Paula tenía los regalos apilados en la otra habitación y también el papel para envolverlos. Tenerlo todo amontonado en un rincón le parecía mal y era hora de cambiar eso. Cuando tuvo el estómago lleno, fue a ocuparse de ello. Tras ponerse un jersey, unos vaqueros y unas botas, se peinó y se puso un poco de maquillaje. Una chica nunca sabía a quién vería y, con un poco de suerte, ese sería Pedro. Se puso el gorro, y estaba a punto de ponerse el abrigo cuando sonó su móvil. Miró la pantalla y experimentó un escalofrío de alegría.
—Hola, Pedro.
—Hola, pelirroja. ¿Qué tal?
—Bien. ¿Y tú?
—Bueno, sucede una cosa de lo más extraña —su voz sonaba burlona—. Una vieja furgoneta se dirige a tu barrio. Es bastante raro.
—¿Cómo?
—Sí, porque entonces me he acordado de que necesitabas un árbol de Navidad y te prometí ir a por uno.
—Es verdad —dijo ella—. Creí que se te había olvidado. —¿Por qué?
—Porque no habías vuelto a decir nada. Y no es que no te haya visto durante la semana.
—Hay una razón para eso. Tenía que mantener las apariencias.
—Porque…
—He estado haciendo todo lo posible por evitar que parezcan citas. No quiero que pierdas la apuesta por mi culpa.
—Eres un buen hombre, Pedro Alfonso.
—Me alegra que pienses eso. Y mantengo mi palabra. Así que…
—¿Sí?
—Ponte un gorro, unos guantes y un abrigo. También necesitarás botas. Vamos a por un árbol. Estaré allí en diez minutos.
—De acuerdo.
Pero Paula iba muy por delante. Decidió esperarlo fuera, abrió la puerta y dió un grito. Pedro estaba allí, guardándose el móvil. Había vuelto a sorprenderla.
—¿Por qué no has llamado a la puerta? —preguntó ella.
—Bueno, ya sabes, por si acaso…
—¿Por si acaso estaba hecha un desastre?
—No. ¿Tienes un espejo? Es imposible que tengas mal aspecto. Nunca.
—¿Entonces por qué?
—Tengo dos hermanas. Sé cómo funciona esto. Si no has quedado de antemano, se necesita un poco de tiempo.
—¿Y creías que con diez minutos sería suficiente? —preguntó ella.
—Ni siquiera los necesitas —contestó él con una sonrisa, pero había una intensidad en su mirada que envolvía aquellas palabras de una absoluta sinceridad.
—Tienes una lengua de plata.
—Soy un gran tipo.
Paula no podía estar más de acuerdo, pero no estaba preparada para decirlo.
—De acuerdo, pongámonos manos a la obra con la operación Árbol de Navidad.
—Vuestro carro os espera, milady —le ofreció el brazo y ella puso la mano en la curva de su codo.
Caminaron hasta la furgoneta, él le abrió la puerta y la ayudó a subir. El interior olía a él; especiado y masculino. Era como estar entre sus brazos, algo a lo que podría acostumbrarse.
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