lunes, 1 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 12

—¿Qué estás haciendo aquí, Javier? —su interpretación no le reportaría ningún premio, pero era lo mejor que podía hacer.

—Tienes el móvil apagado. Hay un asunto familiar urgente y he venido a buscarte.

—¿No puede esperar a que Harvey y yo cenemos?

—No —había un brillo peligroso en los ojos de su hermano, y se preguntó si tal vez habría tirado demasiado de la cuerda.

—Javier no estaría aquí si no fuera importante —fingió arrepentimiento cuando miró a David—. Lo siento, pero parece que la cita va a terminar antes de tiempo.

—Solo si podemos dejarlo para otro día —contestó David.

—Claro —no era mentira del todo. Se puso en pie y agarró el abrigo y el bolso— . Gracias por la copa.

Levantó la mano para despedirse y después siguió a su hermano fuera. Su nuevo utilitario de lujo estaba aparcado junto a la acera, prueba de que estaba sentando la cabeza. Rose abrió la puerta y entró.

—Eres mi salvavidas.

—Sí —Javier metió la llave en el contacto y el coche se puso en marcha.

—Te lo compensaré.

—Bien, porque me debes una buena. Vanina y yo estábamos a punto de tener un… momento romántico.

Eso era lo que había temido. Tenía el pelo revuelto, como si Vanina le hubiese despeinado con los dedos. Por debajo de la cazadora le asomaba el faldón de la camisa, como si se hubiera vestido apresuradamente y no hubiera tenido tiempo de metérsela por debajo del pantalón. No había mucho que pudiera decir, pero tenía que intentarlo.

—Lo siento mucho. Me siento fatal, pero estaba desesperada.

—Eso te pasa por salir con alguien del trabajo.

—¿Cómo si no voy a conocer hombres?

La única respuesta de Javier fue una mirada furiosa. En el silencio que se produjo a continuación, Paula se dió cuenta de que su hermano iba conduciendo en dirección contraria adonde se encontraba su apartamento.

—¿Dónde vamos?

—Ya lo verás.

Pocos minutos más tarde, su hermano aparcó frente al Hitching Post.

—No me he inventado lo del asunto familiar urgente.

Paula lo miró con los párpados entornados.

—¿Qué sucede?

—Ven conmigo.

—¿Tengo elección?

—No.

Salió del coche y se reunió con ella al otro lado. Una farola iluminaba su rostro, y cabía la posibilidad de que su mirada de odio fuese permanente. Sin decir palabra, lo siguió al interior. Al contrario que el Lipsmackin’ Ribs, un martes por la noche, aquel lugar estaba tranquilo. Dividido por una media pared, había un restaurante a un lado y un bar en el otro. Paula estaba bastante segura de que iban al bar. Sus sospechas se confirmaron cuando vio a sus hermanos Leandro, Gonzalo y Rodrigo sentados a una mesa con la mejor vista del cuadro situado detrás de la barra. En la imagen, una Lily Divine medio desnuda les hacía ojitos.

—Apuesto a que a ella no le costaba encontrar hombres —murmuró Paula.

Y fue entonces cuando vió a Pedro Alfonso en la zona del restaurante sentado a una mesa con su hermana Angie. Noche familiar en el Hitching Post, qué suerte la suya. La vieron, la saludaron y ella levantó una mano en respuesta. Por un instante pensó en unirse a ellos, pues era evidente que Javier había movilizado a los refuerzos Chaves por alguna razón. Todos sus hermanos estaban allí salvo Ezequiel, que seguía en Midland, Texas. Fuera lo que fuera lo que quisieran decir, probablemente no era algo que ella deseara oír. Y preferiría que Pedro no tuviera un asiento de primera fila. Ya había visto como le pedían el carné, y recibir un sermón del clan de los Chaves no era otra humillación que quisiera que él presenciara.

—¿Sabes, Javier? Creo que voy a saltarme esta reunión familiar —dijo.

—Si das un paso hacia esa puerta, te colgaré de mi hombro —no creía que fuera posible que su mirada feroz se intensificara.

—De acuerdo, acabemos con esto.

—Justo lo que yo pienso. Vanina está esperando.

 Paula pasó frente a él y, con la cabeza bien alta, caminó hacia la mesa donde esperaban sus hermanos. Todos medían como mínimo un metro ochenta, tenían los hombros anchos y el pelo oscuro. Le había dicho a Pedro que eran los hombres más guapos de la boda, pero en aquel momento habría sustituido ese atributo por el de «molestos». Ocupó el último asiento disponible de la mesa de cuatro. Los tres tenían cervezas, y había una cuarta que Javier levantó. Nada para ella. Leandro, el mayor, apoyó los antebrazos en la mesa.

—Javier me llamó después de que dieras la alarma, Paula. Y decidí que era el momento de tener una reunión familiar.

—¿Por qué? —no era la primera vez, pero no ocurría muy a menudo.

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