viernes, 28 de septiembre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 10

De ninguna manera Paula besaría a David French. Con el codo sobre la mesa de madera, apoyó la mejilla en la palma de la mano e intentó aparentar interés por lo que el tipo estaba contando. Habían pasado dos días desde que fuera a la boda con Pedro, y ahora, sentada en el asiento de vinilo rojo del Lipsmackin’ Ribs, lo echaba de menos más de lo que podía admitir.

David era un abogado que había conocido en la oficina del alcalde aquella mañana y le había pedido que cenara con él. «Nota mental», pensó. «Cuando un hombre te invita a cenar, asegúrate de saber el lugar». Aquel sitio no era de su agrado. Era tan repulsivo como las camisetas cortas y ajustadas que dejaban ver el ombligo de las camareras, que aquel restaurante las obligaba a llevar. El lugar no solo le hacía la competencia a su primo DJ, sino que además habían estado sucediendo cosas raras entre los dos restaurantes. En cuanto a lo de que un beso transformara a aquel tipo, en el cuento se trataba de la apariencia, y Harvey ya era guapo. Era rubio, de ojos azules y hombros anchos. El traje gris y la corbata de seda roja que llevaba eran caros. Y aun así… «Mátame», quería decir. El impacto de un meteorito sería rápido e indoloro, al contrario que aquella cita interminable. Y ni siquiera habían pedido todavía, solo las bebidas. Pero no había suficiente alcohol en el mundo para mejorar su personalidad.

—Realmente los dejé con la boca abierta en el juzgado —estaba diciendo—. Ni siquiera era un concurso.

—Ah.

—Les costó mucho defender su punto de vista contra las acciones de mi cliente. Los enterré en papeleo. Fue maravilloso de ver.

—¿De verdad? —Paula se reprendió mentalmente. Aquellas dos palabras le alentarían a continuar, y eso era lo último que deseaba. Probablemente tuviera moratones de darse palmaditas en la espalda. Si oía una sola vez lo de la parte de la primera parte, o la jurisprudencia, gritaría. O lo estrangularía.

—Finalmente se vieron obligados a llegar a un acuerdo fuera de juicio. Gracias a mí estaba saliéndoles demasiado caro seguir defendiendo su causa. Aunque, entre tú y yo, no tenía ningún mérito.

Paula se quedó mirándolo. Eran los abogados como él los que daban mala fama al resto. Era hora de cambiar el tema a algo neutral. Como su nuevo pueblo. O el tiempo.

—Thunder Canyon es un lugar maravilloso para vivir —dijo.

—Yo he vivido aquí toda mi vida. ¿Te he mencionado que jugaba al fútbol?

Lo había mencionado cuatro veces. Lo recordaba porque había respondido del mismo modo tres veces, y aquella era la número cuatro.

—En Texas nos tomamos nuestro fútbol muy en serio.

—Ya me lo has dicho —David dió un trago a su whisky con soda.

A Paula le sorprendió que se hubiera dado cuenta. Había albergado la esperanza de que mencionar Thunder Canyon le hiciera preguntarle por qué se había mudado, o si le gustaba Montana. O si le molestaba el frío. O si era cierto que la mejor manera de capear un temporal de nieve era frente a una chimenea encendida. Recordó que Pedro se había ofrecido a encenderle el fuego, y solo el recuerdo hizo que se estremeciera. Recordó lo guapo que estaba con su esmoquin negro en la boda. Recordó el día de Acción de Gracias, cuando había repartido comida con él, y su broma sobre aburrirla hasta dejarla en coma. Eso no ocurriría jamás. Era divertido. Al contrario que el bufón que tenía sentado enfrente. El bufón seguía hablando.

—En el instituto, era capitán del equipo de fútbol cuando ganamos en nuestra división y competimos a nivel estatal.

—¿Este invierno es más frío de lo habitual en Montana? —preguntó ella.

—No. Recuerdo entrenar y jugar al fútbol en la nieve. Aunque nuestra temporada duró más porque siempre llegábamos a los playoff cuando yo era capitán —el hielo en su vaso vacío tintineó cuando lo agitó—. Fue un buen entrenamiento para dedicarme a la abogacía. Todo el mundo intenta derribarte, pero tú te clavas al suelo y no les dejas.

—Un buen lema —fue lo único que Paula pudo decir para parecer neutral.

Se quedó observándolo. Guapo, lo suficientemente listo para convertirse en abogado. De buena familia. Sobre el papel era todo lo que deseaba en un hombre, si dejaba a un lado la parte aburrida y egocéntrica. No le había preguntado nada y al parecer no le importaba cómo estaba ajustándose a su nueva vida en el pueblo. Tal vez fuera perverso por su parte, pero dejó que el silencio incómodo se extendiera, porque cualquier cosa que se le ocurriera decir haría que sacase otro tema sobre sí mismo.

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