lunes, 1 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 11

—Soy bastante bueno con los esquíes —dijo él—. Pero no hay nada como el torrente de adrenalina de la tabla.

—Ah —no pudo resistirse—. Apuesto a que eso también es un buen entrenamiento como abogado. Si te caes, vuelves a levantarte.

—Chica lista. Me decanté por la carrera de abogado porque conocer las leyes te proporciona poder. Y está bien pagado además —sonrió y le guiñó un ojo.

Santo Dios, ¿Acababa de guiñarle un ojo? Apenas pudo contener el escalofrío.

—Tengo influencia con el alcalde —bajó la voz como si estuviera compartiendo con ella un secreto de estado y todas las familias que comían costillas alrededor fueran espías—. Si tu hermano Gonzalo  necesita asesoramiento legal para su empresa,yo soy su hombre. O si quiere fusionar los departamentos legales de Texas y de Montana, también podría ayudarle con eso.

De pronto Paula lo vió  todo claro. Aquel fanfarrón no se sentía más atraído por ella de lo que ella se sentía por él. Tenía un motivo oculto para invitarla a cenar. Si David no hubiera pasado a recogerla por su apartamento, se habría marchado en aquel preciso momento. Pero su casa estaba lejos y además llevaba tacones. Se puso en pie de pronto.

—Disculpa, David. Voy al cuarto de baño.

 Antes de que él pudiera responder, se dio la vuelta y atravesó la sala. Llegó a la sala con las puertas de «Hombres» y «Mujeres». Abrió la de las mujeres y tomó aire, agradecida por estar sola.

—Ese charlatán pomposo. Maldito manipulador egocéntrico. ¿Cómo se atreve a utilizarme para conseguir el contacto de Gonzalo?

Debía de haber una manera de poner fin a aquella experiencia tan horrible. No sería práctico marcharse sin más, y no podía insistir en que la llevase a casa inmediatamente. Trabajar con él se volvería incómodo si no estaba exagerando y en efecto tenía acceso al alcalde. Probablemente Bernardo Clifton conociera a David desde hacía mucho tiempo. ¿Cómo podía poner fin a aquella cita horrenda sin cometer un homicidio justificado? Sería en defensa propia porque, si duraba más, David French la mataría de aburrimiento. Pero, si le estrangulaba, podría ir a la cárcel. Eso disgustaría a su familia y no creía que le fuese a ir bien en prisión. Aunque David le daba ganas de vomitar, fingir que estaba enferma sería un problema. Sus habilidades interpretativas no eran tan buenas. Solo le quedaba una cosa que hacer, lo que siempre hacía cuando tenía problemas. Sacó el móvil del bolso y marcó el número de Jackson. Lo último que le había dicho su hermano en la boda era que, si lo necesitaba, ahí estaría. Era hora de demostrar sus palabras. Paula se mordió el labio mientras el teléfono daba tres tonos, cuatro, cinco. Maldición. No contestaba. Justo cuando temía que fuese a saltar el buzón de voz, Javier descolgó el teléfono.

—¿Qué? —sonaba malhumorado y sin aliento, como si estuviera corriendo, o… Oh, no. Con el identificador de llamadas, ya sabría quién llamaba, así que tenía que decir algo.

—Soy Paula.

—¿Estás bien? —parecía alarmado.

—Sí, físicamente. Tengo una cita, pero…

—¿Me llamas para decirme que tienes una cita? ¿Qué soy? ¿Tú mejor amiga? Eso no es ninguna novedad. Para tí es lo normal.

—No, Javier, escucha. Estoy con él ahora mismo…

—¿Por qué suena con eco tu voz?

Paula apoyó el hombro en la pared. Tenía el espejo y el lavabo al lado. Se quedó mirando su reflejo. La desesperación era evidente en su cara, y esperaba que también en su voz.

—Estoy escondida en el cuarto de baño, así que técnicamente él no está aquí. Está esperándome en la mesa.

—No necesito que me lo describas todo…

—Deja de gritar y escucha. Tienes que sacarme de aquí.

 —¿Es qué no tienes piernas? Sal andando.

—Él me ha recogido en casa, no tengo coche. El caso es que le he conocido en el trabajo. No puedo solventar esto de manera elegante y podría ser incómodo en la oficina.

—Paula… —dijo su hermano, molesto.

—Por favor, Javier. No te habría molestado si tuviera otra salida. Te ruego que me saques de aquí. Piensa en algo para que no se sienta ofendido. Tiene mucho ego. Estoy en el Lipsmackin’ Ribs.

—Traidora.

—No ha sido idea mía —protestó ella—. Me ha sorprendido. ¿Pero entiendes a lo que me enfrento?

—Dame quince minutos —contestó su hermano tras un largo silencio.

—Gracias, Javier.

Paula se pintó los labios de nuevo y regresó a la mesa.

—Todo resuelto.

David parecía algo ofendido.

—La camarera ha venido a tomar nota, pero no sabía lo que querías.

Eso le sorprendió viniendo del hombre que creía que lo sabía todo. Por otra parte, no quería que él estuviera pendiente de una comida que ella no tenía intención de comer.

—Hemos estado tan ocupados parloteando que no he tenido ocasión de mirar la carta —le dedicó a David una sonrisa radiante, ahora que sabía que la ayuda estaba en camino.

De hecho pasaron casi veinticinco minutos antes de que Javier apareciera por fin. Se detuvo junto a la mesa y frunció el ceño.

—Te estaba buscando.

—¿Javier? —preguntó ella aparentando sorpresa—. Estoy en una cita. David French, este es mi hermano, Javier Chaves.

—Un placer —dijo David extendiendo la mano.

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