viernes, 12 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 31

—A veces hay magia cuando Papá Noel mueve la nariz —dijo ella.

—¿Qué? —preguntó Valentina.

—Es un proceso. Él lo desmoleculariza todo en un rayo de luz. Cuando está bajo el árbol, vuelve a molecularizarlo.

—En ese caso —dijo la niña—, me gustaría una bicicleta por Navidad, rosa. Con cintas en el manillar.

—Eso puedo hacerlo —dijo Pedro muy seriamente—. Con una condición.

—¿Cuál? —quiso saber Valentina.

—No puedes contarle a nadie mis secretos.

—¿Ni siquiera a mi madre?

Pedro miró a la madre de la niña, que lo había oído todo y estaba haciendo un esfuerzo por no reírse.

—Ni siquiera a tu madre.

—De acuerdo —respondió Sarah solemnemente—. Y siento no haberte creído, Papá Noel.

—Valentina —respondió él—. Nunca dejes de hacer preguntas. ¿Me lo prometes?

—Sí.

Levantó la mano y chocaron los cinco.

—Aquí está el traje.

Paula estaba en su oficina, mirando por la ventana, y se volvió al oír a Pedro. Era última hora de la tarde y la fiesta había acabado. El edificio estaba tranquilo después de todo el ruido. Le había pedido a Pedro que le devolviera el disfraz de Papá Noel, pero también podría haberle dicho que dejara la caja sobre su escritorio. La devolución no requería que ella estuviese presente y podría haberse escaqueado, pero era una excusa para volver a verlo. Estaba de pie tras el escritorio. Probablemente fuese mejor no acercarse demasiado a él sin llevar el disfraz. Verlo repartir magia entre los niños había provocado otro tipo de magia en su interior.

—Déjalo ahí.

Junto a su atuendo de elfo. Más de una vez le había pillado mirándole el trasero o las piernas. Era difícil saberlo con la barba falsa y las gafas de culo de vaso, pero estaba bastante segura de que le había gustado lo que había visto. Pedro hizo lo que le dijo, después se metió los pulgares en los bolsillos de los vaqueros y apoyó el hombro en la pared. Al parecer, él tampoco quería acercarse a ella, pero probablemente por razones diferentes. Y, además, Paula le debía una disculpa.

—En serio, ¿Agujeros espaciotemporales? —dijo.

—Formaba parte de la farsa. No creí que un traje pudiera ser más incómodo que un esmoquin, pero me equivocaba.

—Pedro, gracias por hacerlo. Lo digo en serio. Realmente me has salvado el… —se encogió de hombros y dejó que él interpretara lo que quisiera—. El ingeniero que salvó la Navidad.

—Sí, un auténtico héroe.

—Sé que aceptaste por los niños, no por mí. No después de cómo te dejé donde DJ el otro día. Me sorprende que quieras hablarme.

—Mis comentarios estuvieron fuera de lugar —dijo él. —Creo que debo explicarte mi reacción.

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