lunes, 22 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 50

A Paula se le derritió el corazón al oír sus palabras. Cuando Pedro levantó las manos, ella puso las suyas en sus palmas y juntos se arrodillaron sobre la manta, mirándose frente a la chimenea. Podía sentir el calor del fuego, pero no era eso lo que la hacía arder por dentro. Los ojos de Pedro  brillaban con más intensidad que las llamas. Era una mirada que abrasaba su piel y le llegaba al alma. Más que las palabras, la pasión de sus ojos decía que era suya. Le mordisqueó el labio para hacer que su deseo por él aumentara. Pocos segundos después, Paula estaba abrumada por la necesidad de sentir su piel desnuda contra él, y Pedro pareció darse cuenta del momento. Dejó caer sus manos, colocó los dedos en el dobladillo de la sudadera y se la sacó por encima de la cabeza.

—La Navidad ha llegado antes de tiempo este año —dijo Pedro con una sonrisa.

—¿Por qué? —¿Esa voz temblorosa realmente le pertenecía?

—Porque no llevas sujetador.

El corazón le latía tan deprisa que estaba a punto de salírsele del pecho.

—Entonces te pondrás muy contento cuando desenvuelvas el resto del paquete.

Pedro deslizó un dedo por su clavícula y bajó hasta llegar al pecho.

—Deberías saber que me gusta disfrutar de un regalo cada vez. Concentrarme antes de seguir. Prestar atención a los detalles…

Porque eso era lo que hacía un ingeniero, pensó ella. Un segundo más tarde ya no podía pensar en nada, porque Pedro estaba acariciándole un pezón con el dedo. Tensó el vientre y todo su cuerpo gritó de deseo. Entre los muslos empezó a notar un cosquilleo. Pedro se llevó el pecho a la boca y le estimuló el pezón con la lengua. Paula sentía el fuego por todo su cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y acercó el pecho más a él para proporcionarle libre acceso. Y él aceptó lo que le ofrecía. Pasó entonces al otro pecho y lo estimuló con la misma tranquilidad y atención a los detalles. Ella no pudo contener un gemido, y mantenerse erguida no le era posible. Se sentó y apoyó la mano en su torso. Al sentir su corazón martilleando bajo los dedos sonrió de placer. Deslizó las manos suavemente hasta llegar a sus hombros. Austin la rodeó con un brazo y la tumbó sobre la manta mientras ella cerraba los ojos. Le besó los párpados y susurró:

—Mírame.

Paula lo hizo y se quedó sin respiración al sentir como le bajaba los pantalones hasta que pudo quitárselos con los pies. Estaba completamente desnuda en el suelo de su salón con Pedro.

—Ahora lo veo —dijo él con voz profunda mientras la miraba a los ojos—. El fuego. Sabía que estaba ahí.

Ardía por él. Y, al parecer, él sentía lo mismo. Su excitación era evidente, y en algún punto había perdido la toalla. Definitivamente la Navidad había llegado antes de tiempo para ella también. Paula apenas lograba aspirar suficiente aire, pero logró decir:

—Esto no es una cita, ¿Verdad?

—Ni se le parece —la voz de Pedro sonaba entrecortada mientras deslizaba una mano sobre su vientre y la metía entre sus muslos—. Pero la Navidad va mejorando por momentos.

Paula no podría haber respondido aunque su vida hubiera dependido de ello. Él encontró su punto femenino más sensible y lo acarició con el pulgar. Aquel gesto le provocó escalofríos por todo el cuerpo y no pudo evitar arquear la espalda para que siguiera tocándola.

—Oh, Pedro… por favor…

Y ya no pudo decir nada más. Todo su cuerpo se tensó justo antes de que las convulsiones se apoderasen de ella y la desgarrasen por dentro. Pero Pedro la sujetó con sus fuertes brazos. Cuando finalmente recuperó la respiración, lo miró.

—No tengo palabras.

Él le puso un dedo en los labios.

—No tienes que decir nada. Todo lo que sientes se ve en tus ojos.

La besó y fue como encender una cerilla. Empezaba a arder de nuevo y lo único en lo que podía pensar era que deseaba tenerlo dentro.

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