viernes, 7 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 27

La camarera volvió con dos tés helados y tomó su pedido de tortillas, salchichas y tortitas. Camila y Joaquín empezaron a protestar en cuanto llegó la comida. Paula se inclinó hacia ellos.

–Come. Yo estoy acostumbrado a comerlo todo frío en el parque de bomberos –dijo Pedro.

–¿Seguro que no te importa?

–¿Doy la impresión de que me importa? –preguntó él, con un bebé en cada rodilla. 

Hizo muecas a los dos. Camila soltó una risita.  Cuando Paula estaba con Fernando, él nunca le había ofrecido hacerse cargo de Abril para que comiera. Había sido ella quien calmaba a la bebé, cortaba la carne para Clara y hacía que Bruno usara la servilleta. En retrospectiva, Fernando y ella nunca habían funcionado como equipo. Considerando cómo habían acabado las cosas entre ellos, eso no debería sorprenderla lo más mínimo.

–¿Por qué estás tan callada? –preguntó Pedro, haciendo botar a los sonrientes bebés.

–Estoy pensando.

–Ah, no. Tú me obligas a contarte cosas; no creas que vas a escaparte tan fácilmente.

–Estaba comparándote con un hombre con el que solía salir –Paula toqueteó el dispensador de sirope–. No es que tú y yo estemos saliendo, claro – clavó la mirada en los labios de Pedro y recordó su ternura al besar–. Resultó no ser un tipo agradable. Y tú…

–¿Yo sí que lo soy? –esbozó una sonrisa rebosante de calidez y bienvenida.

–Sí. Eres muy agradable y seguramente estás muerto de hambre. Dame –abrió los brazos–. Me ocuparé de esos dos mientras comes.

–Pero no has acabado.

–Estoy llena –dijo ella. Pensar en Fernando le había quitado el apetito–. Come. Después volveremos a la carretera.

–De acuerdo –se puso en pie para pasarle los bebés.

En el intercambio, sus dedos fuertes y cálidos le rozaron el borde de los senos. Eso y el calor de los bebés confundió aún más a Paula. Adoraba a los niños. Pero no podía confundir ese amor con la atracción que sentía por Pedro. Solo le interesaba su trabajo y redecorar su nuevo piso. Ni en su vida ni en su dolido corazón había sitio para otro hombre. No era el momento adecuado. Necesitaba tiempo y espacio para sanar.

Pedro besó la coronilla de Camila y luego la de Mateo. Miró los ojos de Paula con intensidad y deseo. Imposible no captar su obvio mensaje. «Me gustas, Paula. ¿Te gusto yo a tí?» Sin decir una palabra, se inclinó y besó sus labios con suavidad.

–Sabes dulce. A sirope de arándanos.

Ella, aterrorizada por lo que podría encontrar en sus ojos marrón dorado,bajó la vista.

–¿Qué ocurre? ¿No querías que hiciera eso?

–No lo sé –negó con la cabeza y luego asintió.

Tal vez el problema fuera que lo había deseado intensamente. A pesar de que sabía que no era buena idea dejar que se acercara tanto a ella. Ni física ni emocionalmente.

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