de su codo.

Caminaron hasta la furgoneta, él le abrió la puerta y la ayudó a subir. El interior olía a él; especiado y masculino. Era como estar entre sus brazos, algo a lo que podría acostumbrarse.

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